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Reprobados en educación

Juan de la Borbolla R.

Muchas veces hemos insistido en estas páginas editoriales que el principal, por no decir: el único problema que le aqueja a México es el de las deficiencias que mantiene el proceso educativo.

La educación de una persona y por consiguiente de un pueblo, no se agota en su proceso formal de instrucción. Esta es una parte muy importante del proceso educativo, pero no es la única ni la más determinante para que dicha persona y dicho pueblo se lleguen a considerar plenamente educados.

Bien sabemos que hay personas con estudios de doctorado que son auténticos patanes sin la mínima educación y a contrario sensu hay otras con mínima escolarización pero dueñas de una personalidad madura y bien configurada, producto de la educación recibida principalmente de sus padres desde su más tierna infancia.

Ahora bien si un proceso que puede mantener objetivos y fines medibles y objetivables como es el de la instrucción formal ha sido calificado por diversas instituciones nacionales y extranjeras como reprobado; que no podemos decir de todo el proceso integral de la educación en México.

Sabemos por ejemplo que los procesos de instrucción de las matemáticas en primaria y el aprendizaje de las ciencias al mismo nivel primario, merecen calificaciones reprobatorias por connotados organismos calificadores de la instrucción, y que también la disposición para el estudio de las ciencias, en lo que se refiere a los alumnos de secundaria se encuentra muy alejado de los parámetros de excelencia de la enseñanza.

Y mientras tanto el esfuerzo de las autoridades educativas de este país y de los mentores se enfoca por una parte a esconder estos vergonzosos datos o a plantear simplemente toda su actividad en pugnas y grillas de tipo político y sindical, en vez de enfocarse a mejorar sustancialmente la instrucción y también la educación que desarrollen los niños y jóvenes de México.

Un primer problema que se da en esta materia es que el sistema educativo gubernamental en su afán de ser el monopolizador de la instrucción primaria y secundaria en este país desde que Plutarco Elías Calles lanzara ese famoso “Grito de Guadalajara” el 20 de julio de 1934 acabó provocando que, para muchas personas, la instrucción y la educación sean vistas como un gasto y no como inversión: “Y si ese gasto educativo lo puede llevar a cabo el Gobierno, que para eso pago mis impuestos, pues que lo haga, así ya tendré yo para darme ciertos gustitos”.

A partir de esa premisa conformista lo que se haga o deje de hacer en el proceso instruccional acaba siendo indiferente para quien tiene esa visión y de ahí que padres, profesores y también los alumnos, nos acabemos conformando que el famoso panzaso:

“pansé de panzaso”; “me saque un 6, que a fin de cuentas es mejor que el 5”, “total el 10 es pura vanidad” y con argumentos tan socorridos como los anteriores acabamos en esos paupérrimos lugares en una simple muestra de efectividad instruccional.

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