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Remedios (drásticos) para el problema de las pensiones | Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Luego de muchos gritos y sombrerazos, nuestros augustos legisladores finalmente desquitaron el jugoso sueldo que devengan y aprobaron la reforma al sistema de pensiones del ISSSTE. Que no es sino una de muchas bombas de ese tipo cuyas mechas se van acortando poco a poco. Y no sólo aquí, sino en todo el mundo.

El sistema de pensiones es una novedad del siglo XX: antes de la centuria pasada y a menos que uno fuera aristócrata o J. P. Morgan, la gente seguía trabajando hasta el día de su muerte; no existía ese estado ideal que se llama “retiro”, ni la posibilidad de gozar en la fiaca total eso que dan en considerar “los años dorados”.

Pero llegó el New Deal de Roosevelt y el Estado Benefactor, y se consideró que había que darle una mejor vida a quienes se la habían pasado trabajando. Y se estableció legalmente que la gente pudiera ver transcurrir sus últimos años en paz, sin tener que levantarse temprano ni hacerle caso a patrones latosos.

Ahora bien, se suponía que esos últimos años serían pocos. La expectativa de vida en los años cuarenta andaba por ahí de los cincuenta y cinco o sesenta años. Así que se esperaba que uno recibiera el cheque de su jubilación, diera tres pasos fuera de la chamba y cayera fulminado por un infarto. De esa manera no habría bronca por los montos de las pensiones: la gente tendría la buena disposición de morirse antes que andarle pagando durante mucho tiempo.

El problema fue que la ciencia médica y la generalización de la salubridad pública hicieron subir la expectativa de vida de manera casi exponencial. Algo que se suele olvidar es que, a nivel mundial, en el siglo pasado ésta ascendió 22 años: de 44 a 66 años, el mayor aumento en la historia. Y eso es el promedio. Hay países como Suecia en donde estadísticamente las señoras pueden esperar seguir dando la función hasta después de los 80 años.

(Digo las señoras porque generalmente las mujeres tienen una expectativa de vida más elevada que los varones. Por supuesto que ello se presta a no pocos chistes y comentarios socarrones; pero estando las cosas como están entre las feministas furibundas, prudentemente me abstendré sin ceder a la tentación).

Ni en México ni en ningún lado se tuvo en consideración ese sustancial cambio. De manera tal que los sistemas de pensiones en vez de mantener a la gente durante un lustro, tuvieron que hacerlo durante décadas. Y el sistema no dio para más. Por ello en muchos países se ha tenido que alterar sustancialmente los regímenes de retiro.

Pero en nuestro país, cuándo no, además existen otros factores que agravan la situación.

Los gobiernos priistas, tan afectos a regalar lo que no era suyo, diseñaron una serie de dádivas y prebendas (pagadas con los impuestos de todos) a los empleados de ciertos sectores, segura carne de cañón a la hora de los acarreos y las elecciones. De manera tal que ciertos servidores públicos tenían ventajas y beneficios muy por encima de los de la población común y corriente. Por ejemplo, recuerdo el pasmo que nos causaba a la pandilla de la colonia, allá en los años setenta, el espectáculo diario que daba el padre de un vecino. El señor se la pasaba regando el jardín durante toda la tarde, sin hacer ninguna otra actividad. Cuando inquirimos al respecto, por qué el señor no iba a trabajar como lo hacían todos los demás paterfamilias, el vecino nos comentó que se había jubilado de la CFE. Calculo yo que el hombre tendría entonces unos cuarenta y cinco años, con certeza no más de cincuenta. Así que probablemente todavía es fecha que sigue acabándose el acuífero. Gracias a esas prebendas, el costo de las pensiones subió logarítmicamente, de manera tal que se convirtieron en un pozo sin fondo, a donde va a dar el dinero de todos los contribuyentes. Y en proporciones francamente delirantes: según los alarmistas, las pensiones del ISSSTE se iban a chupar todo el PIB nacional en una década más.

Si a eso le añadimos que los sindicatos gangsteriles y la izquierda mesozoica se niegan a considerar siquiera eso que se llama realidad objetiva, nos encontramos con que, pese a las reformas, la cuestión de las pensiones seguirá siendo un asunto contencioso. Por tanto, hay que considerar algunas alternativas de solución.

Vista desapasionadamente, la cuestión es lo mucho que aguanta la gente después del retiro. Así pues, una alternativa es hacer que la gente dure menos. No, no propongo la reactivación de La Mataviejitos ni mucho menos. Pero sí considerar algunos… digamos… mecanismos para que la Vieja Guardia pase a mejor vida más rápido, habiendo disfrutado al máximo la presente. Aquí les van algunas ideas al desgaire.

1.- Regalar Viagra (a puños) con la presentación de la credencial del INSEN. Uno de los aspectos (dicen) más tristes del retiro es que, teniendo tiempo de sobra en las manos, no hay ya mucha capacidad para aprovecharlo en actividades de libídine y fornicio, como dice el buen Catón. Si la Secretaría de Salud regalara estimuladores erectiles a los adultos mayores, creo que éstos (y sus parejas) lo pasarían muy bien… aunque con la consecuente mella en el músculo cardiaco, que no está hecho para andar en esos trotes a tales alturas del partido. Quizá ese tipo de actividad recortará algunos añitos a la expectativa de vida. Pero ¿a quién le importa la cantidad, si mejora la calidad… y la dureza?

2.- Organizar infinitos maratones de baile en las plazas, con atractivos premios para los más aguantadores. Los de la Tercera Edad suelen solazarse en bailongos públicos, organizados por las autoridades, en donde le dan vuelo a la hilacha con música de sus buenos tiempos (aunque de repente les caigan rayos, como le ocurrió a un infortunado senecto hace poco en La Ciudadela; lo que es estar salado). Eso sí, a las diez de la noche les apagan el sonido y todo el mundo para casita. Lo cual me parece anticlimático e injusto. Sugiero que tan afectiva actividad se prolongue hasta la madrugada, de manera tal que los viejitos puedan raspar más el guarache, agotando fuerzas y energías de manera particularmente deleitosa. Los premios deberían ser lo suficientemente atractivos (pañales estampados, dentaduras postizas de titanio) como para que sobraran quienes pusieran a prueba su resistencia.

3.- Ofrecer abundantes descuentos en fritangas, comida chatarra y cigarros a los mayores de 65 años. La cantidad de grasa y colesterol que consume un mexicano promedio a lo largo de su vida debería ser suficiente como para matar de un infarto a un rinoceronte adolescente. Sin embargo, por cuestiones que quizá tengan que ver con el ADN mexica, las (aún desconocidas) propiedades del nopal y la Virgencita Morena, somos harto aguantadores al taponeo de arterias y el soponcio por sobrepeso. Pero se podría acelerar el proceso y al grito de “¡Ya pa’ qué cuidarse!”, promover el consumo de mugreros entre los que ya sobrevivieron a cuanta sustancia letal callejera y armamento biológico de carrito les puso enfrente el Mexican Way of Life.

¿Cómo la ven? Son sólo tres modestas propuestas, pero que invocando la razón de Estado (como si el Estado fuera razonable) pueden ponerse en marcha y ayudar a destrabar el Nudo Gordiano de las pensiones. Y ahora sí que lo comido, lo bailado y lo otro, ni quién se lo quite a uno.

Consejo no pedido para jubilarse tempranito: Vea “Club Eutanasia” (2005), con Rosita Quintana, Héctor Gómez, Chabelo, Sergio Corona y Eduardo Polivoz, filme con bastante humor negro… como el que debería aprovecharse más en el cine mexicano. Provecho.

PD: ¿Para cuándo el par vial Tecnológico-Gómez Morín? ¡Se tardaron menos en organizar las pollocoas para levantar el Templo de Artemisa en Éfeso! ¡Y ya se me acabaron las Siete Maravillas!

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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