A la memoria de Jesús de Polanco, por su parcela de libertad.
Alexis de Tocqueville, en su larga visita a la joven democracia estadounidense, se topó con varias sorpresas. La pujanza, la fuerza de incipiente nación provenía de una especie de religión ciudadana y de la firme creencia en que la prosperidad era deseable y posible. Pero quizá lo que más asombró al francés fue la forma en que esos ciudadanos encaraban los retos. Lo hacían de manera organizada. Tomados de los brazos, cuidaban de su sociedad y con ello de sí mismos. A esas organizaciones ciudadanas Tocqueville las llamó “sociedades intermedias”, estaban por todas partes y se ocupaban de todo tipo de asuntos, desde los más concretos y particulares como un parque, hasta las políticas emanadas de Washington. Su conclusión fue muy clara: una democracia firme, una sociedad próspera y justa sólo se alcanzan cuando los ciudadanos se organizan.
Lo que Tocqueville percibió en el siglo XIX hoy es una verdad ratificada por las ciencias sociales. Las sociedades que han alcanzado el desarrollo pleno, en aquéllas donde hay mayor justicia, abundan las organizaciones ciudadanas de todo tipo. Se trata de ciudadanos que invierten su tiempo, su vida y que destinan recursos privados para la atención de asuntos públicos. En el camino se han aprendido varias lecciones. La primera es que hoy el Estado resulta demasiado pequeño para los asuntos globales, pero a la vez es demasiado grande y pesado para dar seguimiento a cuestiones centrales de la vida cotidiana de los ciudadanos.
Es por esa incapacidad que las organizaciones del llamado tercer sector y las filantrópicas son deseables socialmente. Alguien debe llenar los muchos huecos del Estado y ocuparse de llevar vida y atención a los ancianos, a los niños con padecimientos diversos, o cuidar de un río, de un bosque, de una especie en peligro de extinción, de las mujeres que sufrieron abusos y maltrato, de restaurar una iglesia y un largo, larguísimo etc. Ante el vacío está la sociedad organizada. Hoy sabemos además que esa ciudadanía organizada en ciertas actividades puede ser mucho más eficiente que el propio Estado, es decir hacer más con menos. Cómo: no se persigue lucro, no se necesita burocracias y sobre todo el trabajo voluntario es una mina inagotable. De ahí que, normalmente, los Estados sean los primeros interesados en el crecimiento de este sector. Por eso en muchas naciones el Estado aporta en promedio un 40% de los recursos de este tipo de organizaciones.
En México la ciudadanía apenas empieza a organizarse. Mientras que en Estados Unidos el 85% de la población participa en cinco o más organizaciones, en México el 85% de los mexicanos no pertenece a ninguna. El bien público aquí todavía no es responsabilidad de todos. Allí están los datos de Jorge Villalobos del Centro Mexicano para la Filantropía. Nuestros vecinos del norte, con 300 millones de habitantes, cuentan con dos millones de organizaciones que ofrecen servicios a la comunidad. México, con 105 millones, sólo cuenta con 5,700 organizaciones registradas. El sector no lucrativo es además un buen generador de empleos: de nuevo en Estados Unidos uno de cada diez empleos proviene de allí. Si a ello se suman los 9 millones de personas que trabajan sin paga, nos daremos idea de la dimensión de la actividad.
Muchos mitos rodean al sector no lucrativo en México. Se trata de señoras gordas y alhajadas que organizan costosas cenas. Por supuesto lo hay, pero si así se allegan recursos para fines nobles, pues muy su derecho. Segundo, cada peso donado se le quita al fisco. Falso. Una empresa con 100 pesos de utilidades deberá pagar 30 pesos de impuestos y podrá repartir 70 a sus accionistas. Si esa empresa decide donar a una institución autorizada, digamos 30 pesos, pagará todavía 21 de impuestos y 49 irán a sus accionistas. El fisco deja de recibir menos de un tercio. Son los accionistas los que ponen dos veces más que el fisco. Así cada peso deducido al fisco se multiplica por tres. La gran beneficiada es la sociedad, porque por esta vía se canalizan recursos privados a fines públicos.
Otra enorme confusión ronda a lo no lucrativo. Con frecuencia las organizaciones filantrópicas pueden cobrar por sus servicios. Es el caso de muchos hospitales. Pueden ser cuotas diferenciadas dependiendo de nivel socioeconómico de quien demande el servicio. Con esos ingresos se puede financiar actividades en beneficio de los que nada tienen. Cuando una organización tiene remanentes, éstos, a diferencia de una empresa, no pueden salir de la institución y sólo pueden ser aplicados a los mismos fines. En México casi el 80% de los ingresos del sector no lucrativo proviene de cuotas y servicios, 10% por donativos y sólo 10% de transferencias gubernamentales, 30% menos del promedio internacional.
En la propuesta de reforma fiscal, con la CETU, se trata al sector no lucrativo como empresa. Gran error. Se pretende además eliminar las deducibilidades. Horror. De quedar como está el Gobierno de Calderón enterraría al incipiente sector no lucrativo del país. Si en verdad hay excesos que se proceda, como en cualquier otra área. Radiografiar un sector tan pequeño es sencillo. Pero ¿por qué aniquilarlo?
O quizá –como dice el dicho- no hay mal que por bien no venga. La propuesta y algunas reacciones son tan absurdas que desnudan el profundo desconocimiento que impera en nuestro país sobre el tema. Queda claro que no hemos puesto atención a una pieza clave de toda sociedad moderna y justa. La discusión puede ayudar a espantar fantasmas. Por lo pronto si Tocqueville se paseara en estos días por México seguro perdería el sueño.