En casa de la familia Castañeda siguieron no sólo el partido de Santos, sino también el que perdió el Querétaro. (Fotografía de Julio Hernández)
Seguidores santistas viven angustiados el encuentro y después se vuelcan a las calles para festejar la salvación
EL SIGLO DE TORREÓN
TORREÓN, COAH.- “¡Ándele, ándele, ándele!”, “¡goooooool!”. Los gritos se unieron en un solo “¡nos salvamos!”, que eufóricos santistas proclamaron desde un centro comercial, un restaurante, sus hogares o simplemente en la calle, donde siguieron minuto a minuto el encuentro en el que los Guerreros le metieron dos goles al Cruz Azul y con ello evitaron el descenso.
“¡Ouuuuuch!” gritaban los cientos de paseantes en Cuatro Caminos, que por 90 minutos se olvidaron de las compras, del cine e incluso de las muchas golosinas y comida que se ofrecen en este centro comercial, mientras el Santos llegaba una y otra vez sin poder anotar el segundo.
Y es que, aunque para ese momento el equipo local llevaba ventaja de un gol, los aficionados no se confiaban, y angustiados observaban cómo el “Lorito”, Vuoso y compañía llegaban al arco contrario sin conseguir la ventaja definitiva. A este último muchos le aplaudieron de pie cuando abandonó el terreno de juego, como si la ovación traspasara el televisor y el jugador argentino los estuviera escuchando.
Pero llegó el momento esperado por chicos y grandes. Desde su asiento un pequeño de aproximadamente cinco años se mordía las uñas y le gritaba a Agustín Herrera “¡ándele, ándele, ándele!”, hasta que vio cómo cruzó el balón la portería. Su emoción fue tanta, que su mamá se distrajo por un momento de prepararle el biberón a su hermanita para sumarse al festejo, que pronto se propagó a lo largo y ancho de todo el mall, pues la mayoría de los establecimientos tenía sintonizado el partido.
Algo parecido había pasado unos minutos antes en un restaurante de la planta baja, donde muchos gritaron el “¡gooooool!” de Oribe Peralta, aunque con un poco más de discreción y sin perder la pose. Eso sí, con cerveza en mano.
Muchos de los comensales iban con sus familias, otros con sus parejas y unos más con sus amigos, con quienes discutían los temas de actualidad, y de vez en cuando volteaban a alguno de los televisores colocados en diversos puntos del restaurante, todos sintonizados únicamente con el partido entre la Máquina y los Guerreros, pues al de Querétaro y Atlas lo podían seguir con los comentarios de la misma transmisión.
Así que para ese momento todos sabían que el Atlas era el “salvador” del Santos, pues con su victoria estaban consiguiendo eliminar a su más cercano contrincante en la tabla del descenso, el Querétaro.
Por eso, en muchos hogares de la Comarca no faltaron las porras para el equipo tapatío. Como en casa de la familia Castañeda, de la colonia Las Carolinas, en donde algunos de sus integrantes vistieron la camiseta rojinegra del Atlas mientras llevaban su rostro pintado de verdiblanco.
A las afueras de este hogar, ubicado en la calle Atoyac, aledaña al Estadio Corona, se colocaron dos televisores, uno de 28 pulgadas y otro de 14, para seguir los dos encuentros relacionados con el descenso. “¡Ya metió otro gol el Atlas!”, se escuchaba una voz. “No, gu..., ya hubieran dicho en el otro”, le corregían. Para ese entonces los tapatíos ya le ganaban a los queretanos, pero el Santos aún no podía anotar ni un gol.
Así que los nervios eran muchos y la emoción intensa. Los Guerreros estaban salvados del descenso, pero todo podía pasar en el segundo tiempo y entonces imaginaban los escenarios posibles: si el Querétaro remontaba el marcador y los albiverdes perdían; si el Santos ganaba, todavía podía calificar; si el equipo local descendía, la ciudad se convertiría en un caos...; y si ganaba, de todos modos sería un caos, por las celebraciones que inundarían todas las calles.
Y así fue. Después de que el árbitro pitó el final del partido, las calles -desiertas durante los 90 minutos- se empezaron a llenar de coches pintados con leyendas como “Walter Jiménez te amo”, “Sigue latiendo” y “Somos de Primera”. Claxons y “Santos, Santos, Santos” se escucharon al por mayor desde el bulevar Independencia, la Diagonal Reforma, el Bulevar Revolución, el Paseo de la Rosita, la Juárez, la Morelos y todas las avenidas que hacían cruce, en donde el festejo no se hizo esperar.
Como si se tratara del campeonato, aficionados albiverdes se volcaron a las calles con un mismo sentimiento de victoria, de pasión y de amor por un equipo al que se entregaron desde el principio de la temporada, abarrotando el estadio, siguiéndolos a las plazas donde jugaron de visitantes y sintonizando cada uno de sus partidos.
La Morelos fue una de las más concurridas, en donde niños, jóvenes y adultos circularon en sus autos o simplemente se quedaron a presenciar la fiesta verde, incluso desde el tradicional baile de la tercera edad en la Plaza de Armas.
No era para menos, Santos se había salvado del descenso y de paso, con su triunfo ante Cruz Azul, se colaba al repechaje. Así que para muchos la fiesta apenas empieza.
Los siguen desde temprano
“¡No se va, no se va!”. A las afueras del hotel donde se hospedaron los jugadores santistas, su afición los apoyaba incansablemente con gritos, porras y cantos.
El camión ya esperaba a los Guerreros y su gente estaba ansiosa por verlos salir rumbo al Estadio Corona. Era tal la multitud, que decenas de parejas de novios no podían entrar a la expo de bodas que se realizaba en la planta alta del hotel. Algunos molestos se abrían paso entre el grupo de aficionados, compuesto por chicos y grandes por igual.
La porra de La Tribu encabezaba los cantos que seguirían al equipo en su camino al encuentro contra Cruz Azul. Pronto aparecieron uno a uno los jugadores, y los gritos no se hicieron esperar, alcanzando el máximo con el portero Oswaldo Sánchez, al que se vio de mejor ánimo que sus compañeros.
Decenas de coches y camionetas acompañaron al camión de los albiverdes, sumándose a su paso muchos otros más.