Las riendas de la historia
La semana que termina tuvo una serie de acontecimientos sangrientos, de los cuales sólo cito los siguientes: (i) la barbarie causada por cuatro automóviles bomba que dejaron en Bagdad cerca de 200 muertos; (ii) la locura del joven sudcoreano que arrasó con más de treinta en una universidad estadounidense; (iii) la balacera en un hospital de Tijuana convertido en campo de batalla por los narcotraficantes. De nueva cuenta y a tiempo real, hemos visto la sucesión de noticias peleando su preeminencia en las tapas de los periódicos; hemos atestiguado una vez más el debate sobre las razones; la lucha política peleando por apoderarse de los despojos; las buenas intenciones como punto de partida para encontrar las respuestas. Con un clic hemos podido abandonar nuestras diarias labores y saltar del manifiesto cibernético del sudcoreano al repetido video de un gol soberbio. Esa trivialización de la noticia nos ha hecho olvidar –probablemente— que detrás de cada cabeza perforada había sueños y una familia esperando para las próximas vacaciones; la actual saturación de imágenes nos provoca una sensación de hartazgo, una coraza que invade e insensibiliza, que termina por ensimismarnos.
Racionalizar el devenir sería considerar como un hecho el progreso surgido del Siglo de las Luces. Reconocer que existe un movimiento continuado, paciente y lineal hacia la civilización y que todo el acontecimiento actual es parte de ese camino hacia la civilidad, por más tortuoso que sea. De manera opuesta es posible pensar que las formas engendradas por la humanidad posen una existencia autónoma, su necesidad inminente y la singularidad de sus razones. Cualquiera que sea la forma en que quiera verse, lo evidente es que la tesis de Fukuyama del fin de la historia ha sido refutada por la realidad y diariamente y cada vez con menos sorpresa, vemos conflictos, sinsentidos, acontecimientos impensados y sangrientos, como si nuestro devenir fuera sobre una barca de madera en un río caudaloso, hacia un puerto incierto y con mínima injerencia.
No podemos sucumbir al desasosiego que provoca la total incertidumbre, ni pensar que nada puede hacerse desde las acciones individuales. Recordemos que el accionar colectivo y la historia surge precisamente del quehacer individual. Debemos retomar la consigna de actuar desde la individualidad para buscar el mejoramiento colectivo, aceptando las diferencias en la búsqueda de objetivos comunes. Debatir y definir nuestras prioridades y la forma de alcanzarlas, es el primer paso: paz, educación, eliminación de la pobreza o cualquier otra que determinemos de consenso. Inventariar y fortalecer los elementos con los que contamos para resolver nuestros retos es de igual forma imperante: el Estado de Derecho, las instituciones legítimas, los cauces democráticos. El mando firme que nos merecemos sólo se logra con carácter institucional y desde la legitimidad y el consenso. Consenso y mejoramiento colectivo que debemos buscar desde nuestro accionar diario, sin permitir que la barbarie se apodere de la cultura.
Debemos proteger a toda costa que la vida guiada por el pensamiento no ceda su paso al alienamiento ensimismado.
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