Si como dice la canción “veinte años no es nada”, cien días es menos que nada, apenas el tiempo necesario para asumir el mando, apenas para abrir los cajones y ver lo que hay dentro, apenitas para trazar un perfil.
Hablar de logros a los cien días del mandato de Felipe Calderón, es algo así como empezar de nuevo con los sueños guajiros que cada final de sexenio nos provocan terrores nocturnos.
El presidente tiene por delante más de dos mil días que tampoco son nada si consideramos la magnitud de la tarea, los limitados instrumentos de poder con que cuenta y la bien arraigada cultura de impunidad que le impide poner la basura en su lugar (Montiel, Marín, Ulises y algunos más) para sustentar claramente su decisión de cambio.
Lo que sí me atrevo aventurar a partir de lo que poco hemos visto, es que tenemos en la presidencia a un hombre sereno y prudente que evita caer en provocaciones, pero que tiene la mano muy firme.
Qué lejos de los protagonismos que nos tenían tan cansados, Felipe Calderón se comporta en todo momento con discreción y mesura. Debe ser por eso que a pesar del país fracturado en que asumió la Presidencia y a los desafortunados hechos de que la bolsa cayó, el maíz se encareció y el petróleo se abarató; según las más recientes encuestas los mexicanos le damos a Felipe un seis por ciento de aprobación.
Apenas un panzazo, pero dadas las circunstancias no está nada mal. Me está gustando Felipe, me está gustando su buen modo y su sobriedad. Lo que sí me pone muy nerviosa es el poder y la fuerza que ha otorgado a esa máquina armada y descerebrada que es para mí cualquier ejército.
Reconozco que de momento no es la única alternativa viable (brutalidad vs. brutalidad) para enfrentar al poderoso y violento narco; aunque ya bastante tiempo se sabe que sólo la legalización de las drogas podrá acabar con ese azote que está reproduciendo en nuestro país las etapas más siniestras de la prohibición del alcohol en Estados Unidos: balaceras, ejecuciones y ajuste de cuentas a pleno sol como sólo las habíamos visto en películas, se han convertido en el pan de cada día.
Por supuesto no tengo ninguna propuesta mejor; aunque se me ocurre que dando un giro de noventa grados a la vergonzosa calidad de la educación que reciben nuestros niños y construyendo una buena vida para todos los mexicanos, podríamos si no erradicar del todo la pesadilla del narco, al menos mantenerla bajo control.
Ni siquiera para mí que sólo soy una amita de casa, es tan difícil imaginar lo que sería invertir en educación las carretadas de dinero que en este momento destinamos ala guerra perdida –ojalá me equivoque- contra el narcotráfico.
Y ya puestos a soñar, imposible no caer en la tentación de pedirle a la Virgencita de Guadalupe el milagro de que la señora Gordillo levante al fin su gordo trasero del sindicato de maestros y éstos a su vez, en lugar de andar haciendo grilla, se entreguen con entusiasmo al magisterio que es lo que les corresponde.
Ahora que si la Guadalupana sigue tan cansada como la hemos visto últimamente, pues por qué no esperar que con el mismo arrojo que mostró en su toma de poder, Felipe Calderón se encargue de ese asunto.
Desgraciadamente hasta yo que soy especialista en toda clase de sueños guajiros, creo que es pedir demasiado.
Está claro que la existencia sería intolerable sin sueños; pero no hay que olvidar que muy pocos se hacen realidad, pues la mayoría ronca.
Además, para los mexicanos hace ya rato que sonó el despertador y lo que toca ahora es participar, presionar, pero también otorgar a nuestro presidente la fuerza moral que necesita para realizar las reformas ya inaplazables si es que de verdad aspiramos al Estado de Derecho y de prosperidad que hasta ahora sólo ha sido un largo sueño.
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