Desde que nació la industria cinematográfica, los temas religiosos aparecieron en innumerables cintas. A pesar que el ámbito espiritual, a principios del siglo XX, se encontraba francamente circunscrito a la institución –me refiero a la Iglesia Católica— las historias religiosas fueron filtrándose a la pantalla en el nuevo espectáculo de masas. Esto puede parecer contradictorio en un ambiente en el que las ceremonias litúrgicas se realizaban en latín y en el que la lectura directa de la Biblia, sin intervención de los sacerdotes, no era lo más común. Sin embargo, probablemente el éxito de estas producciones radicaba en que estaban dirigidas para todo tipo de público y los aspectos valorales eran reconocidos socialmente, en forma especial por la élite. Un ejemplo lo tenemos en la forma en que se anunciaba el Gran Teatro Victoria, de la ciudad de Durango, en El Siglo de Torreón: “El que prefiere toda la buena sociedad. El único que mejor proyecta las cintas de mayor aceptación por su reconocido arte y moralidad. Estrenos diariamente”. Guillermo Zermeño, un estudioso de los fenómenos religiosos desde la historiografía, reconoce que: “Una de las particularidades de la primera mitad del siglo XX en cuanto a la aplicación de la censura de cara a la “moralidad”, es que se va a concentrar más en la cuestión del cine y menos –aunque sin quitar el dedo del renglón— en la publicación de toda clase de impresos como libros y prensa periódica”.
En nuestra ciudad, prácticamente desde que nació el periódico que usted tiene en sus manos, se atestigua la exhibición de este tipo de filmes. Por ejemplo, durante los años veinte se anunciaron algunos como: “El milagro del crucifijo”, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” (en 11 partes y con adaptación musical exclusiva); “El noveno mandamiento”, entre otras. En 1923 se informó con bombo y platillo, el estreno en el Teatro Princesa de la película alemana titulada “Glorificación: el paso de un ángel por la Tierra”; muchos de los filmes con contenido piadoso aparecían precisamente alrededor de las principales fiestas religiosas, suponemos que con el afán de reforzarlas. Así, el 23 de diciembre de 1927 se anunció: “La Natividad de Jesucristo: historia que nos legó una religión, toda a colores naturales” y el 24, “Con su vida, pasión y muerte”. Cerca de esas fechas muchos laguneros vieron “La mano de Dios”. También en esa década el público asistió a ver la famosísima película, “Rey de Reyes”, de Cecil B. de Mille, que fue traducida a 27 idiomas. De hecho, fue uno de los filmes más vistos del cine mudo. Su divulgación para invitar al público se hizo en la región de una forma peculiar: “tan sublime como el evangelio, tan espiritual como una plegaria; es el espectáculo más maravilloso que haya visto la humanidad: hombres de todos los credos y todos los países se han sentido conmovidos y asombrados con la grandeza de este espectáculo verdaderamente fantástico”. En estos años no faltó la versión muda de Ben Hur, que “fue expuesta a los ojos ávidos de los torreonenses”.
Por la prensa nos podemos dar cuenta que durante la Cuaresma se suspendía todo tipo de espectáculos. Esta “dieta” cultural se levantaba a la llegada de la Pascua. Sin embargo, sí se permitía la exhibición de filmes religiosos. Ya desde principios del siglo XX ésta era la tradición, como se atestigua en una anécdota de Don Isauro Martínez y que fue recuperada en el libro de este teatro. Su nieta Olga Solares contó que: “…mandaron traer una pantalla de Nueva York (se refiere a Don Isauro y sus socios); me imagino que sería una pantalla porque antes veían las películas en sábanas o algo así, improvisadas. Entonces, traen su pantalla de Nueva York con mucho esfuerzo, con mucho gusto, con mucha alegría. El Viernes Santo, a las tres de la tarde, llega toda la gente vestida de negro, con el velo y todo y empieza la película (se refiere a “Vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo”). La gente se arrodillaba cuando salía el Señor, todo eso. Cuando sale Judas, el que vende al Señor, ni más ni menos que un ejidatario que estaba ahí sacó la pistola y ¡pum, pum pum!, le disparó a la pantalla. Pues les duró poco el gusto”.
La llegada de los años treinta, especialmente a su término, trajo a los cines los incipientes noticieros: antes de iniciar la exhibición de una película el público en unos cuantos minutos se informaba sobre los aconteceres del mundo, especialmente con relación a la guerra. No obstante, cualquier noticia religiosa de interés, se incluía. El 23 de febrero de 1939 se anunció lo siguiente en el impreso lagunero: “Con motivo del reciente y sentido fallecimiento de su santidad el Papa Pío XI exhibiremos la película tomada en el Vaticano con detalles interesantísimos de su vida y de su ser y el momento en que envía su bendición al mundo católico escuchándose su voz en los teatros Martínez y Princesa”. Fue precisamente Pío XI quien había publicado, tres años antes (15 de julio de 1936), la encíclica Vigilante Cura con relación explícita al cine. En ella se mencionaba que el cinematógrafo podía convertirse en un medio de instrucción y educación y no ya de destrucción de las almas. En ella se advierte a la población acerca de la licitud de observar algunas películas y otras no. En la década de los treinta, con el apoyo de este Papa, surgió la Liga Mexicana de la Decencia que difundía en una “hojita de apreciaciones” las películas que moralmente podían ser vistas.
En los siguientes años surgieron superproducciones con temas religiosos. A mí me tocó ver muchas de éstas, durante mi infancia, en los matinés del cine Torreón: “¿Quo Vadis?”, “Ben Hur” (la segunda versión), “Los Diez Mandamientos”, “Barrabás”. Pero ya en mi adolescencia, fui testigo del cambio radical: experimenté en carne propia la modernidad y lo que conlleva: los múltiples puntos de vista sobre un mismo aspecto. Los sesenta transformaron radicalmente la religiosidad desde el mismo corazón de la Iglesia Católica y la exclusiva visión de la divinidad del hijo de Dios fue socavada. La búsqueda de un Jesús más cercano fue explorada en el cine: la exhibición de la película “Jesucristo Superestrella”, causó revuelo entre los laguneros y el obispo de Durango en ese entonces, la prohibió en su jurisdicción. Claro que muchos jóvenes gomezpalatinos y lerdenses la vinieron a ver a Torreón sin ningún problema. Fue la primera película “irreverente”, adaptando la historia de Jesús al contexto de los años setenta. Esta cinta fue el inicio de muchas más que ya no circularían en las Semanas Santas o en las Navidades. Incluso, algunas tardaron años en ser presentadas en México, como “La Última Tentación de Cristo” que llegó a México luego de 16 años de prohibición por las autoridades eclesiásticas que consideraron que destacar la fragilidad humana y emocional de Cristo ofendía las creencias de los mexicanos. Las “hojitas de apreciaciones” habían desaparecido: la prohibición pareció una mejor medida.
Quizá la Semana Santa pueda ser aprovechada para indagar y pensar crítica y profundamente sobre aquellos aspectos religiosos que causan inquietud en la institución. Hace apenas unos días, el Papa Benedicto XVI le pidió al teólogo Jon Sobrino “el silencio más absoluto”: se le acusa de realizar en sus libros ciertas proposiciones que no están en conformidad con la doctrina de la iglesia, básicamente “falsear la figura del Jesús histórico al subrayar en demasía la humanidad de Cristo, ocultando por el contrario, su divinidad”.
Le recomiendo dos sitios interesantes para navegar en estos días: http://www.comunidadvirtual.net/ y http://www.redescristianas.net/ ¡Buen descanso!
lorellanatrinidad@yahoo.com.mx