“Siendo una milicia bien regulada necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo de tener y portar armas no será violado”.
Segunda enmienda, Constitución de Estados Unidos.
Si usted quiere comprar un arma en el estado de Virginia, como la que utilizó el estudiante sudcoreano de 23 años Cho Seung-Hui para masacrar a 32 personas en el Tecnológico de Virginia, lo único que tiene que hacer es presentarse a una tienda y poner su dinero sobre la mesa.
En la legislación de Virginia no hay necesidad de tener un periodo de espera de unos cuantos días, como en otros estados de la Unión Americana, ni hay prohibiciones para portar armas ocultas. De hecho, ni siquiera tiene uno que identificarse para la compra: no hay registro de armas en Virginia. Tener el dinero suficiente es lo único que se requiere.
En ningún país del mundo es tan fácil comprar un arma como en los Estados Unidos. Eso explica que en la actualidad haya oficialmente 200 millones de pistolas en manos de la población civil de los Estados Unidos.
En México el problema es la corrupción, la cual ha permitido que circulen una gran cantidad de armas traídas de contrabando –precisamente— de la Unión Americana. Pero la adquisición legal de armas es muy compleja en nuestro país. Esto sólo se puede hacer directamente con la Secretaría de la Defensa, que mantiene un registro detallado de todas las legales. La ley permite tener en casa dos armas, pero para portarlas lícitamente se requiere de un permiso de portación otorgado por la Sedena. Esta institución determina si la persona tiene realmente la necesidad de portar el arma y además le practica exámenes sicológicos y toxicológicos. En otros países del mundo, fuera de Estados Unidos, los requisitos son tanto o más estrictos.
Cada vez que surge un ataque como el del Tec de Virginia, las buenas conciencias buscan responsables. Es muy común que se responsabilice a los programas violentos de televisión, a los videojuegos violentos o a la música popular que escuchan los jóvenes por estos sucesos. Pero quienes lanzan estas acusaciones nunca han sabido explicar por qué en Estados Unidos estos programas, juegos o música provocan actos de violencia, pero en otros países, como Japón, Canadá y los de Europa occidental, donde los jóvenes ven los mismos programas, se divierten con los mismos juegos y escuchan la misma música, los actos de violencia son raros. La verdad es que el factor diferenciador no lo vemos en los medios de comunicación o en los juegos sino en el fácil acceso a las armas que existe en Estados Unidos.
Los grupos que defienden la libertad de compra de armas en la Unión Americana afirman que la Constitución de su país garantiza el derecho de portar armas. Y efectivamente así es. La segunda enmienda de la Constitución establece el derecho de tener y portar armas. Esta enmienda constitucional se promulgó en un tiempo, sin embargo, en que el Estado era muy débil y no podía cuidar de los ciudadanos, por lo que se juzgaba que era el pueblo el que debía protegerse a sí mismo. ¿Fue ésa la mejor idea? Lo dudo. No lo fue ni siquiera en los tiempos en que la enmienda fue promulgada. Mucha de la violencia que caracterizó al “viejo lejano oeste” de los Estados Unidos era producto de la enorme cantidad de armas que había entre la población.
La simple disponibilidad de armas no es, sin embargo, el único factor que provoca estas matanzas tan características de la Unión Americana. En Suiza buena parte de la población adulta tiene armas en sus casas, como consecuencia de un sistema en el que no hay un ejército y se entregan armas a ciudadanos que han hecho el servicio militar. Y sin embargo, el número de crímenes violentos es muy bajo y no hay casos de matanzas indiscriminadas como las que vemos en Estados Unidos.
Hay razones para creer que la disponibilidad de armas es una condición necesaria, pero no suficiente para generar matanzas como las que hemos visto en el Tecnológico de Virginia o anteriormente en Columbine, Colorado. Sin armas no hay matanzas, pero hay factores sociales que inciden también en estas explosiones humanas. Quizá la desintegración familiar o la simple violencia y el crimen en Estados Unidos, muy superior a los de otros países, sean factores que impulsan matanzas irracionales como éstas.
Pero hay que tener cuidado al hacer generalizaciones. Cho Seung-Hui, después de todo, no era un estadounidense sino un sudcoreano, aun cuando llevaba años viviendo en Estados Unidos. La visión que plantea que hay algo inherentemente violento en los estadounidenses no se aplicaría en este caso. El problema no parece estar en los genes, pero quizá sí en el ambiente.
REPORTEROS
Poca atención se ha prestado al secuestro del reportero Saúl Martínez Ortega en Agua Prieta, Sonora, en la madrugada de este 16 de abril. Quizá sea el hecho de que trabajaba para unos periódicos pequeños, El Escorpión y El Centenario, propiedad de su padre, Lorenzo Martínez Guevara. Pero su secuestro, ocurrido a las puertas de una delegación de Policía a la que acudió en busca de auxilio sin obtenerlo, nos revela una vez más la fragilidad del trabajo de los periodistas mexicanos, especialmente los que no son famosos. Mientras tanto, sigue pasando el tiempo sin que se sepa nada de Alfredo Jiménez de El Imparcial, también de Sonora, secuestrado el dos de abril de 2005. Muchos medios de comunicación, desafortunadamente, ya han decidido no investigar al narco.