En esta época tan crítica, complicada y de estrés, el Ser Humano se ha visto en la necesidad de redimensionar nuestra existencia para evitar caer en una de las conductas más destructivas de nuestra integridad: la agresión. La psicología ha considerado las conductas agresivas del hombre como un problema que requiere una solución terapéutica específica.
La agresión es considerada, por algunos, como una de las más directas respuestas al fracaso. Se ataca o agrede el obstáculo que bloquea la meta.
Existe una relación interesante entre frustración y agresividad, pues se estima que toda persona agresiva es una persona frustrada, momentánea o crónicamente. Aunque parezca extraño, la agresión es la conducta más natural para afrontar el fracaso y superar la frustración.
ASPECTOS NEGATIVOS DE LA AGRESIÓN
Uno de los más importantes es la imposibilidad que generan las personas agresivas, de poder establecer relaciones interpersonales, viven creyendo que siempre van a ser atacadas por los demás y asumen una actitud de permanente alerta. Por tal conducta entran en un círculo vicioso que consiste en sentirse poco queridas o incomprendidas. Entonces, como mecanismo de defensa, agreden a sus seres queridos y con esto, consiguen que los hijos, amigos y familiares se alejen de ellas. Al final, terminan de verdad siendo poco queridas y estimadas.
Igualmente, asumen conductas autodestructivas para hacer sentir culpables de su desdicha a quienes les rodean. Con frecuencia, pierden su empleo, pues no saben comunicarse con sus superiores o subalternos. Generan además una actitud vengativa que no les permite ser asertivos en el plano laboral: cometen errores al propósito o inconscientemente. Son seres con falta de iniciativa y poco creadores. Intrigan y murmuran acerca de los demás. En muchos casos, tienden a manifestar problemas de tipo judicial. No saben solucionar problemas y cuando se enfrentan a ellos, lo hacen con una gran angustia e inseguridad. Son individuos con una gran carencia de autoestima, derivada de la falta de afecto de sus padres, hermanos, amigos o personas allegadas a ellos.
¿CÓMO AFECTAN A LOS HIJOS LAS CONDUCTAS AGRESIVAS?
Los niños de padres que manifiestan conductas agresivas, se ven afectados de diferentes formas. Para el varón, su principal modelo a seguir es el padre. Si el hijo constantemente es testigo presencial de las conductas agresivas de éste, no pasará mucho tiempo antes de que comience a creer que el simple hecho de ser hombre significa “hacer daño a los demás”. Mucho más grave es si el menor es víctima de maltrato como consecuencia de las conductas agresivas del padre. Circunstancias que determinarán formas de ser traumáticas en su futuro. Esto puede incluso, hacer que el niño rechace su propia masculinidad. Si es la madre la que tiene una actitud hostil, puede generar en él un temor hacia las mujeres.
Las mujeres que tienen madres agresivas, pueden generar un rechazo de los aspectos de sí mismas que se parecen a los de su mamá. Cuando es el caso del padre agresivo, las hijas manifiestan tres tipos de actitudes: la primera es la de temer, evitar o rechazar a los hombres. La segunda, desarrollar una relación de sumisión, servilismo o masoquismo frente a ellos. La tercera, una relación de hostilidad o rebeldía con los miembros del sexo opuesto.
En este sentido, es bien importante destacar lo necesario de una conducta adecuada, positiva y asertiva a la hora de educar y orientar a nuestros hijos, para evitar en el futuro que ellos tengan que enfrentarse a este tipo de problemas, que sólo les ocasionarán frustraciones, temores y el ser personas infelices.
¿CÓMO EVITAR LA AGRESIÓN?
Debemos estar conscientes de que no logramos nada al agredir a quienes nos rodean, bien sea física, verbal o pasivamente. Eso, lo único que puede generar es que la respuesta de los demás sea igualmente violenta u hostil.
Antes de llegar a nuestros hogares, debemos descargar toda esa ira, para no desahogar todo ese malestar en nuestros hijos, padres o hermanos.
Hay que deponer actitudes. No es bueno permanecer de mal humor por mucho tiempo, así como tampoco es recomendable quedarse callado mucho tiempo para mostrarse molesto. Esto sólo nos envenena por dentro.
NO pretendamos nunca que los demás deben adivinar nuestros pensamientos. Seamos más comunicativos diciendo adecuadamente lo que sentimos en el momento oportuno.
Hay que tener sentido de la oportunidad. Saber cuándo, en dónde, y en qué momento debemos discutir. También debemos controlar el estado emocional. Recordemos que la violencia no genera sino violencia. Es preferible conversar cuando se está calmado.
Las discusiones debemos tenerlas sobre la base de un problema, no sobre la forma de ser del otro. Además, debemos remitirnos a lo que está sucediendo en el momento y no a acontecimientos pasados.
Pensemos en nuestro bienestar y en el de la otra persona cuando discutimos pero, fundamentalmente, cuidemos nuestro estado emocional, físico y espiritual.
Lo más sano es no pelear. Porque aún en el caso de que ganemos la pelea, lo más seguro es que de una u otra forma también quedaremos golpeados.
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