El papá es una pieza clave para el sano desarrollo de todo ser humano.
Los padres son el primer contacto de un niño con otros seres humanos y esto marcará la forma de relacionarse con los demás a lo largo de su vida. El afecto con que un bebé es recibido y criado determina su amor propio.
El acercamiento inicial de todo ser humano es con la figura materna, pero después, con el padre. Ambos transmiten la identificación del género y sus roles.
La sicóloga María Eugenia Villalobos explica que la importancia de la figura paterna para el niño evoluciona por etapas con el paso de los años:
De 0 a 3 años
Percibe y asimila la intensidad de los estímulos afectivos que recibe de papá; reconocen a éste como fuente de cariño.
De 4 a 7 años
En el caso del varón, puede experimentar celos hacia su progenitor, pues lo considera un rival en la competencia por el amor y la atención de mamá.
Las niñas, en cambio, ya sienten gran amor y apego por su protector (complejo de Electra). En este periodo se debe cuidar que los hijos no se sientan rechazados o ignorados, esto puede dañarlos de por vida.
De 8 y 9 años
El padre es el superhéroe invencible, capaz de resolver cualquier conflicto.
A pesar del trabajo, en nuestros días el padre se involucra más en la educación de los hijos. Puede ser que mamá sea vista como la más estricta y él como más permisivo y consentidor; sobre todo con las niñas.
Es quizás en esta etapa cuando las hijas ubican la figura masculina que buscarán para formar una pareja en el futuro. Es un momento idóneo para inculcar el valor de la convivencia familiar, interesarse por compartir gustos musicales, tratar con los amiguitos de los hijos, generar valores como el respeto en la familia, escucharlos y darles su lugar.
Papá es quien transmite a sus hijos seguridad en sus actos y autoestima.
El ídolo se derrumba
A los 10 años, los hijos no están muy seguros de la perfección de papá y empiezan a enjuiciarlo, para descubrir que no lo sabe todo ni tiene la verdad absoluta. Comienza a resultarles más interesante interactuar en otros círculos fuera de casa e identifican a otras personas a quienes admirar.
Llega así la sufrida adolescencia, etapa en la que papá ya no es un amigo de fiar para sus hijos y mejor le ocultan información, porque no lo creen capaz de entenderlos; según los chicos, él sólo quiere controlar y prohibir. "Es la etapa de ruptura, padre e hijos ya no juegan en el mismo equipo, los espacios entre ambos se amplían cada vez más" comenta la sicóloga Villalobos.
Esta es la etapa más difícil, porque se pierde el control sobre los vástagos. Papá vive atemorizado de que algo malo le ocurra al hijo y su mayor preocupación tiene que ver con la sexualidad.
Así, en un afán de sobreprotección, viene la represión ("no sales", "no vas") sin dar explicaciones.
Aunque tenga muchos compromisos de trabajo, el padre debe darse tiempo para informarse y explicar a sus hijos el porqué de una prohibición y aceptar que el chico está expuesto a situaciones en las que sólo él decidirá. No le queda más que confiar en la educación y valores que ha impartido.
Para llevar lo mejor posible la situación, la sicóloga Villalobos recomienda replantear, durante la adolescencia, la relación entre papá e hijos. "Para crear confianza y dar apertura a la comunicación entre ambas partes, es necesario iniciar un hábito de negociación y establecer acuerdos con respecto a reglas y límites; esto hará que los hijos se sientan tomados en cuenta en lugar de criticados y reprimidos. A su vez, el muchacho desarrollará respeto y compromiso hacia su progenitor", comenta la especialista.
Cuando el joven cumple 18 años, papá experimenta una suerte de duelo, pues los hijos ya toman sus propias decisiones y algunos, incluso, se independizan. Pero es buen momento para la reconciliación, pues la convivencia tiende a consolidarse. El hijo deja de ser hostil y empieza a entender los puntos de vista del padre.
Las opiniones y el apoyo moral de éste cobran importancia para la toma de decisiones importantes.
