Venir a Chiapas sin la compañía de Jaime Sabines, no tiene sentido. Por eso me hice acompañar de su “Recuento de Poemas (1950-2993)”.
Entre el viento frío de San Cristóbal, me sumergí en sus poemas con el ánimo de reconfortar mi alma y darle calor a mi cuerpo.
Desde luego, que para lograr ese objetivo no hay nada mejor que releer “los amorosos”, cuyos versos nos recuerdan a muchos parte de nuestra historia personal.
Porque, “los amorosos son la hidra del cuento / tienen serpientes en lugar de brazos / las venas del cuello se les hinchan / también como serpientes para asfixiarlos”.
Así hemos sido nosotros, pues nuestras manos han sido más que una simple prolongación del cuerpo. Ellas te han acariciado mil veces y siempre se quedan con ganas de más, como se queda tu cuerpo después de una experiencia amorosa.
Tus venas se hinchan con la sangre que se agolpa como río que tiende a desbordarse. El color se sube a tus mejillas y te ves más hermosa.
“Los amorosos juegan a coger el agua // a tatuar el humo / a no irse”.
Juegan a entregarse sin reservas. Sin importar el tiempo ni el lugar, Lo importante es entregarse por completo, sin limitantes ni prejuicios. Pues “los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo”.
Los amorosos tocan a un tiempo, en su extrema locura, el cielo y el infierno. Viajan entre las nubes y las llamas, sin más forma de transportación que sus propias caricias y sus cuerpos.
Sus historias hablan de siglos de deseos. Deseos nunca satisfechos totalmente, porque siempre quieren más.
Los amorosos requerirían de varias vidas de entrega total para calmar sus ansias.
“Los amorosos se avergüenzan de toda conformación”. Porque ellos nunca se conforman con lo que han logrado, siempre quieren más, buscan más, aman más.
Ellos no se detienen ni ante la muerte. Son capaces de superarla y seguirse amando por toda la eternidad. Su sed de amor es infinita y perenne.
Íntimamente ligado al poema de los amorosos, está el de la Luna. Mucho tienen que decir los amantes de la influencia que sobre ellos ejerce la Luna, que en sus cuatro fases influye sobre sus estados de ánimo, en mayor o menor grado.
“Un pedazo de Luna en el bolsillo –escribe Sabines— es mejor amuleto que la pata de conejo: sirve para encontrar a quien se ama”.
Debo haber traído un pedazo de Luna en mi bolsillo cuando te encontré por mi camino.
Cuando vagaba como lunático en mi juventud, la Luna te tocó y te vi convertida en una diosa de plata.
“Pon una hoja tierna de la Luna debajo de la almohada y mirarás lo que quieras ver”.
Con una hoja imaginaria colocada cada noche debajo de mi almohada, lo único que deseo ver por la mañana, es tu cara durmiendo tranquila a mi lado.
Saber que tú ves la Luna al mismo tiempo que yo, me hace cómplice de una visión divina. No hay mejor medio de comunicación que esa visión conjunta de la Luna.
“Para los condenados a muerte / y para los condenados a vida / no hay mejor estimulante que la Luna / en dosis precisas y controladas”.
Estamos condenados a vivir siempre pendientes de la Luna y sus influjos. El secreto está en que tomemos las dosis exactas para no caer en un estado de locura mayor.
En la dosis correcta, la Luna concede deseos muy grandes.
Tú le pides siempre los mismos deseos. Yo sólo le he pedido uno: que sigas a mi lado, para amarnos hasta el fin de nuestros días.
Y “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.
Seguramente Sabines sabía todo esto y más. Su vida fue un amplio catálogo de experiencias cotidianas y ordinarias. Rica en anécdotas y lecciones de vida hasta mayo de 99, cuando murió.
En aquellos días escribí: “Ayer murió Sabines. Después de haber vivido, vivido, vivido... Envuelto en la poesía”.