If I live to see the Seven Wonders I’ll make a path to the rainbow’s end I’ll never live to match the beauty again… The rainbow’s end Fleetwood Mac, “Tango in the night” (1987)
El próximo sábado 7 de julio llegará a su culminación una de las mejores maniobras de mercadotecnia que a nadie se le haya ocurrido en la era del Internet: serán dadas a conocer las Siete Nuevas Maravillas del Mundo, que habrán sido escogidas por votación ahora-sí-que universal, para reemplazar a las Antigüitas, las validadas por Antípatro de Sidón hace más de 2,100 años.
El planteamiento es impecable, lo que sea de cada quién: un empresario suizo, Bernard Weber, funda una organización (con fines de lucro) llamada New Open World Corporation, que en 1999 propone efectuar una consulta popular sobre qué estructuras hechas por el hombre, construidas antes del año 2000 y que no parecieran realizadas por el Gobierno de Coahuila (o sea, bien conservadas), debían ser consideradas para reemplazar a las ya conocidas Siete, de las que en pie sólo quedan las Pirámides de Gizeh. Para ello pidió que se propusieran candidatos vía Internet, ese ámbito supuestamente democrático y generalmente inane. Numerosos y esforzados internautas que no tienen nada mejor qué hacer, se pusieron a candidatear sus monumentos favoritos, alcanzándose una cifra cercana a los doscientos. Esa lista luego fue reducida a veintiuno y luego a veinte, ante las protestas egipcias de que poner a las Pirámides entre las novedades era un compló de Occidente en contra de tan provecta civilización. Y en base a lo que la Población Mundial diga a través de sus teclados, en menos de una semana sabremos qué estructuras reemplazarán a las de hace dos milenios en las preferencias del culto público.
Este argüende ha sabido tocar varias fibras sensibles. ¿Quién puede oponerse a una consulta planetaria para escoger las mejores muestras de la civilización humana, de las que podamos estar todos orgullosos y presumir a cualquier hombrecito verde que decida vacacionar en esta tercera roca contando desde el Sol? Por supuesto, está además la cuestión de la dignidad nacional: algunos gobiernos han cabildeado abierta y aparatosamente para que alguna ruina o edificio o monumento situado en su país termine entre las Siete definitivas. Echándole un ojo al gato (el prestigio) y otro al garabato (los supuestos ingresos por turismo), incluso se han orquestado campañas para que, como si fueran elecciones oaxaqueñas, la gente se olvide de escrúpulos inútiles y vote cuantas veces pueda.
Seguramente, amigo lector, en su buzón electrónico han caído acaloradas exhortaciones para que borremos la humillación patria por las vergüenzas de la Decepción Nacional, entrando a la página de la NOWC y votando por nuestro gallo, Chichén Itzá, lugar que se halla entre los finalistas. No deja de ser simpático y (desde cierta perspectiva) hasta optimista que tanta gente se deje llevar por un entusiasmo tan ñoño: ¡Tendremos una de las Nuevas Maravillas, aunque en la colonia no salga una gota de agua! ¡Seremos (¿quién de ustedes es maya? Yo no) reconocidos universalmente como un pueblo que hizo algo maravilloso hace 800 años, aunque nuestra actual clase política corresponda al Pleistoceno! Eso nada más para empezar.
Y es que todo este asunto tiene sus asegunes. Primero que nada, se trata de un evidente truco para hacer dinero a partir de la ingenuidad ajena, pero mucho más elegante que esquemas tan poco sutiles como el pacazo y el cachito premiado de lotería. ¿Se imaginan lo que está sacando NOWC por los millones de ingresos a su página? ¿Y cuánto va a cobrar el señor Weber por dar conferencias en que ilustre al público sobre cómo obtener dinero de la nada? Digo, ya con las expoliaciones que sufrimos a manos de Hacienda y los monopolios (públicos y privados) tenemos suficiente...
En segundo lugar, me perdonan mucho, pero no existe algo llamado “maravillez democráticamente avalada”. ¿Desde cuándo se vota para determinar que algo es maravilloso; o peor aún, más maravilloso que otra cosa? Primero defínanme qué entienden por maravilla. Para Antípatro y los griegos, no había vuelta de hoja: era lo grandote y espectacular de acuerdo a las limitaciones técnicas de la época. Pero ¿ahora? Ni la Torre Eiffel ni la Estatua de la Libertad me parecen maravillosas, por la sencilla razón de que los japoneses podrían hacer algo parecido (o más grande) si les diera la gana y tuvieran el presupuesto de los años ochenta. Si en Torreón pudimos construir medio-Cristo-Redentor (y a punta de pollocoas, hazaña aún más notable), podríamos reclamar el título de Media-Maravilla. Que Machu Picchu sea maravilloso no lo dudo. Pero ¿más que Monte Albán o Borabudur (Indonesia) o los moai de Rapa Nui, lugares en los que a uno se le cae la baba? ¿Con qué criterio preferir un lugar por encima de otro? ¿Debido a que millones de (cuestionables) conocedores votaron por uno y no por otro... muchos de ellos movidos por afanes patrióticos, lo contrario al espíritu universal que en teoría debería privar?
Además, eso de que Internet es infaliblemente democrático resulta descabellado. Tal criterio parte de dos falsas premisas: que mientras más gente participa, más legitimidad tiene el resultado de esa participación (como la Convención Democrática Nacional del Presidente Patito) y que la WWW posee propiedades igualitaristas casi mágicas. Lo único que se puede asegurar que los internautas tienen en común, es que conocen las letras del alfabeto. Y a veces, creo que ni eso.
En tercer lugar y por todo lo anterior, la UNESCO y otras instancias culturales internacionales se han deslindado completamente del asunto. Alguien dirá que eso era de esperarse de organismos cuadrados, burocráticos y escleróticos. Pero nadie puede negar que esos organismos cuadrados, etcétera, tienen la virtud de no dejarse llevar por el entusiasmo de las masas y ver más allá de la tripa emotiva y el himno nacional.
De hecho, en el INAH están haciendo changuitos para que Chichén Itzá no sea elegido. La situación se reproduce en otros sitios candidatos. ¿La razón? Que así como están, sin ser Nuevas Maravillas, hay muchos lugares que ya no pueden más: la afluencia de turistas los está degradando, destruyendo. En Chichén ya está prohibido treparse a numerosos edificios. ¿Se imaginan qué le va a pasar a esas venerables piedras si aumenta un 50 por ciento la afluencia de cultos turistas pegando chicles en las paredes, derramando catsup en los altares ceremoniales, tirando papel estraza en el cenote sagrado en el que sacrificaban vírgenes (¡Como si sobraran...! entonces y ahora)? Una pesadilla para quienes realmente aprecian el valor cultural del sitio... y la necesidad de preservarlo del turismo marabunta.
Además de que el asunto puede resultar contraproducente para el lugar, los gobiernos y los turistas: para todo el mundo. Hace una semana, a mi hermana la mayor se le cumplió un capricho. Aunque había estado en España quién sabe cuántas veces, no conocía la Alhambra de Granada. Pues bien, al fin se le hizo... después de hacer cola dos horas. ¡Dos horas! Las dos veces que yo había visitado ésa-sí-qué-maravilla (mediados de los ochenta, principios de los noventa) no tardé más de diez o quince minutos en entrar. Ahora, según cuenta mi carnala, es todo un calvario por las hordas de visitantes. ¡Y eso que todavía no la nombran Nueva Maravilla! Lo mismo está pasando con muchos otros sitios, oficialmente maravillosos o no.
Así pues, el estrépito y temblor que va a ocasionar el nombramiento de las Siete Nueve Maravillas hay que tomarlo con su buena dosis de sal. La ciudad de Petra (donde transcurre el final de “Indiana Jones y la Última Cruzada”) no será menos maravillosa porque no quede entre las más votadas. Y el Coliseo seguirá siendo lo que siempre ha sido en caso de que sí quede. Todo lo demás es mercadotecnia y ganas de armar alboroto por lo que (recordemos) hicieron otros seres humanos más interesantes y capaces y refinados y machines que nosotros.
Consejo no pedido para que lo consideren una de las 24 Maravillas Semi-nuevas del Bolsón de Mapimí: escuche el disco “Tango in the night” (la última proeza de Fleetwood Mac), una de cuyas canciones me sirvió de epígrafe para esta maravillenta pieza periodística. Provecho.
Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx