¿Hasta cuándo Brasil será todavía un país católico y hasta cuándo será América Latina un continente católico?
Cardenal Claudio Hummes
Actualmente América Latina congrega a la mitad de los católicos del mundo, por eso Joseph Ratzinger ha declarado en numerosas ocasiones que la región es “el continente de la esperanza”, pero lo cierto es que el continente vive una diáspora de la fe, ya que cada año miles de latinoamericanos abandonan las parroquias por un desencanto con la Iglesia Católica o por que se dejan seducir por el avance de las iglesias evangélicas que han sabido adaptarse más rápidamente a los cambios sociales y políticos que el mundo experimenta a pasos agigantados.
Por poner dos ejemplos, Brasil, el primer país latinoamericano que visita el Papa Ratzinger, sigue siendo hoy el país con el mayor número de católicos en el mundo, poco más de cien millones aproximadamente, pero hay estudios que revelan que cada año unas 500 mil personas abandonan la fe católica, como revela Diego Cevallos, corresponsal de la agencia IPS en México.
Algo similar sucede en México, el segundo país con el mayor número de católicos en el mundo, donde hoy la gente que se declara católica practicante está por el 89 por ciento de la población total, mientras que quienes se declaran evangélicos o protestantes representan ya el siete por ciento de la población.
Por ello Ratzinger ha decidido finalmente venir a América Latina, porque la Iglesia Católica enfrenta una crisis mundial que se refleja en el subcontinente, porque la misma Iglesia que hace apenas 15 años mantenía un firme control sobre la agenda social latinoamericana hoy tiene una influencia mucho menor.
La despenalización del aborto, las sociedades de convivencia o la discusión de la eutanasia en países como México no hubieran sido posibles hace apenas una década, cuando la Iglesia no se conocían los escándalos de pederastia o cuando los temas como el celibato, la homosexualidad de algunos de los religiosos o el papel de las religiosas en la Iglesia no eran temas sujetos a la discusión pública.
Hoy Ratzinger llega a un continente distinto al que Juan Pablo II, su predecesor, sedujo tan fuertemente. El nuevo Papa sonríe a las cámaras que lo reciben en Sao Paolo, pero su sonrisa está lejos de seducir a millones de latinoamericanos desencantados con una Iglesia irresponsable que se pronuncia en contra del uso del condón en tiempos del Sida, de una Iglesia insensible que llena de joyas a sus cardenales, mientras que sus fieles se mueren de hambre, de una Iglesia desalmada que condena las uniones libres, las uniones gays o los divorcios, de una Iglesia que amenaza fácilmente con excomulgar a políticos que aprueban el aborto, pero que encubre casos de pederastia, como el cardenal estadounidense Bernard Francis Law o que sólo retira a la vida privada y exonera a religiosos acusados de abusos sexuales contra adolescentes, como el padre mexicano Marcel Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, porque son “grandes benefactores de la fe” o en otras palabras, porque son grandes contribuyentes a las arcas del Vaticano.
Ratzinger podrá decir misa, pero su visita a Brasil parece más un viaje desesperado de un jerarca que está perdiendo influencia en su otrora rebaño natural, que la visita pastoral de un Papa que acude sólo a ver a sus fieles.
En el discurso papal, América Latina es aún el continente de la esperanza, pero en los hechos la región experimenta cambios sociales que la alejan paulatinamente de la inflexible Iglesia Católica, convirtiéndola en un foco rojo para el Vaticano que cree que con eliminar el limbo ya entró de lleno al siglo 21.
Politólogo e Internacionalista
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