Ante una circunstancia de peligro inminente, nuestros sentidos instintivamente se percatan y lo comunican a la corteza cerebral a través de los haces nerviosos. En el cerebro, a nivel cortical, inmediatamente lo que habíamos presentido se hace realidad y nuestro sistema de alerta nos dice... ¡Peligro!
En este momento –fracciones de segundo- a nivel subtalámico se provoca una reacción subliminal y se manda una señal a la glándula hipófisis. Mientras tanto comenzamos a sentir lo que denominamos miedo... tenemos miedo.
La hipófisis secreta una hormona denominada adrenocorticotropa (ACTH) que va a circular por la sangre y la cual va a ser leída por los comandos de las glándulas suprarrenales que reaccionan inyectando, a su vez, a la sangre distintas hormonas fundamentalmente adrenalina.
Esta hormona genera toda una transformación del organismo, el cual se encuentra en estado de alerta total: se produce taquicardia, se dilatan las pupilas, se reduce el nivel de saliva en la boca secándola, se estrechan los vasos sanguíneos, se paraliza la actividad del estómago y se contiene la actividad digestiva, se estrechan las arterias, la presión sanguínea aumenta, baja la temperatura del cuerpo, aparece el sudor frío, se dilatan los bronquios, se acelera la respiración, a nivel físico.
A nivel de pensamiento, reconocemos el peligro y a nivel motor, podemos tener distintas reacciones: temblar, movimientos automáticos y reflejos, de huida o de defensa y también podemos gritar u otras manifestaciones habladas.
También puede invocar sus creencias: ¡Dios mío! O requerir ayuda: ¡Auxilio, socorro! Si estuviera en juego la supervivencia usted estaría –en teoría- preparado física y psicológicamente para salvar su vida huyendo o enfrentando el peligro.
El miedo es innato. Se puede aprender a tener miedo a distintas circunstancias durante la vida, pero nacemos con esa capacidad.
El miedo a los grandes ruidos, dolor de cualquier índole o el sentirse solo, el temor a caerse de una gran altura, el temor a animales de algún tamaño, el natural miedo a los insectos como la cucaracha, asustan instintivamente a los niños desde cero hasta los cuatro años.
Nacemos con una capacidad de huir y escapar de los peligros o en determinada circunstancia, enfrentar el estímulo que provoca el peligro si nuestra maquinaria biológica está en capacidad de determinar que ésta es la mejor salida para conservar la vida.
Si no existiera este maravilloso y extraordinario mecanismo en nuestro organismo, muy posiblemente gran parte de la humanidad viviría menos años. El miedo actúa en nuestro cuerpo como un sistema de alarma que nos protege y nos permite superar los peligros. El miedo activa la capacidad del hombre y eleva al máximo los niveles de vigilancia y precaución.
Controlar las emociones es lo más importante ya que, en situaciones de emergencia, más lesionados causa el miedo y el pánico que la propia emergencia.
La mejor forma de manejar el miedo es estar acostumbrados a los posibles peligros.
Un primer ataque de pánico suele presentarse bajo condiciones extremas de estrés, sobre todo cuando la circunstancia traumática desconcierta y atrapa a la persona por sorpresa. Lo imprevisto del suceso induce sentimientos de catástrofe y desolación. Básicamente es una reacción de alarma con un vehemente deseo de escapar hacia un lugar seguro. Los ataques de pánico se componen de breves episodios de angustia acentuada y múltiples síntomas físicos que ocurren repetida e inesperadamente, con o sin la presencia de una amenaza externa.
QUÉ HACER ANTE EL MIEDO
“El miedo debe madurar. Las reacciones innatas del miedo se forman únicamente en el transcurso del desarrollo: deben madurar. El miedo a la oscuridad y soledad, a las grandes superficies de agua, a los seres imaginados y también al tráfico, al ahogarse y al fuego, sólo los podemos observar en los niños por regla general, a partir de los dos años. Estos miedos van disminuyendo con el aumento de experiencia: cuanta más edad tiene un niño tanto menor es su inclinación a reaccionar con miedo ante los estímulos”.
Debemos entrenarnos no para no tener miedo, sino para hacer uso de él, de este maravilloso sistema de alarma, en las circunstancias de peligro que se nos puedan presentar.
Un último consejo. Cuando tenga miedo y se le dispare la adrenalina, lo primero que debe hacer es pensar, recordando respirar de esta manera: inhale y exhale el aire diez veces pausadamente, por la nariz, llenando su abdomen (la barriga) cuando toma aire y aplastando la barriga cuando bote el aire. Recuerde y piense que el miedo lo ayuda.
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