Todos los partidos viven de su mística y mueren de su política. Charles Peguy
Doña Marta está triste ¿qué tendrá doña Marta? ¿Doña Marta está enfurruñada ¿qué tendrá Doña Marta? Esta inquietud pudieron experimentar los políticos de la Internacional Democrática de Centro reunidos en Roma, Italia, para asignar la presidencia de esa organización conservadora a Vicente Fox Quesada. Y más intrigados quedarían por el patente disgusto de doña Marta Sahagún de Fox ante a los cuestionamientos de la prensa internacional sobre el denunciado origen de los cientos de millones de pesos –dijo Lino Korrodi— que ella y su folklórico marido usaron en la construcción de su delicioso paraíso terrenal en tierras guanajuatenses.
La revista Quién, especializada en gente rica y bonita, envió a sus reporteros al territorio empíreo de los Fox para averiguar cómo sería ahora su vida, después de haber actuado seis largos y patéticos años como los mandamás de la nación: la dama, simple cónyuge de Vicente Fox, presidente de la República y el caballero solamente eso, ejecutivo por chiripa de un Gobierno republicano, laico y democrático; poca cosa en realidad si se piensa en lo efímero del poder; aunque ambos soñaron siempre en regir eternamente un tercer imperio mexicano.
No llegaron a imperar, está claro, pero vivieron como si hubieran sido emperador y emperatriz, provocando en los ciudadanos mexicanos una cierta nostalgia por el presidencialismo del Partido Revolucionario Institucional. “Estábamos mejor cuando estábamos peor”, se escuchaba en los sitios del cotilleo popular, mientras los hijos biológicos del primer matrimonio de doña Marta se enredaban en negocios muy productivos y los vástagos adoptados por el señor Fox y su primera esposa vivían, estudiaban y seguramente también holgaban en los sitios más de moda en Europa.
Para culminar el pasado sexenio Vicente Fox se equivocó cuando intentó imponer a dos o tres paniaguados suyos como candidatos a la Presidencia de la República. Si Felipe Calderón hubiera actuado con el sentido de disciplina que solían mostrar los precandidatos del PRI en los prolegómenos de cada elección federal, peor la estaríamos sufriendo con Creel, Cárdenas o Abascal en Los Pinos, O soportando a Andrés Manuel López Obrador en una choza en el patio de Palacio Nacional, pues cualquier otro aspirante menos conocedor de la política que Calderón habría sido pan comido para el político tabasqueño.
¿Piensa usted, respetado lector, que Felipe Calderón Hinojosa contempla impasible y con respeto la exagerada exposición de dispendios que presenta a diario su deslustrado predecesor? ¿Contemplará con resignación los viajes de la parejita Fox al extranjero, sus confusas conferencias en universidades, su zafia conducta y erráticas declaraciones ante la prensa internacional? ¿O es que el presidente de México espera con la paciencia del santo Job que madure la impaciencia popular y no le quede otro camino que investigar el probable caso de peculado y aplicar la ley con intención de ejemplificar hacia el futuro?
Mucha calma parece tener el presidente Calderón ante los desvaríos de don Vicente y doña Marta; pero más tolerancia y resignación tendrán que mostrar los ciudadanos electores en los próximos comicios federales, estatales y municipales si se deciden a votar a favor del PAN. Lo cierto es que después del show de los cientos de millones de pesos gastados en fabricar su nidito de amor, escenario adecuado a cualquier sueño megalómano, nada tranquilos deben sentirse Fox y Marta y menos el partido Acción Nacional, ante la inminencia de futuras pruebas electorales. Los blanquiazules han mostrado una absoluta incapacidad de gobierno, una torpe y equívoca conducta ética y un insuperable delirio de grandeza en los sus primeros ensayos como administradores públicos o legisladores a cualquier nivel.
¿Que el PRD y el PRI no cantan malas rancheras? Quizá, pero como dice el refrán campirano: con estos bueyes hay que arar. Los partidos emergentes se han consagrado como usuarios sin medida de los recursos públicos que se les otorgan en calidad de privilegios electorales y como partidocracia no tienen trazas de extinguirse. Quizá el remedio del agua y el ajo sea el único recurso que nos queda a los mexicanos.