Mi compañero José extraña la comida, nada le sabe y se desespera añorando los condimentos y guisos mexicanos. Mi esposo y yo no; estamos convencidos de que comer lo propio de cada región va implícito a la experiencia de viajar y que los sabores aportan tanto al conocimiento de los pueblos como su naturaleza, su arquitectura, sus obras de arte o su manera de concebir el tiempo. En realidad estamos gozando la experiencia doble de viajar por regiones que desconocíamos y asumir un rol que dejamos hace mucho tiempo: somos estudiantes formales, vamos a la escuela, hacemos tareas, presentamos exámenes, participamos de actividades escolares y convivimos con toda clase de compañeros que no son nuestros colegas.
Nos encontramos en la capital de la Columbia Británica, Victoria, una hermosa ciudad-isla al sureste de Canadá que, además de ofrecernos un ambiente ideal para aprender, nos brinda lecciones de comportamiento civil que vale la pena comentar.
Entre los muchos aspectos de la ciudad y sus habitantes que llaman mi atención, comentaré tres que inevitablemente contrastan con mi realidad habitual. Primero, el respeto cuidadoso y convencido de todos por los lugares, su limpieza, su orden y mantenimiento. Nada se prohíbe porque no hace falta, y todos cuidan las cosas porque saben que son suyas y disfrutan de ellas en sus mejores condiciones. Igual si se piensa en los edificios públicos que en los parques y jardines, en las calles y las escuelas, en las plazas al aire libre y en las salas de conciertos, siendo patrimonio común, así son tratados. Y la vigilancia policíaca es tan discreta que uno ni se percata de su presencia, encontrando por el contrario una constante participación ciudadana que incluye voluntarios para todo; el efecto es el ambiente de pertenencia y cuidado que comento. Hay un sitio maravilloso que Victoria cuida como su más preciado valor: The Butchart Gardens, un predio de 55 acres donado por la familia Butchart, que alberga toda clase de flores y árboles en los más bellos jardines que puedan imaginarse. Hechos para deleite de la vista, también lo son para los demás sentidos, pues todo se puede tocar, caminar en los prados, sentarse en sus piedras, empaparse en sus aguas, aspirar los aromas de flores y pinos y comer o beber cualquier cosa mientras se disfruta del paseo. Sobre los increíbles jardines Butchart el visitante puede sentarse a escuchar un concierto gratuito, mientras come un helado o toma un refresco. Incluso puede hacer un picnic en pleno jardín italiano, sin que nadie lo quite de ahí, al contrario; usted lleva su canasta de comida o consigue una de ahí mismo, se tira en el pasto y tiene su día de campo. Lo curioso es que, así como nadie lo molesta, tampoco a nadie se le ocurre tirar basura, arrancar flores, llenar de desperdicios el lugar donde estuvo comiendo o dejar las huellas de su desordenada presencia en cualquier parte. Hay un orden implícito en cada sitio, que voluntaria o involuntariamente respetan todas las personas que por ahí transitan, nativas o procedentes de cualquier parte del mundo. No hay necesidad de que los vigilantes acosen al público para obligarlo a hacer o a no hacer algo; simplemente el orden se contagia. Y cuando por alguna razón alguien rompe la armonía con alguna impropiedad, sin que sepa uno de dónde sale, alguien se encarga de hacerlo entrar en razón sin aspavientos ni mucho menos desplantes de autoridad o amenazas violentas. He visto cómo un diálogo de dos o tres frases cordiales acaba con una situación embarazosa. Y lo que sucede al aire libre pasa también al interior de edificios, locales, autobuses, restaurantes, tiendas o mercados. Como que el gran ausente es el espíritu destructivo y caótico que tan frecuentemente domina en nuestros lares.
Un segundo aspecto que me llama la atención -y me provoca envidia- es el respeto por los ciudadanos. Además de que puede uno transitar por las calles a cualquier hora del día o de la noche sin temor a ser atacado o sorprendido (mis temores han quedado en ridículo varias veces), es notable la consideración que se tiene por el ciudadano común, a quien privilegian los sistemas de tránsito y la logística para moverse en la ciudad. No sólo están acondicionadas calles y cruceros para que el peatón transite por ellos sin peligro y sin tener qué esperar a que pase el último carro para arriesgarse a cruzar una vía pequeña o un bulevar; al contrario, el derecho del peatón está por encima de quienes transitan en automóvil y éstos, lo mismo que autobuses, camiones de carga, motos o bicicletas, saben que su obligación es ceder el paso a quien camina, aun cuando los semáforos indiquen lo contrario. Claro que la respuesta peatonal suele ser igualmente civilizada, de modo que sólo se cruzan las calles por las esquinas y aguardando el turno correspondiente. Si alguna vez se rompen estas normas, puedo asegurar que el rompimiento lo realiza algún extranjero, rememorando las costumbres de su patria. Ni qué decir de los avisos y señales que indican una desviación o algún arreglo que se hace a la vía pública: cuatro o cinco cuadras antes se advierte al automovilista y al peatón que en la calle X el tráfico está interrumpido o que no habrá paso por la calle Z, porque está en reparación, o que un accidente en cierto lugar exige que se cambie de ruta. Además del aviso oportuno, se le brindan las posibilidades alternas de llegar a su destino, y todo acompañado de la disculpa escrita: Perdone usted... ¿Cuántas veces en nuestra ciudad caemos en el hoyo que se abrió, nos encontramos atrapados y sin salida porque se cerró la calle sin que nadie nos lo advirtiera, o tenemos que desandar cuadras y cuadras porque el paso está interrumpido y no hay un letrero que nos prevenga? En Victoria el respeto al ciudadano se extrema cuando éste es anciano o minusválido. Hay qué ver la preparación de los autobuses para que, sin ningún problema, suban pasajeros en silla de ruedas, y la actitud del chofer hacia ellos, brindándoles un servicio real, comedido y efectivo; entonces nos damos cuenta de nuestros niveles de educación al respecto, cuando ni siquiera somos capaces de respetar los lugares reservados para minusválidos. Tener capacidades diferentes en Canadá es una circunstancia que no limita ni para transitar por la calle, ni para usar los medios de transporte público, hacer compras, asistir a eventos y participar de la vida ciudadana común, porque lugares y personas lo facilitan.
Victoria es una ciudad privilegiada en el enorme territorio canadiense que, además de un clima ideal, enmarcado en paisajes de mar y bosque, praderas, montañas y flores ¡todas las flores del mundo!, posee armónicas construcciones y tiene, por encima de todo, una absoluta voluntad de ser. Sean sus bellezas naturales, sus tradiciones o la presencia de testimonios históricos o artísticos, la voluntad de la ciudad por protegerlos, darlos a conocer y hacerlos importantes es tan relevante como los objetos mismos. No obstante contar con una historia joven y una herencia cultural bastante modesta, el pueblo de Victoria atesora las huellas de sus antepasados indígenas inscritas en troncos de árboles altísimos, las reproduce y las exhibe, sin perder oportunidad de destacar lo que hay en ellas de valioso para reforzar la conciencia regional. Lo mismo hace con las incursiones de los colonizadores que trajeron el espíritu europeo a la comarca y que dieron forma a la ciudad.
Ante el entusiasmo y la dignidad con que aquí se ensalzan documentos y lugares, pareciera que la abundancia lleva al desinterés y al desprecio de las cosas, mientras que su carencia y una cierta dosis de educación las convierte en tesoros. Sólo así podemos entender cómo, a pesar de nuestros ilimitados recursos naturales, nuestra herencia prehispánica y colonial de testimonios tan vastos y variados, las maravillas de nuestra flora y fauna, la creatividad de artistas y artesanos y las mil posibilidades de nuestra gastronomía, los mexicanos tengamos una tolerancia ilimitada ante el saqueo y el descuido de nuestro patrimonio, y permanezcamos indiferentes ante lo que, perteneciéndonos, parecemos incapaces que querer. ¿Será cierto que, viendo el exceso de dones con que había regalado a nuestra tierra, el Creador decidió contrarrestarlos con nuestra forma de ser?