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RUMBO AL CENTENARIO/Don Carlos Gómez Palacio: sus recuerdos de Torreón

Roberto Martínez García

(Primera de dos partes)

Uno de los personajes laguneros que merecen nuestra admiración y respeto, por su don de gentes y trabajo profesional, es el arquitecto Carlos Gómez Palacio y Bracho (QEPD), representativo de una época en la arquitectura torreonense. Descendiente de la rama familiar del gran patricio duranguense don Francisco Gómez Palacio, de alguna manera se sintió atraído por las tierras laguneras a las que ya conocía en 1933, año en el que inició sus estudios en la UNAM de la Ciudad de México.

Tuve la oportunidad de conocer al arquitecto Gómez Palacio el 19 de septiembre de 2002 cuando, acompañado por la maestra Silvia Castro y mi esposa María del Pilar, acudimos hasta su domicilio en la ciudad de Durango. Entonces trabajábamos la maestra Castro y un servidor en el proyecto del Museo Arocena y buscábamos obtener copias de los planos del Casino de La Laguna. Don Carlos, tan caballero como siempre, nos atendió con toda oportunidad y atingencia.

No faltó la oportunidad de preguntarle sobre su vida como arquitecto, por él supimos que empezó a trabajar en la Secretaría de Educación Pública, en el Departamento de Edificios, para ayudarse en los estudios. Eso le dio la oportunidad de terminar su carrera, su tesis versó sobre un Centro Obrero en Atlixco, Puebla.

En 1939 llegó a Torreón invitado por su tío, el ingeniero José Bracho, para que se incorporara como socio a su empresa. El ingeniero Bracho ya había dejado su huella en suelo de Torreón, el actual Mercado Juárez es parte de su obra.

No pasarían desapercibidas las anécdotas que durante su quehacer sucedieron, las más, relacionadas con la falta de conocimiento arquitectónico de los clientes, como aquél que se opuso a la construcción de una escalera helicoidal, ya que para él era un alarde de ingeniería y temía que fuera a caerse, o bien, cuando un presidente del Consejo de Administración del Casino de La Laguna en plena fiesta, la noche de la reinauguración, fue a consultarlo, después de hacer que la orquesta suspendiera la interpretación de La Bamba, ya que el segundo piso se cimbraba ante los fuertes golpes que las parejas de bailadores proporcionaban al piso. Aquella vez se escuchó la orden terminante del presidente del Consejo por todo el edificio: ¡Paren la música!, ¡Paren la música! Al mismo tiempo que preguntaba al arquitecto Gómez Palacio. ¿Esto se va a caer? No había tal peligro, pues el piso estaba sostenido por viguetas de fierro y fuertes muros de piedra.

En dos ocasiones sus conocimientos en arquitectura fueron necesarios para remodelar el Casino, en 1948 y veinte años después, en 1968, cuando solamente elaboró los planos.

Para los asistentes a la entrevista fue impactante ver cómo un hombre con tantos años a cuestas conservaba tal energía en su vida diaria, todavía impartía clases en la Facultad de Ingeniería Civil y Arquitectura de la Universidad Juárez del Estado de Durango; su relación con alumnos era cotidiana.

Sus ojos brillaban cuando sugeríamos con nuestras preguntas volver al pasado. El Torreón de sus ayeres estaba presente en todo, no pasó desapercibido el Canal de la Perla, el cual “todavía no era descubierto”; el tema vino a tratarse cuando uno de sus alumnos llegó con el plano del Casino y observamos en él al dichoso Canal. Sus palabras fueron: “El Canal de la Perla está embovedado con ladrillo, tres capas de ladrillo. En el Banco de La Laguna de la calle Cepeda está como a 70 centímetros del ras de la calle... cuando yo estaba haciendo la remodelación del Banco se tuvo que abrir el piso del muro lateral y en la banqueta se respetó la bóveda. Ya en la calle, a pesar de que les advertí que lo hicieran con cuidado, el de la retroexcavadora ignoró mi consejo y dejó al descubierto una parte de la bóveda, permitiendo con su acción que se tocara hasta con la mano. Tuvieron que cerrar de nuevo, ya que el canal está lleno de lodo negro y en caso de llover, toda la suciedad que por ahí habita llegaría a ser un problema para la salud pública”.

No faltó la anécdota lingüística cuando en su intervención habló de “guégueres y falalaifes”, presurosos le preguntamos Y eso, arquitecto ¿Qué es? Bueno, los guégueres son colguijes de papel verde y los falalaifes son decoraciones cachiruleadas.

Recordó que en los años cuarenta era común ver a los jóvenes sentados en sillas, afuera del Casino, esperando que empezara la matiné, después de oír misa. A la una de la tarde iniciaba el baile y terminaba a las tres. Era un romántico Torreón donde la autoridad paterna y materna estaba presente hasta en los grandes bailes. Recordó cuando a uno de sus amigos lo reprendió su madre, la que lo observaba desde un corredor o galería que estaba alrededor del salón principal del Casino y desde donde las personas iban a ver el baile, con estas palabras: ¿Qué no te da vergüenza que te esté viendo tanta gente? ¿Qué es eso de bailar de cachetito? Comentarios a:

vobe44@yahoo.com.mx

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