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Yamil Darwich

En 1911, en plena revolución maderista, las Fuerzas Federales debieron abandonar Torreón, dejando a los inmigrantes chinos en situación desventajosa, evento que terminó con la matanza de trescientos tres de ellos y el destrozo o robo en sus propiedades. Juan Puig, narra el bochornoso caso.

A partir de entonces inicia un tormentoso proceso para los diplomáticos orientales, que insistieron en el pago de indemnización, inicialmente tasada en treinta millones de pesos, rebajada a tres, renegociada hasta terminar en trescientos mil. Finalmente, simple y sencillamente no pagamos.

El calvario inició el 23 de mayo de 1911, con Chung Ai Süne y León de la Barra, intercambiando comunicaciones. Ese año, cuando Porfirio Díaz renunció, De la Barra, buscaba un arreglo sin conseguirlo y China, exigía indemnización; presentaron el caso a Salado Álvarez, subsecretario de SRE, quien ordenó “una investigación a fondo”, enviando un resumen a Chung, informándole que los orientales “sucumbieron en virtud de su propia e imprudente belicosidad”, expresando sus condolencias a nombre del “pueblo mexicano”. Siete meses después, Pekín, aún esperaba un comunicado oficial.

El ministro Chang visita Torreón y acepta que México haga una oferta de indemnización. El 15 de julio de 1911, Emilio Madero recibe un informe del juez Macrino J. Martínez y el 10 de agosto arriba Ramos Pedrueza a hacer una investigación ¡le entregan 400 pesos para viáticos y cobra 3,000 de honorarios! Veintidós días después ofrece una confusa conclusión, afirmando fue: “una dosis mayor de encarnizamiento y rapacidad que la que puede resultar a veces en cualquier pueblo”. El subsecretario Carbajal y Rosas, manda el escrito al secretario; éste, a su vez, lo hace llegar al presidente, siendo estudiado en las XXV y XXVI Legislaturas. Finalmente aparece una declaración reconociendo “... la matanza de trescientos tres desvalidos e inocentes chinos...”.

Chang Yin Tang, remitió una propuesta de su Gobierno que ofrecía aceptar tres millones de pesos, si pagábamos antes de seis meses, con un interés de seis por ciento; Madero, espléndidamente aumenta cien mil pesos a la suma y el embajador Chang, en reciprocidad, acepta no cobrar intereses; el protocolo se firma en diciembre de 1911. Antes del mes sucede la abdicación del monarca chino, pidiendo se suspendiera el pago hasta nuevo aviso.

La XXV Legislatura estudió el protocolo y el 25 de mayo recomienda no ratificarlo.

En septiembre de 1912, el nuevo ministro chino, insiste y Madero, nombra a Julio García, ministro plenipotenciario para elaborar otro convenio; se firma y sella en diciembre de 1912, quedando comprometidos a pagar el 15 de febrero. Pablo Herrera de la Huerta, descubrió que el nombramiento de Woo Chung Yen, no llevaba la aprobación del presidente Yuan Lu, cancelándolo; luego viene el golpe de Estado de Victoriano Huerta y las cosas regresan al principio.

Los chinos volvieron a insistir en 1921 y 1922 ante el ingeniero Alberto Pani, secretario de SRE, con Álvaro Obregón de presidente. En 1925, Yo Tsao Yeu, acudió ante Aarón Sáenz, jefe de la Secretaría y demoró la respuesta dos años, cuatro meses. El secretario de Hacienda logra reducir el monto entre trescientos y quinientos mil pesos.

A finales de 1929, con Portes Gil de presidente, la representación China en México insiste; de nuevo en 1930, ahora ante Genaro Estrada, abriéndose un nuevo silencio por tres años. En 1933, Fernando Torreblanca, subsecretario de SRE, recibe un comunicado de Samuel Sung Young que dice: “tengo instrucciones expresas de mi Gobierno de dirigirme a Vuestra Excelencia para preguntarle muy atentamente si el ilustrado Gobierno Mexicano estará ya en aptitud de proceder en alguna forma de pago...”. En 1934, Marte R. Gómez, subsecretario de Hacienda, responde: “tengo la honra de manifestar a Vuestra Excelencia que el Gobierno de México no puede por ahora cubrir dicha indemnización”. Yuen Su Wong optó por un silencio absoluto. ¿Qué le parece?

El señor Arturo Rodríguez, hijo de Don Gilberto Rodríguez Carlos, revolucionario ya finado, recuerda la historia narrada por su papá que decía: “los chinos fueron armados por los federales, quienes los abandonaron a su suerte, huyendo ante la llegada de los revolucionarios, mejor armados, con suficiente parque y en mayor número; algunos de los orientales, quizá por el temor inculcado por los soldados del Gobierno, abrieron fuego contra los villistas, desde el interior de un edificio frente a la plaza Dos de Octubre, recibiendo el mismo Gilberto un balazo “de rozón” en un dedo del pie, mismo que le provocó dolores y malos recuerdos hasta su muerte”.

Sin duda que la historia la cuentan según la visión de cada bando; lo cierto es que la de Juan Puig “Entre el Río Perla y el Nazas”, asienta su punto de vista documentado; en contraparte, el señor Rodríguez, recibió la suya por tradición oral, de boca del padre, quien estuvo presente. ¿Cree que podremos cambiar?

ydarwich@ual.mx

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