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Tecnología de punta

Adela Celorio

Siguiendo mi lema favorito ?Nunca hagas hoy lo que puedas dejar para mañana? retrasé algunos trámites sencillos pero que para mí resultan devastadores; como conseguir que el banco sustituya con una nueva mi tarjeta de débito deteriorada por el uso. Pero como siempre llega el momento en que es imposible seguir aplazando y aunque no hice lista de buenos propósitos, de alguna manera casi inconsciente me propuse dedicar el mes de enero a restaurar el orden de mi vida, por lo que una mañanita de éstas me dije a mí misma: Mi Misma, haz acopio de paciencia porque hoy es el día. ?Muy sencillo señora, sólo tiene que llamar a este número?, me informó una señorita en el banco. Sí Chucha, ¿y tus calzonzotes?

Lo marqué y me contestó una voz: ?Si usted quiere reportar su tarjeta robada o extraviada marque uno, si quiere acceder al menú de nuestros productos bancarios marque dos...? y así siguió ofreciendo de todo, excepto la que yo necesitaba. No señorita, yo sólo quiero... Pero no, no se trataba de una señorita sino de una voz cibernética que insistía en repetir: ?Si usted... marque el uno, si... marque el dos...?. Y así hasta que marqué un número al azar y de inmediato se activó otra grabadora que me ofreció nuevas opciones. Volví a marcar al azar y como cajitas chinas, una dentro de la otra, las voces grabadas me llevaron y trajeron hasta que finalmente escuché la opción que necesitaba: ?Si quiere hablar con un funcionario espere en la línea?.

Esperé y aprovechando mi oreja cautiva, otra voz cibernética me puso al tanto de los productos bancarios, intercalando siempre aquello de ?Su llamada es muy importante para nosotros, por favor espere en la línea y un ejecutivo nuestro le atenderá enseguida?.

Y así nos dieron las tres y las cuatro, las cinco y las seis, sin que ningún funcionario se ocupara de mí; de modo que cuando una señorita de verdad me respondió: ?Soy Fulanita de Tal ¿en qué puedo servirle??.

Yo le expliqué lo de mi tarjeta deteriorada y respondí sin titubear el cuestionario que me impuso: nombre, número de cuenta, de sucursal, dirección, teléfono, fecha de nacimiento, talla de brasier, fecha de defunción; todo iba sobre ruedas hasta que me preguntó mi código postal que por alguna razón que desconozco, no coincidió con el que ella tenía registrado.

?Lo sentimos mucho pero no podemos otorgarle la tarjeta si su código postal no coincide con el nuestro? -dijo la señorita- y fueron inútiles todas mis explicaciones posteriores porque a partir de ese momento ella repitió sin la menor variación: ?Lo sentimos mucho pero no podemos otorgarle la tarjeta si su código postal no coincide con el nuestro?.

¡Óigame no he esperado tanto tiempo para acabar hablando con un aparato. ?Lo sentimos mucho pero... ¡Váyase al diablo! -dije y antes de colgar todavía alcancé a escuchar: ?si su código postal no coincide con el nuestro?.

Y aquí me tienen, perdida entre tanta tecnología de punta y convencida de que al igual que Alfredo Nobel inventó la dinamita con fines benéficos y acabó siendo un arma letal, Graham Bell inventó el teléfono con la intención de hacer oír a los sordos y ahora no logramos que nos escuchen ni siquiera los que pueden oír, ya que lo hemos convertido en un poderoso elemento de incomunicación.

Ahora me felicito de no haber hecho propósitos de enmienda, cosas como por ejemplo: este año voy a ser paciente, amable, buena onda. Apenas estamos a mediados de enero y yo con la señorita del banco, mandé al diablo los buenos propósitos que ni siquiera hice.

adelace2@prodigy.net.mx

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