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Sobre México| Relatos de andar y ver

Ernesto Ramos Cobo

Preguntémonos seriamente si nos gusta este México. Hagámoslo desde la objetividad y ante un recuento de nuestros vicios y virtudes. Evitemos hacerlo desde la comodidad de un sillón o desde el estómago lleno. Comencemos pensando en nuestra frágil institucionalidad —por ejemplo— o en la percepción extendida de que en esta enclenque democracia todo puede arreglarse con dinero. Pensemos en la ausencia de rendición de cuentas y en las complicidades históricas de los grupos de poder. Visualicemos las ataduras asociadas a nuestras carencias estructurales: el desequilibrio y la descoordinación de nuestros poderes constitucionales, los intereses de grupo que inmovilizan procesos legislativos, los niveles educativos deficientes, un Gobierno omnipresente que desparrama símbolos, los procedimientos electorales desaseados y controvertidos, y para colmo el absurdo y medieval comportarse de las iglesias.

Preguntémonos entonces seriamente si nos gusta México. Hagámoslo desde la fría objetividad: devastado, aniquilado nuestro campo, sangrando; sangrando también nuestras zonas petroleras, sólo para ver regresar nuestro oro negro en forma de derivados que no hemos sabido producir, con la consecuente balanza deficitaria; sangrando nuestras calles ante asesinatos diarios, desaparecidos, y el miedo de aquella oaxaqueña –que trabaja en una maquiladora de Ciudad Juárez— y que regresa a casa entre un desprotegido páramo de calles obscuras. Sangrando en carencias y sangrando en pobrezas: atados a una economía con productos poco competitivos a nivel mundial, ninguna computadora, ninguna aeronave, la industria nacional mermada por nuestros problemas, las crisis recurrentes, la deficiente planeación estratégica.

Probablemente de ese desolador panorama surgiría el debate sobre nuestra identidad nacional. Seguramente saldrían a relucir comunes denominadores: algún despistado hablará de esas piedras prehispánicas que amamos, alguien alzaría la voz sobre nuestra innata capacidad inventiva, seguramente algunos murmurarían sobre creaciones musicales exquisitas, nuestra comida, nuestra historia, nuestra tierra profunda y desquebrajada, donde la realidad es al fin de cuentas el abandono de millones de mexicanos ante las escasas oportunidades. Hemos fallado en ordenar este país y lo hemos hecho terriblemente injusto: un esquema de servicio doméstico esclavizante y una multitud de ciudadanos invisibles, reguero de desesperanza, desigualdad, violencia, droga... y la certeza extendida de que cualquier problema se arreglará con billetes, con la impunidad como pan de todos los días.

Entonces la realidad se nos desborda: la sensación de peligro al cruzar nuestras montañas nocturnas, el temor de ser asaltado por el retén en turno, los taladores clandestinos que hemos visto derribar árboles centenarios, el hospital del pequeño pueblo y su multitud de medicinas caducas, el autobús impuntual que ha arrollado algunos peatones. El pan de todos los días: los semáforos descoordinados, los policías corruptos, los fraudes fiscales, la venta indiscriminada de alcohol a nuestros menores y el éxtasis en el día de nuestra independencia, donde con el rostro tricolor salimos a la calle a gritar a una plaza dividida. La lista interminable: la deserción escolar ante la falta de plata, la multitud de sueños resquebrajados, los servicios públicos ineficientes, el uso de suelo obtenido con aquel alcalde corrupto y los malabares del cartero, porque la calle Bravo tiene múltiples posibilidades de ser, y todas ellas embachadas, y todas ellas con bares que seguramente siguen vendiendo a deshoras sin importar las quejas de los vecinos. El colmo: incluso osar prender la televisión es sólo encontrar los vacuos contenidos de siempre, el colmo del embrutecimiento, el circo más dañino que satura de futbol el mediocre domingo.

Pero de nueva cuenta podría salir alguien a levantar la voz y hablar de una raza profunda y sensible, de una identidad entrañable, de risa fácil y de fiesta improvisada. Oiríamos voces sobre la riqueza de nuestra multiplicidad étnica y el arte infinito de nuestros artesanos. Incluso justificaríamos nuestro atraso desde las teorías del parto sangriento de nuestro México mestizo, la brutal colonización donde instituciones y grosso poblacional sufrieron, y siguen sufriendo, y de allí la dificultad de encontrar consensos en este complicado mosaico… Buscaríamos justificantes de todo tipo para paliar nuestro atraso, desde la silla del teórico, y las respuestas serían múltiples, mas un dato duro flotaría por encima de todo: sesenta millones de pobres es precisamente sesenta por ciento de la población nacional. Un número es brutal como para seguir allí sentados divagando. Un dato duro que nos obliga a tener una respuesta. ¿Qué pretendemos hacer ante la respuesta obligada?

ramoscobo@hotmail.com

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