Don Emilio Herrera Muñoz nació el cuatro de marzo de 1916 y falleció hace un año, el dos de mayo de 2006. Hombre de letras autodidacto, me obsequió en junio del año 2004 el poema Los Recuerdos, que ahora obsequio a ustedes lectores:
Morir, tenemos que morir todos;
pero, es mejor vivir, por eso vivo
añoso, soñador y emotivo,
con mis propios recuerdos y a mi modo.
Ellos me asaltan en cualquier recodo;
no hay uno solo que se porte esquivo;
todos llegan alegres y afectivos,
como fueron ayer, limpios, sin lodo.
En el yermo que hoy soy hayan abrigo
remembranzas que vienen de muy lejos
a recordarme vidas atrevidas.
Tales hechos se dieron entre amigos,
los buenos y los malos al parejo,
con una ocupación: vivir su vida.
Nació en un rancho muy famoso del municipio de Gómez Palacio, llamado Sacramento, hoy Gregorio García, en el año de 1916. Empezó a escribir en El Siglo de Torreón a la edad de 21 años en artículos de circunstancias que eran recibidos por los lectores con avidez.
Siempre conectado, por afinidad natural, con grupos intelectuales de su tiempo. Arranca el ejercicio de su vocación desde el Liceo de Laguna, Ateneo Lagunero, Cauce y Nuevo Cauce; comentarista de sucedidos y pluma ágil y certera de periodista crítico. Su formación parece planeada por algún director espiritual, es producto de “inteligencia que imprimió su método”; la expresión de sus pensamientos es clara, sencilla, hermana con su carácter bondadoso y consecuente. Emilio fue un triángulo equilátero y por ello su perfecto equilibrio. Los textos tan variados de sus Pequeñeces son reflexiones, ensayos, escorzos, semblanzas, anécdotas algunas veces hilarantes y otras satíricas pero sin herir, y apuntes de viaje bien observados.
Emilio fue profundamente humano. Sus ‘renillas del Nazas, Vuelto a Nacer y sus poemarios Voces a la Juventud y El Siglo Ardiente revelan su preocupación por el hombre.
Su voz fue valiosa porque fue libre, estuvo descondicionada porque fue independiente; actuó como quería decir el clásico “decir lo que se siente” sin importar “que se sienta lo que se dice”.
De su libro Rimas y Arenillas, que son greguerías al estilo de Ramón Gómez de la Serna, el sin par madrileño que con Pérez de Ayala y Valle Inclán forman la trilogía asombrosa de Ramones que definía la greguería Humorismo más metáfora, no resisto de dar a la estampa éstas: “Nada resulta más económico que morirse de hambre”, “Ernesto Zedillo tiene que demostrarnos que el silencio es oro”, “Nadie sabe para quién trabaja: los secuestradores”, “El cornudo es un individuo que juega con fe a la lotería”, “El avaro es un individuo que ahorra para su entierro”, “El amor es tímido por eso apaga la luz”, “El taparrabo se usa para cubrir precisamente lo contrario”, “Buda no se cansa de mirar crecer su vientre”, “La vejez es la sala de espera de la muerte”, “Un discípulo vendió a Jesús, ¿qué tiene de extraño que algunos jueces vendan la justicia?”.
Don Emilio aglutinó su familia por su carácter afable y por el desprendimiento generoso de su sabiduría que compartió con ella. Por eso en su sección de poesías y en la de epigramas con frecuencia leemos las que dedica a sus hijos, nietos, y siempre a doña Elvira, su esposa, amiga y compañera. No es frecuente que en los poetas de este siglo se advierta la constante admiración y continuo amor de su familia, como que se avergüenzan de Juan de Dios Peza.
Emilio fue poeta mayor y para probar mi acierto voy a transcribir dos sonetos profundos y bellos.
Hermano Pino
Me lleno de inquietud al presentir
que me esperas, paciente desde hace años,
mientras tomas el Sol y aires extraños
te dicen cuándo y dónde he de morir.
me digo que no es fácil abatir
tu imponente figura de ermitaño;
pero el viemto me dice que me engaño
que él oye por las noches tu gemir.
Hermano Pino del verdor constante;
lucha porque yo alcance a madurar
el eco octagonal de mi linaje.
Tu caída madera en ese instante
listo me encontrará para iniciar
acomodado en ti mi último viaje.
Lenta Muerte
¡A cuántos quise he sobrevivido!
Ya casi no lo sé; pero yo he muerto,
eso sí que lo sé, porque es muy claro
que algo de mi se ha ido.
Con cada amigo desaparecido
me voy quedando solo, esto lo advierto,
tan sólo como en el panteón el yerto
amigo tan querido.
La muerte no sucede como vemos;
morimos poco a poco,
con cada amigo que se va, nos vamos.
Y en fila me coloco,
cultivar amistad lleva una vida;
si se recobra allá, ¡que bienvenida!
Emilio: tus amigos, los lectores de El Siglo de Torreón, las sociedades culturales y nuestra sociedad entera, deseamos que sigas en el seno del Todo Poderoso.
Homero H. Del Bosque Villarreal
Cronista de la Ciudad de Torreón.