En la última tarde de 2006 y de manera inesperada viví, en un cine español, una experiencia que terminó siendo la mejor manera de cerrar un año tan complicado y difícil como el que ahora inicia.
Me parece innecesario volver a enumerar todas las heridas y abolladuras dejadas por el año 2006 mexicano. Hay de todo y para todos. En mi caso, lo más inquietante fue la reaparición en amplias franjas de la sociedad y la clase política de esa intolerancia que se verbaliza con el clásico: ?si no estás conmigo, estás contra mí?. Tras esa frase está una de las actitudes más nocivas para la salud democrática, el trabajo intelectual o la resolución de los conflictos. Tan pronto pude hice una pausa y puse distancia emocional y geográfica para repensar los acontecimientos pasados y sacar lecciones útiles para el futuro.
Estos antecedentes explican la decisión de pasar en soledad la última tarde de 2006 viendo, en una pequeña sala cinematográfica, El Gran Silencio, una película de dos horas y 47 minutos de duración sobre la vida de una comunidad de monjes Cartujos recluidos en un monasterio de los Alpes Franceses. La orden, creada por San Bruno en el 1084, es considerada la más estricta de la Iglesia Católica; su objetivo es acercarse a Cristo a través de la contemplación lo que exige el alejamiento del mundo y el ejercicio de la soledad interior. Son vidas que transcurren en silencio, pobreza y castidad.
La película es un viaje por los corredores del silencio inherente a una vida monacal dedicada a la meditación, la contemplación y el trabajo. Permanecen la mayor parte del tiempo recluidos en sus celdas a donde les llevan una comida frugal que excluye la carne. Desde que entran hasta que mueren, jamás duermen más de tres horas seguidas porque las 24 horas de cada día están determinadas por el tañido de las campanas que van recortando la eternidad en fragmentos de vida diaria. Buscan la autosuficiencia y practican un ambientalismo riguroso en el que nada se desperdicia, todo se reutiliza en una armonía con la naturaleza que, en la película, proporciona una ambientación y musicalización tan variada como el efecto de las estaciones en los bosques y las montañas que rodean a la ?Grande Chartreuse? (la Gran Cartuja).
Esa vida reglamentada, silenciosa y solitaria se transforma, una vez a la semana, en la convivencia de una colectividad que conversa mientras come, toma el sol o pasea por los bosques. En esos breves momentos salen de su concentración cotidiana y se comportan como cualquier mortal. Una de las discusiones más animadas fue la provocada por un monje que en serio y en broma soltó la afirmación de que en la Cartuja de Sélignac llevaban un buen número de años sin lavarse las manos antes de comer.
El impacto que produce acercarse a la vida de los Cartujos no está en su escaso número: son 19 monasterios con 370 monjes y cinco conventos con 75 monjas. Tampoco puede decirse que el efecto en la audiencia sea similar porque quienes han visto la película seguramente la percibieron con bagajes diferentes.
Podría uno descalificarlos como una colección de desadaptados que evadieron la realidad y dieron la espalda a los males del planeta en lugar de involucrarse en su solución. En mi caso, el hilo que conecta las diferentes partes está en la exaltación de la libertad.
Puede denostarse o respetarse su forma de vida, pero es claro que es una opción tomada, consciente y libremente, por la veintena de monjes que van entrando y saliendo de escena con sus hábitos de burda tela de un blanco tirando a grisáceo. Por motivos seguramente muy diversos tomaron la decisión de renunciar a bienes y comodidades para concentrarse en la meditación sobre los misterios de la creación. En una de los poquísimas diálogos el Abad da la bienvenida a un novicio africano que escucha con enorme atención las reglas que deberá seguir. Se iniciaba una etapa de prueba en la que el aspirante podía marcharse cuando quisiera o podía ser expulsado por la comunidad si ésta consideraba que no tenía la aptitud para resistir los rigores de esa vida. Es, además, un ejercicio de libertad teñido de tolerancia y respeto a quienes piensan diferente; un cristianismo alejado de esa visión fundamentalista que intenta someter y avasallar a los diversos.
El mensaje también sacude porque llega envuelto en casi tres horas de ese silencio al que hemos ido renunciando y el cual nos ha sido arrebatado porque en la vida moderna el ruido penetra por todos los pliegues de la existencia. Y el silencio hizo algo más: sedujo a quienes estábamos en la sala cinematográfica.
Los españoles son ruidosos y elevan tanto el nivel de su voz que aunque no se quiera puede uno enterarse de sus gozos y de sus cuitas. Al igual que en México, los cines de España tienen tres chaperones de guardia: las palomitas que crujen, los incontinentes verbales que cuchichean y los celulares que retintinean cuando van a meterle una daga a la heroína.
En la última tarde de 2006 los chaperones se quedaron callados.
Los treinta espectadores reaccionamos con la misma concentración respetuosa y hasta donde pude observar, ninguno sucumbió al sopor propio de la típica comida mediterránea. Hubiera sido una falta de respeto hacia lo que iba transcurriendo en la pantalla y era interpretado e incorporado de diferente manera por cada uno de los espectadores. Cuando busqué información hemerográfica para esta columna me enteré que la actitud de respeto ha sido la norma.
La génesis de El Gran Silencio -bastante premiada por cierto- merece algunas frases. En 1984 el director alemán Philip Gröning solicitó autorización para filmar la vida de esta Cartuja, le respondieron que la respuesta tal vez le llegaría en una década. Dieciséis años después, en 2000, recibió un escueto comunicado: ?estamos listos para recibirlo? y la orden de los Cartujos se mostró al mundo tal vez porque es una época que exalta la transparencia.
Gröning se instaló a vivir con y como ellos durante cinco meses y produjo una historia poderosísima, original y de una plasticidad espiritual que sobrecoge. Tal vez por la universalidad de una pequeña comunidad que renunció en libertad a todo bien material para recluirse en un mundo de silencio, meditación y armonía con la naturaleza. Pensándolo bien, esa celebración de la importancia de tomar opciones me parece la mejor forma de haber terminado 2006... y de prepararse para 2007.
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