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Reflexiones del Atardecer / ALGO DEL? VIAJE FINAL DE MIS AMIGOS

Manuel Muñoz Olivares

En este espacio, desde hace ya casi 40 años, hemos tratado de describir lo más ameno posible, lo que nos ha tocado observar en los muchos años y que el destino nos ha brindado la oportunidad de ver.

Permítanme ahora, hacer una escala en los recuerdos y que en esta ocasión me ocupe de dos queridos amigos, dos viajeros que fueron mis amigos desde la niñez, desde los días de nuestra escuela primaria, hace ya más de 60 años, allá en mi pueblo, Matamoros de La Laguna.

Hoy quiero recordar de sus viajes y éstos fueron sin retorno. Me duele sus partidas, porque aquel grupo del 1933, se ha visto de nuevo truncado de dos de sus miembros y porque nuestra amistad principió en ese año.

Sus personas y sus nombres muy pocos los conocieron, porque no fueron los asiduos asistentes a las reuniones de la sociedad, sus nombres y sus figuras en una o dos ocasiones ilustraron las cotidianas páginas de sociales de nuestros diarios.

Acaso su presencia en esta vida, hubieran pasado desapercibidas, pero el desempeño de sus profesiones, los situaron en su lugar.

El primer viajero, fue el médico Fernando Banda Miranda. Fue una persona callada, huidizo de los ruidosos acontecimientos de la bullanguera sociedad de nuestro pueblo. Desde niño, fue retraído, vergonzoso y estas distinciones lo caracterizaron de por vida.

Sin embargo en su profesión, fue un ilustre médico que se caracterizó por su profesionalismo, amor a sus semejantes y rectitud en sus actos y creo que con creces pagó a la vida, la misión que el destino le marcó y que lo trajo a esta tierra.

Él fue el único médico que muy bien se merece el título en muchos rimbombante de doctor, pues su carrera la realizó dos veces.

La primera ocasión y ya para recibir el título de licenciado en medicina, por culpa de esos negros y en veces extraños casos del destino y por falta de medios para dar ?una mordida? a un profesorcete sin vergüenza y dignidad, nuestro amigo se vio impedido a cristalizar su carrera ya que ese indigno ser, le anuló en su archivo o cárdex, unas calificaciones en sus materias de los primeros años de carrera. Atado en su indignación y la falta de coraje que lo distinguió e incapaz de poder rebatir la injusticia abandonó su ya finalizada carrera y para sobrevivir, laboró de enfermero.

Pasado unos años, la vida lo empujó de nuevo a los estudios y de nuevo se inscribió en la escuela de Medicina, hasta terminar su carrera. Morelia y Guadalajara, fueron los escenarios de su carrera.

Su enorme corazón y, su amor a la humanidad, lograron abatir su timidez y retraímiento usual y fue brillante en su profesión pero nunca abandonó su humildad en su trato.

Quienes lo conocieron, jamás olvidarán su bonachona figura y el mayor reconocimiento a esas cualidades y la aspiración mayor por las que debe luchar todo ser humano, es que no lo olviden pronto y el cariño y la estimación que cosechó Fernando, se la brindaron su pueblo, y los humildes que fueron sus pacientes. Ellos llevaron su féretro en hombros y con sus lágrimas de agradecimiento, regaron su tumba en el último adiós de esta vida.

El último viajero, fue nuestro amigo el ingeniero agrónomo Manuel de Jesús Ramírez Navarro, y nuestra convivencia fue más estrecha desde los años de 1933 en que nos conocimos y que perduró hasta más de medio siglo.

Chuy, fue el cariñoso diminutivo de su nombre como lo llamábamos sus amigos y formó parte de aquel grupo de chiquillos de esa época escolar, la que con el paso de los años, fue la pionera que más profesionistas dio a nuestro pueblo, pues años antes solamente algunos 8 matamorenses habían logrado hacer carrera.

Nuestro grupo se formaba de casi 40 alumnos, casi la mitad lograron ser profesionistas y la mayoría la formaron ingenieros agrónomos, profesores, médicos. Químicos y periodistas, en ese orden.

Todos en nuestro grupo, convivimos fraternalmente, pero éramos unos seis o siete, los que más nos unió la amistad y el señalamiento del destino. Cada día diez de mayo, Día de las Madres, esos siete nos veíamos relegados de las festividades, por carecer del ser materno. De ese grupo recuerdo a Alfredo Miranda Rodríguez (+) Jesús Galindo Anguiano (+), Manuel Muñoz Olivares, Manuel de Jesús Ramírez Navarro (+) y José Vega Rodríguez (+), los restantes, escapan de mi memoria. ?Los huérfanos? nos llegaron a llamar nuestros compañeros mayores y parece que esa ?distinción? nos agrupaba más estrechamente como si buscáramos un consuelo o alguna explicación a la vida por colocarnos en esa situación.

Siempre que nos encontrábamos con Chuy, nuestra charla versaba sobre aquellos inolvidables días de la infancia o de los días vividos en la Escuela Antonio Narro, la que a poco de ingresar abandoné, por seguir los llamados del destino que me situó lejos de la ingeniería.

En los primeros días del mes de agosto de 1985, quiso el destino volvernos a reunir, fue un fugaz momento que nos vimos, pero la franca y amplia sonrisa de Chuy, me reubico la amistad de tantos años y quiso la vida que ese momento quedara permanentemente grabado en mi memoria, al conocer su partida, pues sé que mi amigo, con esa sonrisa me dio su último adiós? ANTES DE EMPRENDER SU VIAJE FINAL.

TLALPAN D.F. 2006.

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