Decíamos que según los estudiosos del tema, hay cuatro formas básicas de capital: el capital natural (dotación de recursos naturales); capital construido (por el hombre); capital humano (grados de nutrición, salud, educación de la población) y capital social: grado de confianza existente entre los sectores sociales de una sociedad, las normas de comportamiento cívico practicadas y el nivel de asociatividad que caracteriza a esa sociedad. (Robert Putnam, 1994)
Según Baas, (1997), el capital social tiene que ver con la cohesión social, con identificación con las formas de Gobierno, con expresiones culturales y comportamientos sociales que hacen a la sociedad más cohesiva y algo más que una suma de individuos.
Visto como lo describen estos autores, el capital social su estudio y sustentabilidad da una llamada de atención, si lo que se busca es la armonía social. Sin embargo, los cuatro tipos de capital están estrechamente unidos. El desequilibrio de uno de ellos trae a fuerza el de los otros tres.
En el mundo actual se ha preferenciado la acumulación de capital monetario como el más valioso, de manera que no se escatima la convertibilidad en moneda de los otros tres, con el resultado de un desequilibrio y casi anulación de los otros, con las secuelas producidas en suelos, aguas, contaminación, empobrecimiento humano, ignorancia, hambre, enfermedades sin atención médica y medicinal, etc. Por lo que toca al capital construido podríase decir que las tecnologías han avanzado en muchos campos, pero estos avances producto del conocimiento acumulado de la especie humana, ¿por qué benefician sólo a algunos y no a la especie? Hay que sumar lo que se invierte fraudulentamente a costillas del esfuerzo común, que finalmente no sirve, escasamente sirve o hay que derrumbarle para que no estorbe.
El hombre no hace nada solo, ni siquiera podría sobrevivir sin los demás de su especie. Para vivir con los demás tiene que llegar a acuerdos y acciones aprobadas por la comunidad, las que tienen que armonizar con el sustento y cuádruple armonía de los otros capitales.
La coincidencia en los mandatos religiosos y civiles de “no matarás”, “respetarás”, “no robarás”, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, responden a la necesidad de ordenamiento de la existencia personal y social para asegurar su supervivencia. El quehacer personal repercute para bien o para mal en lo social y viceversa haciéndose costumbres y culturas.
Cuando las sociedades, como sucede hoy, privilegian el economicismo con la bandera de “progreso” porque el valor supremo se considera la acumulación de dinero frente a las otras riquezas, anulan la visión de la armonía, la importancia y sostenimiento de la Vida, no solamente de la propia: de la Vida toda. Esta especie nuestra, “la más inteligente” habida hasta hoy, es la única que a marchas forzadas trata de suicidarse.
Lo notable de esta manera de ver la vida sin valor, es que está llegando a niveles nunca pensados: el juego nuevo de adolescentes en el mundo es estrangularse entre sí hasta que el estrangulado desfallece sin aliento o muere: dos muertos en Perú y muchos más en Estados Unidos. ¿Qué subyace en el entusiasmo del estrangulador y la permisividad del estrangulado?
En las esferas de adultos también existe esta pasión de poder y la permisibilidad del oprimido, lograda por métodos que van de lo sutil a lo brutal y desvergonzado en unos y en una casi anulación de toda valoración por sí mismos de los segundos. No cabe duda: la sociedad está enferma y ejemplariza su “triunfante” enfermedad para sus sucesores.
Las células sanas con su perfecto funcionamiento hacen posible la salud del organismo entero; las enfermas viven de las sanas hasta producir metástasis.
Mundialmente La Laguna está circunvalada en rojo por la cantidad de padecimientos cancerosos. No hay dinero para investigar las causas. Hay que añadir un doble aro, pues México está señalado por la corrupción, la impunidad, la mentira y el cinismo. El dinero que hay se aplica para sostener tan letal sistema.
Pero el punto es: ¿cómo lograr que el capital social coadyuve a salvar tantos derechos y dignidad perdidos? Porque es evidente que el capital social puede ser mafioso, negativo.
Hurgar en éstos y otros puntos, me hace pensar que solamente a través de una lectura completamente distinta de la vida humana que incluya un comportamiento personal y social aportador y respetuoso de los bienes para la Vida Toda, harían posible la construcción y mantenimiento de un capital social positivo.
Habríamos de pensar si estamos para aportar o para medrar mientras vivimos; sobre todo cuando lo bueno y lo malo son contagiosos y susceptibles de ser legados.