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Sobreaviso| PRI, radicalmente igual

René Delgado

Finalmente mañana se sabrá quién ocupará la presidencia del Partido Revolucionario Institucional. Sin embargo, poco importará si el ganador es Beatriz Paredes o Enrique Jackson porque el carácter de la competencia mostrará, una vez más, que el tricolor sigue siendo el mismo nomás que con menos fuerza.

Creer que quien ocupe el despacho de Insurgentes Norte quedará legítimamente acreditado por el voto de los consejeros, no es posible. Con menos estridencia de la acostumbrada ?acaso ése sea el mérito mayor de la contienda interna?, los dos competidores echaron mano de la vieja técnica de amarrar los apoyos por arriba y en corto, dejando el rollo largo para los de abajo. Sin prescindir, desde luego, del recurso de tirar uno que otro golpe bajo al contrincante.

El resumen de la contienda es el de un juego de intereses, en un campo yermo de ideas que no depara certidumbre sobre el rumbo de ese partido.

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El punto delicado del ejercicio es que, por los términos de la contienda, el tricolor quedará de nuevo como un partido-partido, incapaz de darse las reglas de entendimiento interno para gobernarse y replantearse, en serio, la posibilidad de recuperar el poder perdido. Habrá de nuevo un grupo derrotado, pero no necesariamente uno victorioso y muchos menos un partido cohesionado.

Tales fueron las negociaciones emprendidas por uno y otro competidor, que el nuevo presidente tricolor llegará a la dirigencia maniatado por una camisa de fuerza, tejida con un grueso estambre de compromisos intra y extrapartidistas. Llama a risa que Beatriz Paredes advierta que se entregará la fuerza tricolor al Gobierno panista si gana Enrique Jackson, siendo que ella viene de perder la posibilidad de sumarse al Gabinete de Felipe Calderón. Llama a risa que Enrique Jackson vea a Carlos Salinas de Gortari detrás de Beatriz Paredes, cuando detrás de él se asoma Elba Esther Gordillo con su orquesta de gobernadores.

Aunque hubo más contendientes, los dos principales cayeron en la más tradicional subcultura tricolor. Dejaron de lado el sentir de las bases ?el pueblo tricolor con credencial? y las propuestas de fondo para arreglarse con las cúpulas que, a fin de cuentas, son las que deciden. En otras palabras, optaron de nuevo por las personalidades ?distinguidas? que ampararan, apadrinaran y patrocinaran su ambición, soslayando la necesidad de institucionalizar la política partidista y de establecer los ejes de la reforma que, desde hace años, exige ese partido.

Tal decisión compartida tanto por Beatriz como por Enrique regresa al PRI al lugar de donde quería salir. Ratifican que el priismo es una fuerza con múltiples polos de poder, fincada en jóvenes caudillos de temporal y muy viejos caciques que, ante la incapacidad de articular en un solo sentido la fuerza del partido, tironean lo poco que les queda para ver a quién impulsan en la próxima y todavía remota elección presidencial.

Hicieron grilla, no política.

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Aquella vieja idea reyesheroliana de primero el programa y después el hombre ?en este caso, la mujer? resulta ser su mejor imposible.

A la elección, por decirlo de algún modo, del nuevo dirigente seguirá la Asamblea Nacional del partido. Amarrados los caballos atrás de la carreta, el priismo iniciará su nueva ruta y, así, será muy difícil saber adónde terminará llegando. En vez de realizar primero la Asamblea para determinar cómo va a gobernarse a sí mismo ese partido, cuáles son las reglas del juego interno y cuáles son las metas a alcanzar, el priismo resolvió escoger primero a quien deberá conducir el partido sin saber adónde lo llevará.

El PRI va a la baja desde hace tiempo. Los números son elocuentes al respecto. De los 17 millones de votos que obtuvo en la elección presidencial de 1994, pasó a poco más de 9 millones apenas en julio pasado. De las 2 mil 218 presidencias municipales que tenía en aquel año, ahora sólo le restan 622. De las 30 gubernaturas que ocupaba en el 2000, ahora sólo alcanza 17. De las 208 diputaciones que logró en 2000, ahora sólo tiene 106; y de las 59 senadurías con que contaba en aquel entonces, ahora sólo retiene 33.

Lo curioso de esa caída es que al priismo esos números no les dicen nada. Muestra muy poco interés en saber qué fue lo que ocurrió, qué es lo que está pasando. Sencillamente pierden y, ante la pérdida, su reacción es la del suicida que finalmente no quiere morir: en vez de plantearse la posibilidad de recuperar posiciones de poder, prefieren disputarse las pocas que les restan. Peor todavía, cuando dan muestras de recuperación ?ahí está la elección intermedia de 2003?, lo primero que hacen es pelearse entre ellos. Al PRI el aroma del poder los unifica, pero el verdadero olor los mata.

Así, sin un diagnóstico de por qué viene perdiendo y sin interés alguno en plantearse qué hacer, el priismo repite el ejercicio de pelearse la dirección para después plantearse la divisa que desde hace tiempo lo gobierna: ?Vamos a ver qué pasa?. Y lo único que pasa es que el priismo se fractura y se diluye.

El PRI, desde hace tiempo, pierde sangre. A veces la pierde a cuentagotas, a veces en hemorragia. En ese esquema, ciertamente no se le puede declarar muerto, pero tampoco vivo. Y lo más curioso es que, sin la decisión del propio priismo de hacer algo al respecto, lo que está ocurriendo es que en la agonizante vida del partido cada vez es más notoria la incidencia de fuerzas y factores ajenos a su estructura así como el afán de algunos de sus miembros de ponerse al servicio de tal o cual interés particular para sobrevivir.

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Puede preocupar o no lo que le ocurra al priismo, a fin de cuentas allá ellos con sus enredos. Pero el problema está en que su desarticulación y su falta de institucionalidad política terminarán por vulnerar la posibilidad de darle certidumbre al país y, en particular, al Gobierno panista, para determinar qué sí se puede y qué no se puede hacer con esa fuerza.

El Revolucionario Institucional es, a pesar de su caída, una fuerza con implante nacional y con importante presencia en la política, pero el hecho de que no logre consolidar, en serio, una dirigencia y una dirección, vulnera toda posibilidad de interlocución con los demás actores políticos.

Si, como resultado de la contienda por la dirigencia, de nuevo prevalecen múltiples polos de poder, difícilmente se lograrán acuerdos en favor del país. Toda negociación tendrá que hacerse con las distintas corrientes que lo integran, pero no con el partido como tal y, entonces, el valor de la certidumbre política y del compromiso en los acuerdos seguirá siendo una quimera. Y de sueños no vive un país... mucho menos un partido.

Más allá del resultado la elección interna del PRI, Beatriz Paredes y Enrique Jackson comparten el fracaso de no haber conseguido mandar la señal de una forma distinta de hacer política. El rostro rejuvenecido que quisieran presentar se ha ido craquelando y, de nuevo, aparecen las arrugas de un partido que se niega a sí mismo e insiste en creer que la suerte lo puede recolocar en el espacio del poder que, a fin de cuentas, nunca supo conquistar por sí. Un partido que resulta ser radicalmente igual.

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sobreaviso@latinmail.com

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