Es maestro albañil, oficio que aprendió de su padre y ahora se da el lujo de construir viviendas, conducir una camioneta Lobo y contar con una bonita familia.
*Pensó que nunca se casaría después del accidente, pero ya tiene dos hijos.
SOMBRERETE, ZAC.- Agustín Martínez Torres es sinónimo de lucha, de desafío, de romper barreras y sobrepasar obstáculos. Más de 60 toneladas de rocas le cayeron encima y destrozaron sus piernas y su vida, que tuvo que reconstruir, no solo con las manos, sino con la fuerza del alma.
“Yo estoy agradecido con Dios por haberme dejado vivo”, así se expresa este gran hombre de manos grandes, de mirada vivaz y de amplio tórax, producto de las duras faenas de la albañilería.
Sus cejas en forma de “V” invertida, contrastan con sus pequeños ojos casi chinos de color miel, sus bigotes ralos, nariz recta y pequeñas canas que se asoman a un costado de sus orejas. No quiere decir su edad y contesta con una carcajada: “40 y...4 le ponemos”.
Dios le quitó los pies, pero le dio dos manos y un corazón grande para construir casas para los demás. “Cuando yo me muera voy a penar por todo Sombrerete”, advierte.
Viste un sueter gris, gorra blanca y pequeños pantaloncillos adaptados a sus muñones. Siempre permanece impasible, con los brazos cruzados en el pecho o con la mano en la barbilla, como a la caza de alguna palabra, para convertirla en algo chusco. “Soy muy vacilador con mis trabajadores”, señala.
Está orgulloso de haber nacido en el Barrio del Cerrito de Guadalupe, donde se desarrolló como capitán de un grupo de danzantes de la Virgen de la Candelaria, y cada año sus padres ofrecían una comida a la virgen, donde él llevaba a sus amigos.
SU PADRE LE ENSEÑO EL OFICIO
Desde pequeño su padre le enseñó el noble oficio de la albañilería junto con sus otros diez hermanos. Fue el quinto de la familia “y no hay quinto malo”, señala con su voz pausada y afable.
En su infancia recogía leña para que su madre torteara y más tarde aprendió “las primeras letras” de la oficio de la albañilería de su padre: Felipe Martínez. Sus 1.76 metros y su fortaleza lo distinguían de los demás cuando entró al grupo de danza, pero el destino cruel le tenía reservada otra misión.
LA TRAGEDIA LE CAMBIO LA VIDA
El rostro de Agustín cambia, cuando rememora el accidente que le cambió la vida. Fueron 60 toneladas de rocas del interior de la Mina Tocayos, cercana a su hogar, las que le cayeron encima y provocaron amputación de ambas piernas.
Había visto muchas veces trágicos accidentes al interior de la mina y, no pocas veces, él mismo ayudó a sacar a heridos y muertos. Ahora el destino se la tenía reservada a él.
Pero la seriedad dura pocos segundos y señala que ya se ajustan 24 años del accidente, que fue en “El día las Conchas” y entre carcajadas señala que hay que celebrar.
Hubo múltiples fracturas en las piernas, en tibia y peroné, y quedaron machacadas. También recibió golpes de roca en la cabeza. Sigue bromeando: “Pero estoy bien cuerdo”.
Cuando se enteró que le amputarían las piernas, entró en una honda depresión. Primero le quitaron la derecha, pero cuando le quitaron la segunda, contrario a lo que los demás esperaban sintió más energía.
“Estoy conforme con la vida, me siento una persona normal, tengo más habilidad, sin piernas subo escaleras y hasta el cielo”, y estalla en carcajadas. Por lo general se le ve trabajando en los techos de casas de hasta tres pisos y el trabajo se ha convertido en una terapia para él.
Así lo demostró, cuando arribamos a su casa, descendió de su camioneta Bronco utilizando las manos y subió los escalones con gran agilidad, dando muestra de que no necesita de nadie. Se sienta en un amplio sofá de su casa.
A ratos, mueve el muñón izquierdo en forma constante, como algo instintivo o nervioso, en tanto descansa encima del sofá. No hay movimientos de ningún tipo, solo entrelaza las manos en el pecho.
AMARGA NAVIDAD Y CUMPLEAÑOS
Con pesar señala que hubo negligencia médica en su caso. La pierna se le gangrenó, ya que no le pusieron bien el yeso y hubo un derrame interno. Le incómoda hablar de este tema y se acomoda nerviosamente en el sofá.
Le amputaron la primera pierna el 13 de diciembre y la segunda el 28 del mismo mes, y fue la Navidad y el cumpleaños más amargo que ha pasado hasta el momento, cumplía años el 18 de diciembre y se la pasó en el Hospital.
La compañía de su esposa, Elizabeth Zepeda Villazana de 37 años, que se sienta junto a él, lo reconforta y le da fortaleza, en tanto mueve las manos con desesperación al atraer a su memoria ingratos recuerdos y remata: “Fue en la Clínica del IMSS de Fresnillo”.
Agustín se calma un poco. A pesar del daño que le hicieron no presentó ninguna demanda, ni tampoco sus familiares. “Las autoridades médicas se aprovecharon ya que era soltero y mis papás muy humildes”.
Estuvo en rehabilitación en Puebla por espacio de 5 meses y ahí vio que su caso era una insignificancia, comparado con los otros pacientes que ahí estaban en tratamiento y eso le dio mayor fortaleza.
Los enfermos de paraplejia y de la columna se convierten de nuevo en niños y vuelven a depender de sus madres. Con fortaleza resuenan sus palabras: “Nunca dependí de nadie y si mi familia lo hizo fue por corto tiempo”.
Renegaba de su condición, porque se decía que no se iba a casar nunca por el estado en que había quedado. Le entregaron prótesis y sillas de ruedas, pero solamente le estorbaron, ya que nunca se sintió a gusto con ellas.
Las prótesis sólo se las puso, para cumplir una manda con la Virgen de la Candelaria. Sus muñones tenían una secreción y por un año tuvo la prótesis con las que acudía a danzar cada 2 de febrero y ese día todos sus compañeros lloraron junto con él, para pedir por su curación. Así sucedió y dio gracias a la Virgen porque lo habían dejado con vida. La tradición ha seguido en su casa por más de 30 años y cada 4 de febrero le dedica una comida a la Virgen: la llamada “reliquia”.
Un hondo suspiro se escucha y agrega que hoy solo recibe una mísera pensión de mil 480 pesos al mes, desde la edad de 20 años que le sucedió el accidente, pero en contraparte la adversidad lo hizo convertirse en contratista y trabajar por su cuenta.
PENSO QUE NUNCA SE CASARIA
Agustín conoció a Elizabeth en una fiesta, en una cena de amigos. Su noviazgo duró diez meses. Su esposa es enfermera, pero poco ejerció la profesión. Nunca le importó que su hoy esposo no tuviera piernas. Nunca se fijó en lo físico, solo en su forma de ser.
Agustín pensó que se iba a quedar a vestir santitos, se acaricia los bigotes ralos y abraza a su esposa. Su hija se sienta en medio de ellos y llora al escuchar la historia de sus padres. Agustín la abraza cariñosamente.
El hogar es la base de todo para Agustín, lleva a sus hijos al cine, a pasear, a comer. Sus hijos fueron planeados, como él mismo señala, ya que estuvo alrededor de cuatro años sin familia y su intimidad es “normal” como la de cualquier otra pareja.
Su vida siempre fue de retos y de adversidades. Otro obstáculo al que se enfrentó, fue la oposición de sus suegros, para ver a Elizabeth. A pesar de ello se casaron por lo civil hace 16 años, un 17 de febrero.
Pero siente temor de casarse por la iglesia, ya que ha visto a familiares y amigos que vivían como ellos y después de casarse se divorcian. No tenemos anillos de compromiso, pero una vez le di un anillo de “modelo”, señala a carcajadas y hace como que destapa un bote de cerveza.
No tenía nada que ofrecerle a su esposa. Pone los dedos en la barbilla y recuerda que sus suegros lo aceptaron cuando se enteraron que ella estaba embarazada: “Sabía que un día doblarían las manos. Antes se enojaban porque iba y ahora porque no entro”, remata a carcajadas.
SUPO CONDUCIR SU VIDA Y SU AUTO
Agustín se levanta diario a las 6:30 de la mañana y él mismo lleva a sus dos hijos al Colegio como cualquier otro padre, a bordo de su camioneta Bronco roja que ha adaptado a las circunstancias, ya que a falta de piernas, con dos bastones acelera y frena el automóvil.
No sólo sabe conducir automático, sino estándar e incluso le enseñó a su esposa a manejar. Se ufana Elizabeth de que ha aprendido mucho de él en la vida y eso le da fortaleza para seguir adelante con mucho amor.
Sus hijos le han preguntado a Elizabeth que si así conoció a su papá y ella les dice que sí. Ellos se sienten orgullosos de su padre, ya que muchas personas lo señalan como ejemplo para los demás y él como buen albañil les enseña matemáticas, “ya que de eso si se, sobre todo de medidas”.
Platica mucho con sus hijos, y les muestra ejemplos de otros jóvenes que caen en errores y vicios y les inculca valores como la honestidad y que ayuden a los demás cuando les pidan favores, que sean compartidos y que no peleen.
Aunque ya no danza, procura divertirse con su esposa, y salir a los bailes, aunque no baile: “Como al baile del mentado Montéz”. Aunque el demonio de los celos lo atormente, cuando quieren sacar a bailar a su esposa.
“Yo no te veo como una persona discapacitada, te veo normal”, le señala su esposa. –“Si, pero tu eres bien cargada y me haces hacer de todo”, le contesta Agustín, entre risas.
Recuerda con tristeza cuando su esposa tuvo dos abortos y se vio delicada de salud, y en el último de ellos estuvo en cama por nueve meses y le llevaba la comida a la cama, y trapeaba el piso en su silla de ruedas. “Es muy trabajador y no hay nadie como él, ¿Verdad gordo?”, le señala cariñosamente la esposa.
Como a toda persona “normal”, le gusta ver el fútbol y le va a Las Chivas, el box y el fútbol americano. Le gusta comer junto con la familia y no deja pasar un plato de frijoles de la olla, fideos y con chile de molcajete, que son su platillo favorito.
OTRO OBSTÁCULO QUE VENCER
El año pasado Agustín entró en un estado depresivo, ya que le diagnosticaron diabetes e iba perdiendo la visión, y tuvo mucho temor de sufrir una herida en el trabajo y resultar más afectado.
Nunca como antes tuvo miedo, y la mente lo empezó a presionar. Pero su esposa lo cuidó con dietas y salió adelante. Hoy su diabetes está controlada. “Puede ser por herencia de genes, ya que mi mamá tuvo diabetes”, justifica.
La otra causa fue por disgustos fuertes con sus trabajadores, ya que también tiene un carácter fuerte, y tenía la presión de entregar una casa. La vida me ha presentado muchos obstáculos que he sabido sortear y eso me ha hecho mucho más fuerte, señala.
Una vendedora de cemitas y pan de rancho llega a la casa y Agustín no deja pasar la oportunidad de comprar. Saca de la cartera un billete de 50 pesos y se lo entrega a la esposa, su hija corre junto con la mamá a comprar.
Agustín se califica como muy bromista con sus trabajadores. Antes se iba de parranda, hoy solo se toma diez cervezas en un expendio cercano a la casa, la diabetes lo asustó. “Antes eran cartones”, se ufana, pero nunca pierdo la conciencia.
SU OBRA MAS GRANDE
Por su trabajo es muy requerido y la gente sabe que trabaja bien en el ramo de la construcción, ya que lo han mandado llamar gente desde Zacatecas y Villa de Coz y lo requería una institución bancaria que se va a asentar en Sombrerete, pero su agenda de trabajo ya estaba saturada.
La construcción ha sido su vida y lo será en adelante. Su casa él mismo la construyó. Ha tenido hasta 15 albañiles bajo su mando y hoy cuenta con cuatro obras que está edificando.
Su máxima ilusión es tener una constructora, para hacer block y tabique para vender. Le ha pedido ayuda a la gobernadora: “Pero no quiero que me den, sino que me presten”.
La obra más grande que Agustín ha hecho hasta el momento son los hijos. “La cría del hombre”, como el mismo señala. Pero Agustín el constructor, ha edificado su vida con tan solo sus manos. “Ha caminado” a lo largo de ella, de la mejor forma posible, como ejemplo de que solo se necesitan dos manos para labrar un futuro promisorio en esta tierra.