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Quieren fuera a Bush| Actitudes

José Santiago Healy

Nunca como en esta ocasión las campañas presidenciales en Estados Unidos se habían adelantado tanto en el tiempo como en su intensidad.

Desde hace unos seis meses los pre-candidatos de los partidos Demócrata y Republicano realizan actividades de proselitismo, tal como si las elecciones fueran a realizarse la semana entrante.

Además la cobertura en los medios de comunicación de tales campañas es impresionante cuando todavía estamos a un año de los comicios presidenciales.

Son varias las razones de ese fenómeno, pero una, la más importante: los norteamericanos están desesperados por sacar al presidente George W. Bush de la Casa Blanca.

Desde los tiempos de Jimmy Carter no se había visto un presidente norteamericano con tan baja popularidad.

Los desplantes en la política exterior y las pifias en la interior son tan abundantes que buena parte de los norteamericanos se siente pésimamente representado por este personaje que llegó al poder gracias a las relaciones y al poder de su padre.

La guerra de Irak es paradójicamente el talón de Aquiles del Gobierno de Bush y a la vez su mejor carta para mantener contentos a los poderosos grupos conservadores y castrenses de la Unión Americana.

De no ser por el respaldo de estos grupos que han multiplicado sus fortunas a lo largo de estos años, el presidente Bush habría renunciado hace tiempo por su errático Gobierno.

Imagine usted emprender una guerra por razones hasta ahora injustificables y a la vuelta de cinco años no encontrar una salida inteligente porque los estrategas no le entienden a Irak y siguen empeñados en imponer el modelo occidental sobre la cultura milenaria árabe.

De la desastrosa política exterior se desprenden efectos terribles para la economía norteamericana como los precios de las gasolinas que superan desde hace varias semanas los tres dólares el galón y han llegado hasta los cuatro dólares en algunos puntos del país.

Una espiral de tal naturaleza en los años noventa hubiera significado la caída de cuando menos los asesores económicos de la Casa Blanca, pero hoy en día es tal el control de la opinión pública que muy pocos sectores y medios de comunicación se atreven a cuestionar a fondo a la Administración Bush.

Basta recordar que el célebre conductor Dan Rather, cuyo noticiero alcanzó por décadas los más altos ratings, fue echado de la CBS hace tres años por haber difundido una información no confirmada sobre el pasado militar del presidente Bush.

En otras circunstancias un error de tal naturaleza se remediaba con una disculpa pública, pero en esta ocasión fue un magnífico pretexto para que la Casa Blanca se quitara de encima a un periodista crítico e independiente, quien por cierto demandó recientemente a su ex compañía por despido injustificado.

La prolongada guerra de Irak, los precios de los combustibles, la crisis de los bienes raíces además de políticas irracionales en temas sensibles como la inmigración, podrían combinarse para ocasionar un estallido político y financiero de proporciones incalculables.

Las elecciones de noviembre de 2008 podrían ser el marco ideal para que la inconformidad se manifieste en un holgado triunfo del candidato o candidata de los demócratas.

Aunque nadie duda que tal malestar se desborde mucho antes como ocurrió el año pasado con las marchas a favor de los inmigrantes.

Lo cierto es que la necesidad del cambio se siente cada vez más urgente. La Unión Americana, antes reconocida y admirada por su democracia, su respeto a los derechos humanos y su libertad de expresión, atraviesa hoy por una profunda crisis política y social.

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