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¿Qué festejamos?

Javier Garza Ramos

Cuando estábamos debatiendo qué cabeza redactar para la nota de portada el lunes sobre la salvación del Santos, una sugerencia, que estuvo a punto de ser, fue, “Gracias, Atlas”. Simplemente, la cabeza contaba la historia, una fuera del control de Santos, que no pretendía otorgarle al equipo ningún mérito que no hubiera ganado. Al final, la salvación de Santos fue acompañada por su pase a la repesca, lo cual hizo aún más ridícula la situación de un equipo que estaba a punto de ser echado de la Primera División por méritos propios, pero que al mismo tiempo está en posición de jugar el campeonato.

Cabe hacer una aclaración: yo soy un villamelón en cuestiones futboleras. Me interesa como fenómeno social y para pasar el rato. Pero, como cualquier mexicano que se precie, no puedo resistir el gen de árbitro o director técnico que todos tenemos dentro.

Por lo mismo, esto no tiene nada qué ver con el conocimiento futbolístico, sino con la pura observación. El episodio lastimoso de ver a un equipo esperar hasta el final para conocer su suerte, una suerte que no estaba en ellos decidir, y la manera en que fue vitoreado por el público, que pensaba que habían ganado una final, puso en relieve las peores patologías de una sociedad. Se me ocurren, al menos, tres.

1) Esperar que otros hagan las cosas por nosotros. Fue curioso ver cómo la gente que siguió el partido, en el estadio o en sus casas, festejó los goles del Atlas como si fueran del equipo local. Claro, esos goles si valían, y los de Santos no valían tanto.

Esa esperanza en que otros resuelvan los problemas es algo demasiado común en la cosa pública. Recuerdo 1995, cuando festejamos con júbilo que Estados Unidos nos hubiera enviado miles de millones de dólares para sacarnos de una crisis en la que nos habíamos metido con bastante facilidad. Se me ocurre también exigir la reforma migratoria, exigirle a otro país que resuelva un problema que nosotros no podemos. Se me ocurren las posturas cada vez más comunes de gobernantes que escurren el bulto sobre cualquier asunto diciendo que a otros les toca. Son raros los casos en que personas o grupos toman algún problema en sus manos sin esperar a que otros decidan ayudar.

Santos tuvo 17 oportunidades de mejorar su situación y sin embargo dejó las cosas hasta el final, cuando la salvación estaba fuera de su control. Eso lleva a un segundo problema.

2) Decepcionar la confianza. Al final del partido, jugadores del Santos pasearon por la cancha del Corona una manta agradeciendo el apoyo de la afición. Desafortunadamente, fue un apoyo, una fé, que el equipo no correspondió. Nunca estuvieron a la altura de la esperanza que se depositó en ellos, cuando antes de cada partido la afición daba por sentado que su equipo respondería, sólo para verlos perder y no levantar.

Es un episodio demasiado recurrente en la vida pública, cuyo mejor y más reciente ejemplo se llama Vicente Fox, que hace siete años vendió la esperanza como bandera de campaña sólo para terminar su sexenio con oportunidades perdidas. Si hay una queja popular en este país es de líderes que prometen y no cumplen. No sólo en la arena pública, también en otros campos. Santos, que se precia de su papel fundamental en la identidad lagunera, inició la temporada como una esperanza y terminó siendo una decepción, lo cual lleva al tercer mal:

3) Tirarle dinero a cualquier problema. La temporada inició con contrataciones deslumbrantes, con el desembolso de al menos 40 millones de pesos para traer a Oswaldo, Vuoso, Ludueña. Se les vendió como la salvación. La solución era sacar la chequera. ¿Sirvió de algo? No de mucho. Hay hechos contundentes: los goles del primer partido que ganó Santos los metieron un par de desconocidos, y los goles que no entraron los paró otro desconocido (sólo sé que le dicen “Panchote”), el portero que entró a suplir a Oswaldo, que junto con Vuoso veía el partido desde la tribuna. Otra más: los goles que dieron el pase del Santos a la repesca el domingo los metieron otros desconocidos: Oribe Peralte, hijo de La Partida, y Agustín Herrera, producto de las fuerzas básicas.

Echarle dinero a los problemas es una vieja práctica, que se usa lo mismo para combatir la pobreza que la delincuencia, sin que los problemas necesariamente se solucionen. Claro, gastar es necesario, pero es inútil cuando la estrategia no es creativa ni inteligente. ¿Quién nos dijo que los jugadores caros eran la salvación de Santos? Vuoso pasó la temporada tirando baba y balonazos, y luego el domingo tuvo los arrestos para pasearse con la manta agradeciendo a la afición. En cambio los jugadores ignorados, a los que nadie festejó, los Herreras y Oribes y Panchotes fueron los que dieron los momentos más dulces de la temporada.

El problema, quizá, es que vivimos en un país tan surrealista, tan absurdo y barroco que un equipo que apenas el domingo se hundía en el pantano del descenso, el jueves tendrá la oportunidad de quedar entre los mejores lugares del fútbol mexicano. Pero el problema de fondo no es una cuestión sólo de futbol. Para todo lo que se ha dicho sobre el futbol como metáfora de la vida y la sociedad, esto es un reflejo fiel de lo que nos pasa como país. No hay mucho que festejar.

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