A pesar de tan grave situación, las autoridades de ambos lados de la frontera se han acostumbrado a observarla como si fuera parte de la vida cotidiana.
Casi nadie se sorprende de los abusos, excesos y tragedias que sufren los inmigrantes que llegan a los Estados Unidos con el deseo de encontrar un paraíso y quienes terminan por sobrevivir en un calvario por no decir que en el infierno.
Las estadísticas ya las conocemos, cada año mueren más de 400 personas en la zona fronteriza en su intento por cruzar ilegalmente al territorio yanqui.
Pero varios miles más terminan viviendo en peores condiciones de las que dejaron en su país, especialmente las mujeres jóvenes y los niños que son explotados y en muchas ocasiones agredidos física, verbal y sexualmente por una sociedad hostil y violenta.
En los incendios de octubre que atacaron al Sur de California murieron once personas de las cuales ocho eran de origen mexicano al ser alcanzadas por el fuego cuando cruzaban furtivamente por las zonas montañosas.
El analista Leo Zuckerman expresó en su reciente visita a California que el presidente Felipe Calderón pretende “desmigratizar” la agenda con Estados Unidos al grado que este complejo tema lo marginó con el ánimo de no molestar al gigante del Norte.
El periodista Jorge Ramos señala en su artículo semanal que el tema de los indocumentados está envuelto en un misterioso silencio en donde nadie es capaz de sacar la cabeza y menos la casta por nuestra comunidad hispana que vive en Norteamérica.
Este peligroso silencio, al igual que el desinterés del Gobierno mexicano por defender los derechos de sus connacionales, ha dejado el camino libre para que los anti-migrantes redoblen sus sentimientos racistas al tiempo que el aparato oficial norteamericano aprieta cada vez más sus leyes, reglamentos y acciones policiacas en contra de los indocumentados, en especial los de origen latino.
Por todo lo anterior no quedará más remedio que emprender la batalla dentro de los Estados Unidos en base a la unión de las comunidades de inmigrantes.
Pretender que Felipe Calderón, Álvaro Uribe o Hugo Chávez vayan a resolver esta encrucijada con sus reclamos al Gobierno norteamericano es una mera ilusión.
Por lo mismo urge modificar la estrategia y aprovechar la existencia de agrupaciones fuertes y bien establecidas en grandes urbes como Los Ángeles, Dallas o Chicago.
La unión hace la fuerza, dice el viejo refrán, y en este caso la única razón que podría motivar una respuesta positiva de los congresistas y el Gobierno de Estados Unidos sería un movimiento amplio y organizado de las comunidades hispanas del país.
En California al igual que Texas y Nueva York existen líderes y organismos que luchan día a día por los inmigrantes, pero desgraciadamente no están unidos con el resto del país.
Paralelamente la oleada anti-inmigrante aumenta con un activismo impresionante. Algunos sectores de San Diego se preocupan más por quién pagará la cuenta de los inmigrantes que fueron atendidos en hospitales con quemaduras, sin importarles su salud.
Y esto se repite a lo largo de la frontera México-Estados Unidos en donde la discriminación hacia los mexicanos es tan cruel que los paisanos acaban por aislarse y por no participar en movimientos pro-migrantes.
Las mismas Naciones Unidas acabaron por ignorar olímpicamente los sufrimientos de los inmigrantes, quizás porque no quieren confrontarse con su majestad George W. Bush.
Por ello es muy importante que los grupos que defienden los derechos humanos se organicen y realicen en suelo norteamericano una gran cruzada a favor de los inmigrantes.
Huelga decir que la solución no será gratuita ni vendrá del extranjero sino del mero corazón de las comunidades hispanas que tendrán que ganarse a pulso el respeto y reconocimiento de sus actuales detractores.
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