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Relatos de andar y ver| Réquiem por ellos

Ernesto Ramos Cobo

A propósito de emancipaciones tempranas. Un chico que la está rompiendo en el circuito ajedrecístico mundial es Magnus Carlsen, noruego y de sólo dieciséis años. Ante su reciente segundo lugar en el torneo de Linares, sólo detrás del Indio Anand, le llueven comparaciones con Kasparov o con el mítico Fischer, ya que una hazaña semejante no tenía precedentes en 450 años de competiciones internacionales. Existen en Ajedrez historias de precocidad semejante: Capablanca desde los diez años era uno de los jugadores más fuertes de Cuba; Kasparov -el ogro de Baku- se coronó campeón del mundo a los veintidós; nadie más poderoso que Robert James Fischer a los catorce en el Manhattan Chess Club; el inmortal Reshevsky aprendió a mover las piezas a los cuatro y a los seis ya brindaba partidas simultáneas. Ante los hechos de esos niños prodigio, y sumando unos años más para que la normalidad se asiente, podríamos decir que desde la primera juventud estamos listos intelectualmente. ¿Cuál es entonces la edad indicada para emprender la marcha?

Resultan sorprendentes las historias de inmigrantes que casi niños vinieron a hacer las Américas. El bultito sobre el hombro se fue ensanchando junto con sus recuerdos, incesante, cayéndoseles los años de las botas en ese basto horizonte de oportunidades. Formaría aún más el saber sobre las historias desafortunadas, y no sólo sobre aquéllas a las que la plata y el tiempo han ido mitificando. Deslizando el cordel y presionando la moneda a la goma de mascar, brevemente, para evadir el destino de una alcantarilla obscura. Vito Corleone, Ellis Island, 1901 -después de colocar el portafolio sobre la cama- canta ante la ventana en siciliano lleno de nostalgia. Tuvo que haber sido Coppola… obviamente.

Lo anterior viene a cuento a propósito de la tardía emancipación juvenil que en la actualidad atestiguamos. Nuestras sociedades tienen como constante la estructuración de los ciclos de vida en periodos definidos con actitudes y posiciones compartidas. Mas la juventud de ahora, sin embargo, se nos muestra con fronteras difusas y alargadas, obedeciendo al parecer ese retraso emancipatorio a las siguientes razones: (i) la prolongación de la etapa formativa; (ii) la tardanza o retraso en la obtención de independencia económica y (iii) la tardanza en la formación de nuevas unidades de parentesco. Lo anterior, aunado a la permisibilidad familiar, ha dado paso a un círculo de comportamientos del cual quedan dudas sobre cómo adjetivarlo.

En todo caso -y con independencia del virtuosismo o perversidad de la tardía emancipación- es necesario identificar sus causas y efectos, principalmente en materia demográfica, económica y de seguridad social; requerimos elementos que permitan delimitar responsabilidades y encausar el fenómeno sobre parámetros de desarrollo integral y productividad. Se precisa, sobre todo, rescatar el optimismo y el arrojo para emprender la marcha, con el espíritu de las mujeres y los hombres que desde muy niños vinieron a las Américas a llenarse las manos de callos.

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