Mientras que en el interior del Panteón Municipal de Oriente la gente recordaba a sus seres queridos, en las calles anexas al cementerio se llevó a cabo la tradicional romería.
“Uno debe entender que nacemos para morir; es la ley de la vida”
Citlalli Zoé Sánchez | El Siglo de Durango
Al compás de las notas del mariachi, las lágrimas brotaban, las personas se abrazaban para mitigar su dolor mientras el féretro descendía a la fosa. El dolor por decir adiós al ser querido estaba a flor de piel. Y fue precisamente ayer, un dos de noviembre, Día de Muertos, cuando ocurrió el entierro.
Pero esto era tan sólo una parte del desfile de vidas entrelazadas en el Panteón Municipal de Oriente, en donde se pudieron observar familias enteras reunidas en torno a los sepulcros de aquellos que ya partieron. Fue así como la alegría de los niños se unió a la melancolía de los ancianos, quienes añoran a sus difuntos.
La muerte fue la causa para que cientos de miles de personas coincidieran al visitar el camposanto que, como sucede año tras año, lució paradójicamente, lleno de vida.
En los pasillos del cementerio se podía observar a gente afanosa en la limpieza de las tumbas, desde el retiro de la maleza hasta el retoque de la pintura. Unos lo hacían en pleno silencio, si acaso con un susurro al compás de que platicaban con su “muertito”. Otros, con la compañía de un conjunto musical, quienes tocaban las canciones preferidas de los difuntos.
Parado al pie de la cruz de un sepulcro, José Isidoro Aguilar Sánchez esperaba que le llevaran las coronas para colocarlas sobre las tumbas de tres mujeres que son importantes en su vida: su madre, su hermana y su hija.
Pero aunque las extraña a todas, es su hija quien mayor huella ha dejado en su corazón. Hace tres años que murió víctima de cáncer pero él no puede evitar la pena que lo acompaña por no tenerla a su lado.
Entre el ir y venir de las personas, se podía ver a los llamados “niños talacheros”, los acarreadores de agua, infantes jugueteando entre las tumbas, verdaderos días de campo entre las fosas y hasta las mascotas.
Ofelia Salas, de 66 años, auxiliada de una andadera para caminar, no dejó pasar la fecha para visitar la tumba de su hija, otra víctima del cáncer. En su caso, hace un año que la enterró y la tristeza que eso le generó aún está presente. “Es como si te faltara una parte del corazón el enterrar un hijo”, platicó.
Y sentada en la sombra de un árbol que está frente al sepulcro de su ser amado, María del Tránsito Contreras conversó que esta fecha le sirve para recordar a su padre y dos de sus hijos, una mujer y un varón.
“Pues uno debe entender que nacemos para morir, es la ley de la vida, unos mueren, otros se quedan”, meditó, aunque reconoció que siempre será más difícil la muerte de un vástago.
Ceremonia
Con motivo del Día de Muertos se llevó a cabo una ceremonia en la Rotonda de los Hombres y Mujeres ilustres de Durango del Panteón Municipal de Oriente, acto en el cual estuvo presente el gobernador del estado, Ismael Hernández Deras.
El evento comenzó con casi 40 minutos de retraso y fue el líder social Pedro Ávila Nevárez el orador oficial. En su intervención, el ex diputado federal recordó los diferentes hechos y proezas de los duranguenses que marcaron la historia en diferentes ámbitos como el artístico, la medicina, intelectuales, políticos y la docencia, entre otros.
Los nombres de Felipe Pescador (1880-1992), Francisco González de la Vega (1861-1976), Isauro Venzor (1888-1921), Francisca “Fanny” Anitúa (1887-1968) fueron tan sólo algunos de los recordados.
Como es tradición, las autoridades allí presentes montaron una guardia de honor y depositaron su respectiva ofrenda floral; al final, se permitió el paso a las personas que quisieran conocer el interior de la rotonda.