Las declaraciones del vocero del PRD, Gerardo Fernández Noroña en contra de la diputada Ruth Zavaleta, actual presidenta de la Cámara Baja del Congreso de la Unión, además de una corrientada mayúscula, son muestra interesante de muchas cosas que vale la pena comentar.
Por ejemplo, hablan de la verdadera actitud del funcionario respecto al papel suyo y el que pretende para su partido en el supuesto de que accedieran a cualquier clase de poder, especialmente el Ejecutivo. Él supone (de hecho asegura) que la diputada Zavaleta se ha engolosinado con el poder que le confiere el presidir la Cámara de Diputados y que por eso, además de “entregar el cuerpo” (grave acusación), se brinca las trancas que su partido le marcó y decide, motu proprio, asistir a una reunión teóricamente vedada, porque en ella estaría también la esposa del presidente Calderón, la cual, como su marido, ha de ser desconocida por todo perredista que se respete y no sea un traidor.
La acusación implica, primero, que la acusada se ha prostituido –supongo que ideológicamente– para conservar su poder. Implica también que los dictámenes partidistas están por encima de las funciones públicas y los cargos que a éstas corresponden, pues mandan sobre los estatutos, sobre la lógica, sobre la razón e incluso sobre el bien común.
¿Qué se desprende de esto? Que en el supuesto de que el PRD llegase alguna vez a la Presidencia, podemos estar seguros de que no actuará en forma democrática, federal ni republicana, sino conforme a sus exclusivos intereses y/o los de sus dirigentes, como tanto ha reprochado antes y ahora a los ejecutivos de otros orígenes.
¿En qué quedamos, pues? Otro aspecto que exhibe la conducta y palabras de Fernández Noroña es la falta de solidaridad entre los miembros de un partido que se precia de lo contrario. ¿Cómo es posible que el vocero arremeta de manera tan injusta, vulgar e irrespetuosa contra quien, aparte de ser correligionaria suya, se encuentra desempeñando un cargo privilegiado y además –como lo hace ver su respuesta ante el ataque de su compañero– es una dama?
¿Por qué no hubo una reacción inmediata por parte de los demás líderes perredistas (incluido el moral), exigiendo a Fernández Noroña retractación y disculpa? Claro que el susodicho agresor no sólo no rectificó, sino que continuó despotricando contra la funcionaria, revelando claramente su convicción misógina, retrógrada y la materia de que está compuesto, que debe avergonzar a cualquiera que comulgue con sus ideas y alarmar a quien no lo hace. Porque lo más revelador de todo es la inmadurez ideológica y política de este personaje (la terminación “aje” en su acepción lata: que no llega a ser persona), ésa sí respaldada por un gran sector del partido, aunque no por ello menos absurda: la necedad de continuar con esa mala comedia de desconocer al presidente cuando gobierna, propone, acuerda, ordena o se dirige a la nación, pero reconocerlo de inmediato cuando se trata de inculparlo, reclamarle, pedirle cuentas o exigir su intervención para solucionar problemas. La persistencia en el mantenimiento del pseudogobierno legítimo de Andrés Manuel López Obrador (¿a quién gobierna?) es ridícula desde todos los puntos de vista, pero sobre todo teniendo en cuenta que éste no hace más que provocar actitudes como la del vocero, sabotajes contra el bien público, uno que otro disturbio callejero cercano a cualquier fecha importante, ocasionales declaraciones recicladas de su campaña presidencial y, claro, cobrar y gastar el dinero de las aportaciones comprometidas y esperanzadas de quienes, cándidamente, lo sostienen en su lucha. Lo bueno de desplantes como el que comentamos es que nos permiten anticipar las cosas, para saber a qué atenernos.
Por mi parte, aplaudo la actitud de Ruth Zavaleta, quien ha demostrado mucho más criterio y tamaños políticos que cualquiera de los líderes amarillos, verdes, azules y tricolores, porque la razón y la cordura pesan más en ella que esos juegos de poder y revanchismo con los que sus colegas llenan las jornadas de trabajo y el tiempo de los medios que los hacen visibles y audibles. Y particularmente me congratulo de que la sensibilidad y la razón de la funcionaria hayan coincidido con las de Margarita Zavala en el tema que las reunió felizmente –así se le retuerza el hígado a Fernández Noroña–, pues si por algo nos debemos preocupar los mexicanos es por el futuro de nuestros niños y jóvenes, amenazados cada vez más por los flagelos de la drogadicción y el alcohol.
Creo que, además de nuestra indiferencia crónica respecto a los problemas reales que exigen soluciones inmediatas e inteligentes, nuestra incapacidad de actuar sumando ideas y esfuerzos se debe en buena medida a esa pequeñez moral e intelectual que todo lo ve bajo la lupa partidista.
Desperdiciamos oportunidades por no sumar esfuerzos; los logros –grandes o pequeños– de otros no son aprovechados para continuarlos y hacerlos crecer, si proceden de la Oposición o de quien no piensa como nosotros, aunque sus obras sean excelentes; rechazamos programas y proyectos que van perfilándose como efectivos y los tiramos a la basura si fueron diseñados por un enemigo político, aunque eso signifique volver a empezar, gastar de nuevo y retardar resultados. No le hace que nos quedemos a medias en todo, pues primero muertos que aliados, aunque el objetivo sea loable y benéfico para el país.
La respuesta de Zavaleta y su apoyo explícito a la propuesta de la señora Calderón es muy importante, porque confirma que los grandes problemas, las preocupaciones que valen la pena son los que nos afectan en cuanto a humanos (nada más humano, más frágil y más importante que nuestros hijos); también porque sitúa a las mujeres en la línea de acción. No se trata de una expresión feminista, sino justa y real: somos las mujeres las que movemos al mundo, porque somos las que nos permitimos ser afectadas por el amor, las que no agotamos mesas de café discutiendo la forma de anular al contrincante político, salvar la Tierra, la economía o la Selección, pero sí hacemos lo que está a nuestro alcance para resolver los problemas más inmediatos: criamos a nuestros hijos, los alimentamos, los educamos, cuidamos de sus vidas y su entorno, sanamos sus heridas, celebramos sus éxitos, trabajamos por ellos, sufrimos sus fracasos y, viéndolos en peligro, somos capaces de ignorar compromisos y convenciones para protegerlos. Tratándose de nuestros hijos, las mujeres somos acción; todo lo demás sale sobrando. Ojalá que, como se propuso en el evento que lastimó tanto la sensibilidad del vocero perredista, las mujeres mexicanas de toda condición, credo y circunstancia seamos capaces de integrarnos al proyecto común de preservar la inocencia y la salud de los niños y jóvenes mexicanos.
Que nuestro esfuerzo obligue a las autoridades responsables a tomar medidas preventivas y correctivas claras y a ejecutarlas con eficiencia, mientras, desde la casa, llegamos a la mente y el corazón de nuestros hijos para apartarlos de las adicciones, fortalecer sus espíritus, mantener sanos sus cuerpos, guiar su conducta y alejarlos del mal.
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