A la memoria de Carlos Castillo Peraza, por esa extraña mezcla de inteligencia, principios, estudio, vitalidad y humor.
Estimada Sofía: antes que nada le agradezco su elegante y suave inquisitoria ¿y usted qué opina sobre la despenalización del aborto? Le explico mi aparente silencio que no lo es ni lo ha sido. En varias ocasiones he expresado mi opinión en público y por escrito. Este es uno de esos dilemas en donde al final se llega a una bifurcación: si o no. No hay forma de evadir el carácter binario. Eso ha empobrecido y deshumanizado la discusión. Atrás, olvidado, queda el camino recorrido para llegar a una conclusión. A favor o en contra, punto. Las críticas son igual de cuadradas. Se está a favor, es uno un asesino. Si se está en contra es uno conservador reaccionario y contrario a los derechos de las mujeres.
Pero quizá, como dijera un sociólogo egipcio Abdel Malek, lo primero sea fijar posiciones. No soy una persona religiosa. Crecí en una tradición liberal. Pero ser un liberal no implica ser ajeno a ese gran fenómeno -que por cierto me apasiona- las creencias sobre los grandes misterios. Quizá porque no soy religioso puedo observarlo con cierta distancia. Me acojo a la definición que diera Víctor Hugo de Dios: “Lo invisible evidente” Cómo negar el misterio de la creación. Lo visible es la vida en todos los órdenes. Mirar al firmamento es una distracción que me visita desde adolescente. Cuando cae uno en cuenta o trata de imaginar lo que es un año luz o miles de años luz de distancia sólo puede uno guardar silencio. Soy por ello un amante de la vida, de los seres humanos, del mundo animal y vegetal. Todo es parte del mismo misterio.
Me sacude ver un parto de cualquier animal perro, caballo, vacuno o a una tortuga poner huevos. El arribo a la vida de un ser humano es quizá la mayor emoción de la vida. No he perdido la oportunidad de observar ese hecho sorprendente. He viso morir y me he quebrado con la muerte de grandes amigos bípedos y cuadrúpedos. He caído en ese inútil expediente de querer espantarle la muerte a alguien. Pero también he deseado que termine la vida de seres que no se merecen sufrir en beneficio de los negocios, en detrimento de la dignidad. Los pelícanos viejos, ciegos e inútiles, se dejan caer desde las alturas en un último vuelo que los conduce a la muerte. He aprendido que la vida digna es mucho más que el soso latido que ya no alimenta una vida plena o la primaria multiplicación de células que sólo son humanidad en potencia. La vida es en parte esa búsqueda de plenitud física, emocional, afectiva, intelectual.
La defensa de la vida como un valor absoluto es insostenible. Las especies menores y mayores son nuestras víctimas a pesar de que no hay forma de comprobar la carencia en ellos de sentimientos. La multiplicación de los peces o el sacrificio del cordero son figuras bíblicas. Nuestra vida se alimenta de vida, todo con el fin de llegar a esa plenitud deseable. Cuándo comienza una nueva vida, usted sabe que la frontera es muy endeble. Pero no lo es tanto cuando se contrapone esa potencial humanidad frente a la concreta realidad de quien debe encontrarse en plenitud: la madre.
Como varón que soy estoy limitado en ese asunto: nunca sabré lo que es engendrar una nueva vida dentro del propio cuerpo. Una nueva vida puede llegar a enriquecer la propia, pero también medrarla, sangrarla. No es una suma aritmética: uno más, luego mejor, ¿cantidad o calidad? Nunca sabré tampoco -a pesar de ser padre- la inmensa responsabilidad que debe caer sobre una madre que sabe que no podrá llevar a la plenitud a esa potencial nueva vida. Guardo por ello un respeto a la decisión femenina al respecto. La mayoría de las mujeres que abortan en México son madres. Supongo por ello que aman la vida hasta el límite de sus fuerzas. Si llegan a una medida tan extrema y -en malas condiciones- tan riesgosa para su propia vida será por una dolorosa lectura de las debilidades que las acechan. Se trata entonces de escoger entre males mayores y menores. Sólo en la intimidad de un hogar se sabe cuando un hijo llegará a un entorno que le permita caminar hacia la plenitud, más grave aún, cuando es de verdad deseado. En el fondo, por amor la vida se debe ambicionar la plenitud. Cómo podemos imponer el deseo de procrear, cómo exigir tajadas obligatorias de cariño.
Es una decisión moral, individual. No todas las vidas son buenas vidas. ¿Plenitud, suplicio o amenaza? Un ser que nace sin hogar nace en el vacío. Regreso a Víctor Hugo: a pesar de todo su amor, Fantine no pudo sacar a Cossette adelante. Ella da su vida por Cossette. Valjean salva a la niña del infierno. Una madre sabe mejor que nadie lo que no desea para un hijo. ¿Debe ser penalizada por ejercer un juicio sobre su propia capacidad para dar vida y llevar a su criatura a la plenitud deseable?
Se invoca que un grupo de células en sí llevan la posibilidad de la plenitud. ¿Será? Porque la miseria condiciona, la ignorancia condiciona y sobre todo la disposición real a brindar cariño determina que una vida se convierta en una oportunidad o en un desastre. ¿Queremos o no leer los desastres que nos rodean? Sofía, en lo fundamental estamos de acuerdo: información para evitar los embarazos no deseados, facilitar las medidas de planeación familiar, incluidos todo tipo de anticonceptivos, y sobre todo, educación para que el concepto de vida se enriquezca. Nunca más allá de doce semanas.
Quería usted una respuesta clara, sin ambages. Mi respuesta es tan clara como dos letras: si. Le agradezco sin embargo que me permita contarle mis muy personales argumentos. Lloraría por un aborto; lloraría mucho más frente a una larga vida de abandono y desconsuelo.