Regreso al Norte
Cuando a Omar lo deportaron, su jefe en la construcción estaba tan preocupado por perderlo que le pagó el viaje de regreso, ‘coyote’ incluido. Esto permitió a Omar y a su cuñada reunirse con su familia en Denver.
PIEDRAS NEGRAS, COAH.- El grupo empezó una travesía probablemente peor que la que ya pasaron. La oscuridad de la noche se los comía con una complicidad favorable, mientras volteaba la cabeza cada 10 pasos para verlos desaparecer en el desierto de Texas.
Ahí regresé a Piedras Negras y el grupo partió al Norte. Después de unos días ya de regreso en Torreón, recibí las primeras noticias de lo que fue mi grupo de viaje. Lo primero fue saber que los tres llegaron a San Antonio tal y como estaba planeado y de ahí salieron a sus lugares de destino. Omar, que iba a Denver, me ofreció algunos detalles del viaje.
Caminaron dos días, afortunadamente no se encontraron con migración por ningún lado. Me contó Omar, que el trayecto fue pesado, descansaban en el día y avanzaban en la noche. Eva y Lilia se portaron a la altura de las circunstancias, caminaron a buen paso y no se quejaron a pesar de lo difícil del terreno. Las provisiones que llevaban fueron exactas, porque caminar por el desierto es muy agotador, pero ‘el negro’ les fue diciendo cómo administrar su dotación y finalmente salió todo bien.
Dos días después de estar acariciando el desierto de Texas, con las plantas de los pies, llegaron a un rancho cerca de San Antonio. Ahí los esperaba una camioneta Bronco de cabina cerrada y de modelo no reciente, a unos metros de un camino de terracería. La abordaron de tal modo que no se viera, sino el conductor y un acompañante, es decir que el segundo guía, Omar y su cuñada, viajaban en la parte trasera de la camioneta, en el piso, a fin de no ser visibles cuando llegaran y transitaran por la autopista.
Luego de unos 20 minutos de recorrido llegaron a una casa de San Antonio. En la casa habían unas 40 personas más, habían llegado hasta ahí de la mano de otros guías, los trasladaban hasta este lugar, literalmente como si fuesen “mercancías”.
Cada que se completaba un grupo de 4 personas que tuvieran la misma ciudad de destino se marchaban. Omar y su cuñada sólo pasaron en la casa un día, porque otros dos migrantes de Zacatecas coincidieron en el viaje y se marcharon juntos a Denver. Eva se quedó ahí, con dos migrantes más en espera de un cuarto viajero a Michigan.
PARTE DE LA ESTADÍSTICA
Finalmente, Eva, Omar y su cuñada Lilia terminan siendo parte de las estadísticas, de las que señalan que como ellos en Estados Unidos existen cerca de 12 millones de inmigrantes indocumentados residiendo permanentemente.
La cifra exacta nadie la sabe, el último informe realizado por el Departamento de Seguridad Interior (DHS) y la Oficina del Censo estadounidense indicó en agosto pasado que la cifra de inmigrantes indocumentados era de unos 11.6 millones hasta enero de 2006, teniendo en cuenta que aproximadamente unos 700 mil cruzan cada año de manera ilegal, según datos del mismo estudio.
Las cifras dicen que el 85 por ciento de indocumentados capturados son de origen mexicano, pero en el caso de los indocumentados la nacionalidad no importa, mucho menos para los empleadores que de una u otra manera se ven beneficiados al obtener una mano de obra más barata que moviliza su economía de mercado, la mano de obra indocumentada que moviliza, por ejemplo: el ramo de la construcción, la agricultura y los servicios.
La mayoría de los indocumentados en el país trabaja en el sector de construcción, otro 15 por ciento en el área de manufactura y un 4 por ciento en agricultura. El Pew Hispanic Center indica que 24 por ciento de los trabajadores en el sector de agricultura son indocumentados; así como 17 por ciento de los que trabajan en actividades de limpieza; 14 por ciento en construcción y 12 por ciento en la industria de los alimentos.
También se estima que uno de cada cinco trabajadores en labores de construcción no tiene un estatus legal, teniendo en cuenta que en el ramo de la construcción son incluidos los trabajos de plomería y electricidad, para los que se requiere licencia, es decir que son realizados por norteamericanos casi en su totalidad, lo que indica que otros son realizados casi en su totalidad por hispanos.
Uno de cada 6 empleados en la industria del turismo se encuentra en las mismas circunstancias. Además 21 por ciento de los empleados domésticos son indocumentados, sin mencionar que el 63 por ciento del trabajo doméstico no se registra.
OMAR, CONSTRUCTOR
Éste es el caso de Omar quien nunca había trabajado en la construcción en su Torreón natal, pero que llegando en su segunda ocasión a los Estados Unidos tomó este trabajo por ser el primero que le ofrecían, la situación es irónica, después de tres años de experiencia se había convertido en maestro de “framing”, es decir la construcción de casas al estilo norteamericano, en madera, trabajo que actualmente conserva con un salario de 18 dólares por hora, como el jefe de la cuadrilla de otros 5 mexicanos que trabajan bajo su supervisión.
Cuando Omar fue deportado a México, el dueño de la constructora para la que trabaja se vio tan afectado, pues en ese momento tenía un proyecto de construcción grande, que fue él quien le llevó el dinero a la esposa de Omar para que éste se regresara a trabajar y regresara a su vida cotidiana, su coche Corvette, su casa de dos plantas con enorme jardín y lo más importante, su esposa costarricense y sus dos hijos ya norteamericanos.
Según el mismo Omar, su situación no es la única, dice que existen cientos de empleadores norteamericanos del ramo de la construcción, que han hecho o harían lo mismo que su patrón por sus trabajadores indocumentados, por miles de hispanos que se han hecho expertos en, “roofing, siding, drywall o foundation”, a tal grado de calidad, que sin importar su estatus migratorio son valiosos para sus patrones que obtienen ganancias importantes por esta actividad.
Muchas veces el afecto de estos empleadores norteamericanos se queda solamente en manifestaciones de cariño, como pagar el costo del viaje, con ‘coyote’ incluido, para que su empleado regrese.
Sin embargo, ninguno se anima a solicitar un permiso de trabajo, o intentar regularizar la situación migratoria de quien está laborando en su empresa. 73 por ciento de los migrantes ha sido deportado o fichado por la migración estadounidense, lo que significa que ya no podrán aplicar para regularizar su situación, aunque el mismo patrón lo exprese.
La primera vez que Omar fue a los Estados Unidos, trabajó en un restaurante de comida italiana donde los cocineros eran mexicanos y el dueño de El Salvador. Vivió durante 7 meses de este trabajo, era lavaplatos en Nueva Jersey.
Viajó para pasar una Navidad en Torreón con su familia y se quedó por dos años, hasta que su trabajo en la maquila se terminó y aceptó la invitación a trabajar en Denver, donde conoció a su esposa costarricense y a un constructor que le ofreció trabajo de ayudante.
Casos como el de esta pareja, que en lo único que coinciden es, en su situación migratoria de “indocumentados”, son el pan de cada día en un país como Estados Unidos. Omar conoció a su esposa en un baile en Denver y ahora que están establecidos ahí, son ilegales, pero si él quiere viajar al país de ella, seguramente tendrá que llenar formas y formas, iguales a las que tendría que llenar ella si quiere visitar el país de él. Sin dejar de lado que ahora tienen dos hijos nacidos en territorio estadounidense.
EL SUEÑO
El paraíso de los dólares es relativo, hay historias de todo tipo, tantas como indocumentados trabajando. A Omar y a su familia les ha ido bien. Su esposa limpia casas, habla inglés y esto, junto con algunas recomendaciones del jefe de su esposo, le sirvieron para hacerse de una cartera de clientes.
Trabaja con otras cuatro indocumentadas, cobra 100 dólares por casa, limpia cinco o seis al día dependiendo, y no trabaja los fines de semana.
Pero no siempre a todos los migrantes les va bien en la Unión Americana, muchos se quedan hasta en el intento de cruzar el desierto. Una familia de migrantes como la que conforman Omar y su esposa, integrantes de una sociedad que a veces ni comprenden, finalmente tienen una vida de mayor calidad, mejor que la que llevaban en sus países de origen.
Por eso Lilia llegó con ellos, porque los planes de su hermana, son ampliar su negocio y limpiar más casas. También Omar quiere mandar por sus dos primos, para que trabajen con él. Para que logren cumplir ese sueño americano y tener un carro y una casa como la que nunca pensó tener si se quedaba en Torreón.
De las tres personas con la que inicialmente emprendimos el viaje desde Monterrey, solamente de Eva no volví a saber nada, seguramente llegó a su destino final, Michigan; seguramente está por ahí perdida en alguna de las estadísticas que se levantan a diario sobre este fenómeno. Comenzaría una nueva vida, haciendo parte de ese 17 por ciento de hispanos que se dedican a trabajar en la limpieza, igual que Lilia y su hermana que limpian casas en el vecindario donde habitan en Denver.