Los amigos de una escultora recibieron sobres que contenían sus cenizas, con el pedido de esparcirlas en los sitios que creyeran convenientes. Y las cenizas terminaron en los sitios más extraños del planeta.
Durante el funeral de Patricia Renick, los amigos recibieron sobres con un poco de sus cenizas. En las semanas siguientes los restos fueron diseminados en lugares tan diversos como el patio del Museo Nelson-Atkins, en Kansas City, Misurí, y la ladera de una montaña en Tibet, cubierta con banderas de oración puestas por monjes budistas.
Renick, que falleció a los 75 años de edad, era profesora de bellas artes en la universidad de Cincinnati. Su compañera de muchos años, Laura Chapman, tuvo la idea de distribuir sus cenizas. Ella dijo que la idea surgió de una conversación en que ambas comentaron sobre diferentes tradiciones para lidiar con los restos mortales.