“Sin utopía, la vida sería un ensayo para la muerte”.
Joan Manuel Serrat
Gracias a la decisión del Cuarto Tribunal Colegiado en Materia del Trabajo, Napoleón Gómez Urrutia ha recuperado el control del sindicato minero. Esto ha generado una reacción de alivio entre los líderes sindicales del país, incluso entre aquellos que nunca vieron con buenos ojos al líder minero porque no estaban de acuerdo en que un dirigente –Napoleón Gómez Sada—le heredara su sindicato a un hijo. La razón del alivio es que la toma de nota de Elías Morales, un disidente, era una amenaza al control de ellos sobre sus sindicatos.
La disputa por el sindicato minero aún no ha terminado. Morales tiene aún municiones y está dispuesto a hacerlas valer. Los sindicatos son negocios demasiado importantes para simplemente abandonarlos a otros líderes. Pero la verdad es que Napoleón parece haber ganado esta batalla.
Si bien los líderes de nuestro país pueden estar contentos con la decisión del Cuarto Tribunal Colegiado, los mexicanos comunes y corrientes tenemos razones para mostrarnos escépticos en esta lucha por la “autonomía sindical” . Los sindicatos mexicanos no han servido para dar un mejor nivel de vida a los trabajadores sino para enriquecer a sus líderes. Y lo han hecho excluyendo a millones de mexicanos de la posibilidad de tener empleos de buena calidad.
Los sindicatos mexicanos no son realmente organizaciones de trabajadores: son monopolios legales que controlan el acceso a determinados empleos. Al contrario de lo que ocurre en otros países, en que la incorporación de un trabajador a un sindicato es una decisión libre y personal, en México el trabajador que no es miembro de un sindicato simplemente no tiene posibilidad de trabajar en determinadas industrias o empresas. ¿Quiere usted laborar en Pemex, en la Compañía de Luz y Fuerza del Centro o en Telmex? La empresa no puede contratarlo aunque sea pública y usted tenga la mejor capacidad para ocupar el puesto que desea, a menos de que busque uno de los pocos cargos de confianza. El sindicato decide quién puede o no ser contratado en la mayoría de las posiciones. Nadie que no sea miembro del sindicato tiene derecho a un puesto en una empresa sindicalizada.
Como el monopolio permite, precisamente, que estas empresas tengan mejores sueldos y prestaciones que el promedio, la demanda por sus puestos rebasa con mucho la oferta. Esto permite a los líderes sindicales vender las plazas, cosa que hacen con frecuencia y a muy buenos precios, ya sea por dinero o por favores sexuales. Un empleo sindical en una empresa paraestatal puede costarle 40 mil pesos o más al aspirante.
Pero esta venta de puestos no es el negocio principal de los líderes sindicales. El lucro más importante viene de las cuotas de los trabajadores, a los que cada quince días se les descuenta cantidades importantes de dinero que, multiplicadas por el número de trabajadores, se convierten en montos millonarios. Como en otros negocios, parte del ingreso se reinvierte en servicios a los clientes, o sea, a los trabajadores. Pero como ocurre también en otros negocios, una parte significativa pasa a ser utilidades, que en este caso permanecen en manos de los líderes.
Este sistema nos explica por qué los dirigentes sindicales en México son tan ricos. Desafortunadamente, su riqueza no ha ayudado a que los trabajadores tengan un mejor nivel de vida.
¿Qué hacer? Lo ideal sería eliminar el monopolio que los sindicatos ejercen en el acceso a los mejores empleos. Deberíamos respetar el derecho al trabajo que supuestamente garantiza la Constitución, lo cual nos daría una mayor competitividad como país y daría a todos los mexicanos una verdadera igualdad de oportunidad en el empleo.
Pero no nos hagamos tontos. Los dirigentes sindicales nunca aceptarán una reforma que ponga fin a su rentable negocio y los legisladores nunca actuarán en contra de los intereses de los líderes.
Si no podemos contar con un mercado libre de trabajo, por lo menos deberíamos exigir que los sindicatos tengan verdaderos procesos democráticos para elegir a sus líderes. Debería obligárseles al voto libre y secreto de sus agremiados, y a crear una institución autónoma, un IFE, que garantice la equidad de sus elecciones.
Habría también que obligar a los sindicatos a someterse a auditorías externas y a publicar toda su contabilidad, ya que su dinero es de los trabajadores y no de los líderes. Es absurdo que las empresas que cotizan en bolsa tengan mayor obligación de transparencia que los sindicatos. Sólo así podríamos evitar el saqueo consuetudinario que hoy se lleva a cabo en los sindicatos de nuestro país.
Los dirigentes sindicales se opondrán siempre a las reformas que acaben con sus privilegios, es cierto, pero ha llegado ya el momento en que debemos pensar en crear un sistema sindical que beneficie a los trabajadores y no a los líderes.
BOLSAS
La Bolsa Mexicana de Valores, que hace apenas un mes parecía destinada a una espectacular caída, no sólo se ha recuperado sino que este viernes pasado alcanzó una nueva marca histórica. El fenómeno no sólo se está registrando en México. Los mercados del mundo, después de varios sustos, han vuelto a crecer. Al parecer hay mucho dinero dando vueltas que no tiene más lugar donde colocarse que en las bolsas de valores. El temor al riesgo que parecía haberse apoderado de los inversionistas ha desaparecido y nadie quiere tener demasiado dinero en renta fija. Pero tarde o temprano tendrá que haber un ajuste.