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Temas extremos/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Esta semana he estado pensando en dos temas que son en esencia extremos: El nacimiento y la vejez.

El tema del nacimiento deriva, como es obvio, de la discusión nacional sobre la despenalización del aborto.

La pregunta más difícil de responder es: ¿hasta dónde llega el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y si es el caso, privar de la vida, en ejercicio de ese derecho, a un ser que está por nacer?

Me parece deleznable el argumento de que, en uso de su derecho a planear su vida futura, la mujer pueda tomar esa decisión extrema, como la señalada.

Si tan preocupada puede estar una mujer por su proyecto personal de vida en el que interferiría un embarazo, ¿por qué no tuvo la precaución de usar anticonceptivos oportunamente?

Ése sí sería un uso responsable de su indiscutible derecho a la sexualidad. Máxime ahora que hay múltiples formas de evitar la concepción. Hasta la “píldora del día siguiente” es válida, a mi juicio, para evitar un embarazo no deseado.

Fuera de los casos extremos, como el de una violación, no hay razones suficientes como para autorizar a que alguien prive de la vida a un ser que está por nacer. Tanto derecho tiene la mujer a planear su vida, como el naciturus a la suya. Sobre todo si tomamos en cuenta que, para determinados efectos, ese ser es ya sujeto de derechos desde el momento mismo de la concepción.

Como se ha sostenido hasta la saciedad, este tema no sólo es jurídico, sino que tiene también implicaciones éticas y morales.

De ahí que, en este caso, aunque soy reacio a que ciertos ministros de la Iglesia Católica, anden opinando a diestra y siniestra sobre muy diversos temas, tengo que admitir que, en lo que están autorizados y hasta obligados a hacerlo es este asunto, por ser el nuestro un pueblo mayoritariamente católico. Y el mismo derecho tienen otros ministros de otras Iglesias.

Y aún admitiendo que hay entre ellos voces recalcitrantes, no podemos negar que son un sector social que, como tal, tienen derecho a exteriorizar su punto de vista, en uso de su derecho a la libre manifestación de las ideas. Tolerancia y respeto a la diversidad.

Es verdad que en otras sociedades, como la francesa, este debate se ha dado con anterioridad y se ha aprobado la legalización del aborto. Pero yo me pregunto, si nuestra sociedad en verdad está ya preparada para abordarlo y sobre todo para decidir sobre un tema tan controvertido y complicado como es éste.

Hay en él múltiples implicaciones. Debe de analizarse hasta el derecho del padre a compartir la decisión extrema que toma la mujer.

Hace apenas unos días, una buena amiga, me comentaba el caso de un sobrino de ella que, en plena adolescencia, embarazó a su novia de escasos 17 años. Los padres de ambos convinieron un día en que se casaran para responsabilizarlos de sus actos. Pero a los pocos días, los padres de la muchacha decidieron, junto a ella, que mejor abortara y le practicaron el aborto.

El muchacho, al enterarse de lo que había sucedido, se sintió profundamente afectado, pues él sí quería que su novia y futura esposa, tuviera a aquel niño, lo que le provocó un daño psicológico del que aún no se recupera totalmente.

Es verdad que esos casos son raros, pues lo común es que el padre biológico se desentienda de las consecuencias de sus actos. Pero no por ello deben perderse de vista o dejarlos de contemplar.

Mientras haya manera de evitar una concepción, mi apuesta será a favor de la vida, porque el derecho de la mujer termina donde comienza el del ser que está por nacer.

Por razones de espacio, el tema de la vejez ameritará ser ampliado en otro momento. Por ahora sólo nos concretaremos a abordarlo brevemente en algunos de sus aspectos más notables.

A cierta edad, la vida cambia. Se torna más lenta, porque sin duda se van perdiendo facultades físicas que son básicas para llevar una vida plena.

Me preocupa de manera especial el trato que en nuestra sociedad se les da a los ancianos. No me parece el debido y eso resulta injusto.

Parecería que los ancianos nos estorban. Molestan e incomodan, aún cuando todavía tengan mucho que enseñarnos.

Tenemos que aprender a ayudarlos en sus necesidades y sobre todo a darles la atención que merecen, pues hay veces en que ni siquiera somos capaces de eso.

Hay quienes llegan al extremo de burlarse de su andar pausado. De su desmemoria y obstinación por repetir las cosas.

Se nos olvida que, en su momento, nosotros también batallamos para andar, nos caíamos con frecuencia y preguntábamos constantemente las mismas cosas.

En la vida, llega un tiempo en que nosotros tenemos que reciprocar lo que ellos nos dieron en otros momentos.

Paciencia, prudencia, educación, respeto y comprensión, son entre otros los valores que tenemos que aprender a ejercitar con ellos.

Es bueno que enseñemos a los jóvenes a practicar estos valores con los ancianos. Por que, si Dios lo permite, para allá vamos todos. No en balde se afirma que lo más feo de la vejez es no llegar a ella.

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