Eran días dedicados a la oración y la reflexión. Hoy, por sabe Dios qué artes, son días de tedio y aburrimiento.
“Son días de guardar”, diría mi abuela. Que es lo mismo que guardarse, recogerse en su casa y ponerse a meditar sobre la Pasión de Cristo.
Los ritos católicos siguen existiendo. Lo que pasa es que está uno tan retirado de ellos que malamente han perdido su sentido.
Desde el Vía Crucis, hasta las siete palabras y la visita a los siete templos, han cambiado o uno es el que ha cambiado tanto que ya no le encuentra el mismo sentido.
Sólo con ver la devoción con que lo practicaba mi madre, todo adquiría un especial significado.
Sin ella, todo se torna mecánico y rutinario. Me da la impresión que hasta hay muchos curas que lo que quieren es irse a cenar y que acabe rápido la ceremonia que están practicando.
Por otra parte, no hay mucho en qué pensar. Todo está contenido en una frase del Evangelio de San Juan (capítulo 14, versículo 6), el discípulo amado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre, si no es por mí”.
Y así vamos por la vida abriendo camino. Haciendo caminos o siguiendo los que otros hicieron.
Pero el único y verdadero camino que debemos seguir a veces lo olvidamos.
Buscamos los caminos al éxito, los del reconocimiento y la adulación que nos envanece.
Olvidamos que desde que nacemos, comenzamos a caminar hacia la muerte, pero al mismo tiempo hacia la casa del Padre.
Hay un tiempo en que creemos que vamos a ser eternos. Que la muerte nunca nos alcanzará. Y por más que pase cerca de nosotros, la ignoramos.
En primero de secundaria, sufrí la pérdida de mi amigo Juan Foster y no por ello pensé que yo podría morir a esas edades.
Creo, como se afirma, que Dios nos tiene separado un lugar especial, en donde ÉL se encuentra. Donde no hay sufrimiento, ni penas. Donde todo es dicha y gozo.
Pero no por ello, dejamos de tenerle miedo a la muerte. Es un paso que nos separa de unos y nos lleva a otros seres queridos.
Es el maldito apego a lo que tenemos y nuestra incapacidad para tomar nuestra cruz y seguir al Señor.
Creo que no pesan tanto las cosas materiales, cuanto las emocionales. Me duele saber que dejaré atrás a mi familia y a mis amigos. Los amo demasiado como para adelantarme y esperar pacientemente a que lleguen hasta donde yo vaya a parar.
Pero así es la vida. Sabemos, si acaso, qué camino seguimos. Pero ignoramos dónde termina el camino y cuándo se dará ese acontecimiento. Y qué bueno que así sea, pues de otra forma nos moriríamos anticipadamente de angustia.
Mientras escribía estas líneas, me avisaron que dos buenas personas a las que llegué a tratar, fallecieron mientras andaban de vacaciones. Una, Lito, accidentalmente en Mazatlán y la otra, Gonzalo, en Houston.
Ninguno de los dos sabía que era ése su último viaje. Ambos deben de haber andado contentos, con su familia y de repente, el Señor los llamó a su presencia.
Dejan un gran vacío entre familiares y amigos. Ambos, buenas personas, que seguramente recibirán justa recompensa por sus actos en vida.
Así, a veces, los caminos se cortan abruptamente. Sin previos indicios. Y la verdad, es que si nos dieran a escoger, no sabríamos qué hacer.
Porque, las enfermedades prolongadas, desgastan a la familia y a los seres queridos y lo último que quisiera uno es dar ese tipo de problemas.
Pero también lo otro es muy doloroso. De la felicidad, la diversión y las vacaciones, pasan al dolor y eso es muy triste y afecta mucho a los allegados.
Lo mejor es estar preparado para partir de una forma u otra. Cerrar círculos, como se suele decir.
No tener agravios pendientes ni disputas qué dirimir. Simplemente vivir en paz con todos y respetarlos.
Pero a veces es tan difícil pasar de la teoría a la práctica. Sabemos que lo mejor es vivir en paz con todos y de manera especial, estar en paz con Dios.
Pero nuestra formación es tal, que por lo común hacemos lo contrario. Vivimos en guerra con medio mundo y nos cuesta trabajo perdonar las ofensas recibidas.
Cada vez nos separamos más de Dios y aplicamos menos la doctrina Cristiana. Y luego nos asombramos de la forma en que camina el mundo.
Lo dejamos fuera de toda nuestra vida y después nos asombramos de la carencia de valores.
¿Será tan difícil sencillamente amar a los demás, como nos amamos a nosotros mismos?
Cada cual debe responder a esta interrogante.