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¡Qué risa! todos lloramos

Adela Celorio

“Flojita y cooperando” me advirtieron en alguna ocasión los pistoleros de un miserable decidido a darme un buen coscorrón porque osé demandarle el cumplimiento de uso de suelo de un condominio unifamiliar donde saltándose por sus puros “meros”, él había instalado su oficina.

El miserable mandó secuestrarme y encerrarme en la susodicha oficina donde en el más puro cabroñol (Monsiváis dixit) que más adelante popularizarían Marín y Nacif; apoyando una pistola en mi sien me conminó a no andar “armando pedos”; así mismo dijo. “Ni pierda su tiempo en levantar una demanda, a ese señor nadie le toca un pelo porque su hermano es un político importante”; me aconsejaron los que ya sabían.

Siempre me arrepentí de callar, aunque después de la bufonada con que la Suprema Corte resolvió el caso Lydia Cacho, tengo que aceptar que tenían razón. ¿Quién se hubiera interesado por hacer justicia a una ciudadana del diario, si ni siquiera la execrable asociación delictiva Marín-Nacif contra Lydia Cacho merece atención, dado que como enfatizó el ministro Aguirre Anguiano: “Si a miles de personas las torturan en este país ¿de qué se queja la señora? ¿Que la hace diferente o más importante para distraer a la Corte en un caso individual?

¡Ay qué terror¡ Y más si pensamos que tan cínica y desafortunada declaración promueve la proliferación de Marines y Nascifes en nuestro país... Los seis ministros de Suprema Corte de Justicia –las dos ministras dan pena ajena- estuvieron de acuerdo en que la grabación que en algún momento todos hemos escuchado, no es una prueba en sí misma porque fue realizada ilegalmente (o sea que una ilegalidad exculpa de otra); aunque esa misma Corte había convenido en considerarla como base de una hipótesis que adquiriría valor probatorio si otros indicios la corroboraban.

Los indicios -una exhaustiva investigación que consta de 1251 páginas- corroboran sobradamente la culpabilidad de Marín, del siniestro Nacif y de la complicidad de los vasallos que se encargaron personalmente de propinar a Lydia Cacho lo que para esos execrables primates consiste solamente en “un coscorrón”.

Por si fuera poco, los mismos Marín y Nacif reconocieron en algún momento como propias las voces y el cabroñol en que se entienden -que es por cierto lo menos ofensivo que se escucha en las grabaciones. Después del vergonzoso fallo y para salir al paso a la indignación generalizada que ha causado la solidaridad de la Corte con el Precioso y sus amiguetes, en un comunicado vergonzante los señores aclaran: “que sus sofisticadas decisiones no resultan de fácil comprensión para grupos muy numerosos de la sociedad”. O sea, que dan por hecho que un numeroso grupo de jodidos (Azcárraga dixit) que por cierto somos mayoría, no entendemos nada. “Dale pá’tras papá” ordena Nacif; y por lo visto todo el mundo da pa´tras.

Al expedir un certificado de inocencia y por supuesto de impunidad a Marín y a su pandilla basura, la Suprema Corte de Justicia de la Nación nos ha propinado un doloroso “coscorrón” a todos los ciudadanos que con este hecho, confirmamos –aunque no hacía falta- nuestra total indefensión. “Tengo tranquila la cloaca”, aseguró el Precioso. ¿O dijo conciencia? No, no creo que se atreva.

Y bien; ratificada la injusticia, vivos de risa, los susodichos estarán celebrando con las botellitas de coñac; mientras los ciudadanos lloramos de rabia y frustración, de malestar e indefensión que nos llevan a ver en este asunto una asociación delictiva.

Lo extraño será que después de esta glorificación de la impunidad, firmada y sellada por los magistrados, queden todavía personas cívicas, honradas, y cumplidoras de la Ley.

adelace2@prodigy.net.mx

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