El futbol mexicano ha vivido un sueño verano con cuatro capítulos que podríamos llamar la pesadilla, el despertar, la ilusión y la incógnita al participar en los diversos torneos a que fue convocado.
La pesadilla indudablemente quedó marcada con el infame nivel de juego mostrado por la Selección Nacional durante la Copa Oro de la Concacaf. En un torneo con bajo nivel competitivo, armado a priori para los grandes animadores como son Estados Unidos y el Tricolor; resultó decepcionante ver a un equipo sin pies ni cabeza, dividido en su interior y partido en el accionar futbolístico que, pese a llegar a disputar la final, dejó el regusto amargo de la derrota.
Vino el despertar con una participación plagada de dudas en la Copa América de Venezuela; luego del fracaso y la incógnita que precedieron al viaje a la tierra del Arauca vibrador, era de suponer que el partido inaugural ante Brasil terminara en tragedia.
Sin embargo, el alto mando del combinado nacional se la jugó con un cuadro lleno de jugadores jóvenes, ilusionados con estar ahí, comprometidos con este proyecto y sin la malicia y las poses de los veteranos y ¡eureka! Hugo encontró en ellos una disposición para el sacrificio que no se había visto en este proceso.
Con este nuevo aliento se le gana a Brasil, a Ecuador, se empata con Chile y en un partido atípico golean a Paraguay haciendo creer al público que se podía realizar la hazaña.
Desgraciadamente llegó el juego ante Argentina y el cuerpo técnico tricolor enloqueció en el vestuario, quizá producto del gol de Heinze en el último minuto del primer tiempo, y con los cambios le endosó un cheque en blanco a la forma de jugar del cuadro pampero.
Aún así el tercer lugar sabe bien y hace que la calificación a este equipo en la justa continental sea positiva y un voto de confianza para el estratega nacional. La ilusión la encarnaron los jóvenes integrantes de la Sub-20 que participaron en el Mundial de la categoría, a jugarse en Canadá.
Un equipo trabajado en lo técnico, que sabe qué hacer con la pelota, con excelente mentalidad y una condición física sobresaliente, fue sembrando rivales haciendo crecer el sueño de repetir la corona lograda en Perú hace apenas unos meses.
Desgraciadamente no pudo redondear su actuación y cayó ante Argentina en un encuentro donde estaba prohibido equivocarse y el Tri juvenil lo hizo, pero ahí está una camada de buenos jugadores que ojalá antes de pensar en la internacionalización reciban la oportunidad de ser titulares en sus respectivos equipos.
La incógnita está conformada por las representaciones femenil y varonil del balompié azteca en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro.
El cuadro femenil sabemos que poco le importa a los federativos y que si no fuera por Leonardo Cuéllar no existiría como tal, y la varonil se hizo de retazos, de pedacería, de lo que fue sobrando, y así será muy difícil competir.
Lo cierto es que la intensidad de las competencias veraniegas mantuvo el interés del público y en algunos casos incluso nos permitió soñar, aunque el desenlace, con nombres diversos, sea siempre el mismo: nos quedamos en la orilla.