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Ser Humano / EDUCACIÓN O VIOLENCIA

Psicólogo Ricardo Mercado Dávila

Recuerdo concretamente un incidente de mis primeros años. Tal vez tú lo recuerdes también. Una noche, no dejaba yo de lloriquear pidiendo agua. Muy posiblemente lo hacía menos impulsado por la sed, que por el deseo de incomodar y de distraerme. Como tus violentas amenazas no dieron resultado, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y allí me dejaste un rato solo, en camisón, parado ante la puerta cerrada. No digo que hicieras mal. Quizás realmente de otro modo no hubieran podido descansar en toda la noche, lo que intento al mencionar este hecho es dar un ejemplo de tu sistema educativo y de su efecto sobre mí. Sin duda esa noche fui ya obediente, pero seguramente en mi interior se produjo una herida. Debido a mi forma de ser, nunca pude ver la relación entre los dos hechos: el pedir agua sin motivo, para mí, algo natural, y el hecho extraordinariamente terrible de verme violentamente llevado fuera. Durante muchos años estuvo atormentándome la visión de aquel hombre gigantesco, mi padre, quien en cualquier momento de la noche, podía llegar casi sin motivo, levantarme de la cama y sacarme al bacón, demostrando con esto lo poco que yo importaba para él.

Aquello fue sólo un indicio de lo que iba ocurrir, pero ese sentimiento de nulidad que con frecuencia me domina (sentimiento por lo demás noble y fecundo en otro aspecto), fue causado por tu influencia. Yo hubiera necesitado un poco de estímulo, un poco de afecto que me despejara el camino, sin embargo tú me cerraste ese camino quizás con la buena intención de que siguiera otro. Pero yo no servía para eso...

En esta semana estaba releyendo algunos autores clásicos y me encontré con estas letras que trascribí. Éste es una fracción de CARTA AL PADRE que Franz Kafka escribió hace unos buenos años, pero que con su magistral redacción nos pone de manifiesto un sentido de la “educación” que brindamos a nuestros hijos. Una formación que no respeta la individualidad, nuestra propia forma de Ser Humano.

Cuantas cosas hacemos por “tu bien”, como pretexto para satisfacer nuestro propio orgullo, o actuamos con violencia bajo la “razón” de “darte lo mejor”.

Cuántas veces vemos en la calle, cosa que a mí me molesta mucho y me ha llevado a verme inmiscuido en cosas que “no me incumben”, cuando veo que a un niño, que por descuido de sus padres, se acerca a la banqueta poniéndose en peligro de un accidente y corre la madre y le jala del brazo, casi desprendiéndoselo, y posteriormente le propina tremenda manotada en la espalda, que hasta a mí, estando lejos, me duele, para que entienda el niño que “ella” es una descuidada.

Esto no es solamente situación que se da en la “casa”. También se da en la escuela “moderna”. Recuerdo, como Franz Kafka, que en la escuela primaria, el patio de recreo, donde todos los niños, por cierto muchos, jugaban y correteaban, era “adornada” por unas macetas enormes montadas en unas bases de dos metros de alto, para que no las alcanzaran los niños, claro, y en una ocasión sin querer me recargue en una de ella y se vino abajo y, que por más intento que hice de detenerla, se vino abajo y se quebró. Poniendo mi integridad y la de varios compañeros en peligro.

Esto no es lo que me grava en la memoria. Mi más triste recuerdo es cuando la directora nos puso como delincuentes interrogados por la judicial a decir la verdad de quién había hecho tremendo crimen. Que dicho sea de paso, esta maestra que la hacía de directora era de complexión robusta, de edad próxima a jubilarse (pero de la vida), con una cara de regañona, con mueca en la boca de una constante insatisfacción, con lentes de aros puntiagudos y vidrios verdes (muy de moda entonces) y con un vestido que siempre me pareció bata de dormir.

Después de un largo interrogatorio y de no haber obtenido la acusación entre nosotros, pues nos respaldamos todos, optó por imprimir una medida de corrección a los tres “culpables”. Cinco golpes en cada una de las manos, pero con el metro de madera que usan los maestros en el pizarrón, pero sobre el dorso para que doliera más, quince días sin recreo y tener que pagar con dinero su “linda maceta”.

Nunca se me olvida que pagué (con dolor) su ineptitud. Aún no lo olvido, como pueden ver.

¿Educamos o violentamos a nuestros hijos? ¿Qué Ser Humano podemos esperar de nuestras acciones así?

Mi correo electrónico:

ser_humano@prodigy.net.mx

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