El engaño proviene de las llamadas olas de democratización. A principios del siglo XX la mayoría de la población mundial no vivía en países democráticos (12 de 63). Aquellos que eran considerados democracias en realidad lo eran a medias según los parámetros actuales. La descolonización, el avance de los derechos humanos y la homologación de ciertas condiciones generaron el espejismo. Allí donde exista competencia real entre partidos, relevo de dirigentes, reglas prescritas, allí habitaría la democracia. Vino la fiesta: en la segunda mitad del siglo XX muchos países cumplieron con el formulario.
De pronto el asunto se descompuso. Según las cifras de The Freedom House alrededor del 70 por ciento de la población mundial vive ya en democracias, pero sólo alrededor del 30 por ciento goza de libertad de prensa. ¿Cómo es eso? ¿Puede haber democracia real sin libertad de prensa? Las contradicciones afloraron. Surgieron entonces otras teorías menos optimistas que las olas. Las democracias formales son un avance pero... el camino apenas comienza. Los riesgos están allí. En la travesía hacia la democracia acechan peligros. Fujimori llegó al poder con reglas democráticas, una década después los peruanos botaron al incipiente dictador por corrupción y violaciones a los derechos humanos. Hoy merodea para volver al poder. El golpista Chávez lleva tres elecciones y hoy tiene enfrente la posibilidad de la reelección indefinida. Correa sigue el mismo camino: montado en la popularidad desmonta a los poderes instituidos para quedarse en el poder. A Nicaragua regresa Ortega, el mismo de la “piñata”, a armar su tinglado autoritario. En México el casi ganador de la contienda presidencial mandó al “demonio a las instituciones”. Algo anda mal.
Los teóricos reaccionan. El camino a la democracia no es lineal, como en las estaciones de un tren. Las regresiones son posibles. ¿Por qué ocurren? ¿cuándo se dan? Depende de múltiples factores. Está bien esa respuesta pero, ¿cuál es la conclusión? Los teóricos lanzan una vaguedad que no lo es: las democracias formales no bastan. Si la democratización no involucra a los valores ciudadanos, el riesgo sigue existiendo. Cuando los procesos de democratización se dan de arriba para abajo, la base seguirá siendo frágil. No es claro que las democracias formales conduzcan a valores liberales. Sí en cambio que los valores liberales, su predominio, son la única garantía para las democracias estables.
En 2000 México festejó el arribo de la alternancia en el más alto nivel. El escogido para el trance resultó un tipo bastante poco democrático: usó a sus anchas el poder presidencial para influir en los procesos electorales, (fue un fracaso) denostó opositores, lanzó un fallido proceso para sacar de la contienda al principal opositor y, por si fuera poco ¡trató de dejar a su mujer en su puesto! Se pensó que habíamos pasado la peor prueba: si pudimos sobrevivir a Fox, las instituciones son fuertes. Llegó la sorpresa. Fox era locuaz e irresponsable, no tenía una estrategia, por fortuna fracasó en todas sus intentonas autoritarias. Pero sí hubo consecuencias.
El hecho de que el primer presidente no priista fuera un tramposo, que jugueteara con las normas democráticas, que se burlara de ellas, independientemente de su éxito o fracaso, habilitó a todo mundo a intentar lo peor. Se desnudó la ausencia de una auténtica ética democrática. Ya metidos en la ruindad, todo se vale. Calderón llega arrinconado. El país está al borde de un nuevo despeñadero económico y político. Con pragmatismo resuelve gobernar pactando. La estrategia es correcta, salvo que se echa encima algunos alacranes. Como la rana, Calderón quiere cruzar a la otra ribera, pero en la naturaleza del alacrán está picar. Calderón decide ceder áreas, la reforma política, con tal de obtener apoyo en otras, la reforma fiscal, energía. Nademos a la otra orilla dice, pero a medio camino siente ya el punzón en el lomo. Los partidos políticos son alacranes, quieren todo para ellos.
Limitaciones a la libertad de expresión de cualquier ciudadano, remoción de los consejeros ciudadanos, amagos a las libertades de los medios de comunicación, un contralor a modo para poder “correr” a los nuevos consejeros, nacimiento de una nueva inquisición para sancionar a la propaganda negativa, limitaciones a los encuestadores, limitaciones a los derechos políticos para evitar a los “tránsfugas”, y un largo etcétera. Poco a poco aparecen los acuerdos del nuevo código electoral y los sustos se incrementan. Los ganadores son uno solo, los partidos políticos. Perdedores todos, el resto, incluida la ciudadanía. Calderón puede pasar a la historia como el presidente de la gran contra-reforma. La incipiente democracia mexicana está amenazada.
Habrá quien piense que se trata de una exageración. Veámoslo en perspectiva. PRI; PAN y PRD encontraron sus puntos de coincidencia: aquellos que los favorecen en el control del aparato electoral. Fue fácil. Sus intereses no coinciden con los de la ciudadanía ni con los de Calderón. Pero qué importa, están solos frente al botín. El PRI en apariencia está en manos de su líder senatorial. Los mentados principios de su presidenta brillan por su ausencia. El PRD camina con un hacha en la frente: obedece a AMLO, los otros al final del día se doblegan. El PAN de Espino, infectado de locura, ha ido contra el propio presidente de la República, que por cierto pertenece al PAN. Los tres por distintos motivos, por ausencia de auténticos valores democráticos, han fraguado la regresión mexicana. ¿Aceptará Calderón promulgar esta porquería?