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Sobre el absurdo y otras cuestiones

Patricio de la Fuente G.K.

“La historia será benevolente conmigo porque la escribiré yo”.

Winston Churchill

Continúan las bajas en Irak, seguirán por tiempo indefinido hasta que el Gobierno de George W. Bush cambie la estrategia. Ello se presume como remoto; en la silla más poderosa del orbe se encuentra sentado un hombre torpe, necio y convencido de poseer todas y cada una de las verdades terrenales. En algo se parece el mandatario norteamericano a Hugo Chávez: aunque diferentes en forma y fondo, sus particulares ideologías tiene tintes mesiánicos. Ambos están “montados en su macho” y a ver quién los baja de ahí.

La Zona Verde de Bagdad, supuestamente el área con mayores índices de seguridad de aquel país, fue vulnerada por un hombre que detonó una bomba y con ello causa estragos ampliamente relatados en los diarios internacionales. Desde que las tropas estadounidenses instalaron hace cuatro años un impresionante cordón alrededor de la zona no se habían registrado percances de tal magnitud. Los ataques coinciden con recientes declaraciones del Gobierno Iraquí en el sentido de que la situación en Bagdad se encuentra bajo control.

Por si no seguiste la nota, lector querido, te platico que dentro de dicha zona se encuentra apostado el Parlamento Iraquí, la sede del Gobierno e importantes Embajadas, entre ellas la de Estados Unidos, nada más y nada menos. El ataque deja como saldo más de ocho muertos y veintitantos heridos.

Lo ocurrido en Irak tiene semejanzas con los ataques a las Torres Gemelas. Ambos acontecimientos –aunque aislados- nos demuestran que en apariencia cualquier sistema de Seguridad e Inteligencia tiene fallas y puede ser vulnerado. La guerra contra el terrorismo cobra víctimas en ambos bandos, sufre una peligrosa escalada y honor a quien honor merece, la actual Administración yanqui da, día con día, visibles muestras de su incompetencia para disminuir –ya no digamos terminar- el derramamiento de sangre.

Irak vive una auténtica guerra civil. Las divisiones entre los grupos políticos y religiosos son ancestrales. En pocas palabras, el país es ingobernable desde cualquier perspectiva. Pretender instaurar usos y costumbres occidentales resulta francamente absurdo: ello únicamente ocasionará a corto, mediano y largo plazo; bajas, de ahí que la comunidad internacional busque que el Congreso norteamericano, hoy de mayoría demócrata, acote el indiscriminado poder del Ejecutivo exigiéndole que el retiro de las tropas ocurra con mayor rapidez.

Pienso en Irak e inmediatamente lo relaciono con lo ocurrido en Vietnam hace varias décadas: si en esencia todas las guerras tienen mucho de absurdo, estas dos últimas encabezan la lista. La historia de David versus Goliat, el unilateralismo o ir a meter la cabeza donde no me llaman en aras de imponer mi personal óptica de cómo deben funcionar las cosas. Exportar el modelo norteamericano a fuerzas sin entender que no necesariamente es compatible. Digo, igualito a la pretensión de instaurar en neoliberalismo en Uganda: así de utópico.

Winston Churchill, hombre de guerra, escritor de su propia historia. ¿Compararlo con Bush? Nunca, era de otro calibre. Churchill fue necesario en su tiempo y mantuvo un saludable sentido de la proporción. ¿Y cómo recordará la historia a Bush? Severamente: han sido ya muchos años de verdadero fiasco, tanto en lo doméstico como en lo internacional. El tejano fue a meterse a la cueva del lobo y persisten las dudas sobre si será capaz de salir de ella. Desde los tiempos de Ronald Reagan y su cuestionable política exterior nadie ha causado tales sentimientos de encono y polarización como el caudillo posmoderno que por el bien mundial urge salga de la Casa Blanca.

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Este columnista se encontraba en un piso bastante alto dentro de la zona sísmica del Distrito Federal cuando tembló bien y bonito. Los que dentro del inmueble nos encontrábamos salimos despavoridos hacia la calle: no estuvo nada agradable el evento.

Al platicar con amigos sobre el siniestro algo me quedó muy claro: el recuerdo de aquel fatídico 19 de septiembre de 1985 sigue presente en la conciencia colectiva de los capitalinos. La sola idea de que algo así se pueda repetir hace que se nos enchine la piel.

Prefiero pensar que Dios nos quiere demasiado…

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