“De agua hermosa es mi abolengo / Y es por eso que aquí estoy / contento con lo que tengo”.
Carlos Pellicer
Isaac Alvarado Jiménez, campesino de Villa Carlos Green de Tabasco, de 34 años de edad, llamó este viernes pasado a la Red de Radio Red, el programa radiofónico que conduzco en las mañanas. Su recuento, tomado a través de una telefonista, ofrece una dramática visión de la tragedia de Tabasco:
“Para hablarles caminé tres kilómetros para salir de la zona rural –le dijo don Isaac a la telefonista-. Los pastizales se cubrieron de agua. Al cacao le entró la mancha negra. La cosecha ya se echó a perder. Se ve un panorama difícil”.
“El radio de Villahermosa no transmite. El caso es abrumador. En la zona de Corinto la gente está con el agua al cuello”.
“Yo tengo familia allá –continúa don Isaac-. Para llevarles de comer está difícil. Hay que caminar con el agua a la cintura. Se pudren las uñas porque el agua está contaminada”.
“Para llevar ayuda es difícil. Ya varios comercios están cerrados”.
“Tengo sólo cien pesos. A ver si me alcanza para frijolitos y arroz sancochaditos. Soy casado y tengo una hija de seis años”.
“El kilo de frijol está a 17 pesos y el de arroz a ocho. Y el plátano está a 10 el kilo. No hay tortillas”.
“Los mosquitos abundan. Se meten a la boca y nariz cuando uno habla. Los camiones que traen ayuda están parados en Cárdenas porque el agua no los deja pasar”.
Ésta era la situación en la zona rural de Tabasco este viernes pasado. Y las cosas no han mejorado mucho. Tabasco está viviendo una tragedia sin precedentes. En un estado habituado a las inundaciones, nadie recuerda una situación como la que se ha vivido en estos últimos días.
La politización de la tragedia era quizá inevitable. El ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador ha culpado a los ex gobernadores priistas Manuel Andrade y Roberto Madrazo por no haber hecho una serie de obras hidráulicas ya comprometidas y que, según él, habrían evitado las inundaciones. La tragedia de Tabasco es, a su juicio, un producto más de la corrupción del sistema político.
La verdad, sin embargo, es que es difícil pensar que cualquier tipo de infraestructura habría podido evitar estas inundaciones. Los bordos pueden impedir que el agua invada ciertos lugares en determinadas circunstancias. Pero es difícil pensar que cualquier dique, aun el más alto y largo, habría podido impedir una inundación que ha dejado al 80 por ciento del estado bajo el agua.
En Macuspana, el pueblo de los López Obrador, una disputa entre priistas y perredistas impidió este fin de semana que un helicóptero de la Marina pudiera entregar ayuda. El gobernador, el químico Andrés Granier, señala por su parte que la presa de Peñitas de la Comisión Federal de Electricidad le ha hecho un daño enorme al estado. El mandatario ha pedido insistentemente que se cierren completamente sus compuertas, aunque se deje de generar electricidad, para que bajen las aguas que inundan el estado. Pero de nada servirá cerrar las compuertas si con ello el agua simplemente desborda a la presa.
Tabasco, hay que reconocerlo, es víctima de la manera en que los mexicanos repartimos las riquezas naturales. Los tabasqueños -como los campechanos y los chiapanecos- pagan un costo ambiental enorme por la explotación de petróleo y la generación de electricidad en su territorio. Los beneficios, sin embargo, no se quedan en el estado sino que se entregan a la Federación a través de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad.
En otros países del mundo las reglas son distintas. Los recursos se quedan en buena medida en los estados o provincias donde se generan los recursos. Así, el costo ecológico de la producción energética es cuando menos paliado por los beneficios económicos que produce esta actividad.
Para los campesinos de Tabasco, como don Isaac, el sistema es simplemente perverso. Las riquezas del petróleo y la generación de electricidad de su estado se van a nutrir los bolsillos de los burócratas en la Ciudad de México y de los grupos sindicales que controlan a las empresas paraestatales. Por eso cuando llega una tragedia ambiental, no hay recursos para enfrentarla. Con cien pesos en el bolsillo nada puede hacer un campesino para alimentar a su familia.
La tragedia de Tabasco es brutal. No ha sido producida por la falta de construcción de unos bordos ni solamente por el vertido de la presa de Peñitas. Tiene más que ver con el calentamiento global que con la corrupción de los políticos. Pero un sistema que despoja a los estados de la riqueza que ellos producen para nutrir a la burocracia federal es cuando menos parcialmente responsable de la pobreza que ha hecho de las inundaciones un golpe tan fuerte para los tabasqueños más pobres, como Isaac Alvarado Jiménez.
CIEN AÑOS
En 2005 Nueva Orleáns quedó bajo el agua mientras que Cancún fue golpeada por el huracán Wilma. En este 2007 Dean arrasó el centro de Quintana Roo y Bangladesh e Inglaterra sufrieron inundaciones. El calentamiento global tiene mucho que ver con estos fenómenos. Pero aun si hoy se interrumpe toda actividad industrial o de transporte que emita contaminantes a la atmósfera, pasarían cien años para que los contaminantes acumulados sean reabsorbidos. Tenemos que aprender a vivir con estas nuevas circunstancias.
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