Por la calle Múzquiz, después de un viaje que terminaba en las columnas de Hércules laguneras detenía su lenta marcha del pesado animal prehistórico hecho de lámina, madera y hierro. En esa acera se abrían las puertas de lo que era la cuna de El Siglo, periódico regional que acababa de instalarse. El año, 1922. Una flamante rotativa imprimía las notas que llegarían a las manos de los laguneros. Los empleados encargados de mantener la tinta en su lugar esperaban a su patrón para empezar a laborar. No había botellas de champaña ni bocadillos, apenas unos cuantos amigos que acudieron gustosos a una inauguración que consistía en imprimir el primer ejemplar. Don Antonio, que era un jovenzuelo de menos de treinta años, vestido con un traje cortado por un sastre de la época, en camisa lucía una corbata de pajarita, zapatos de charol, cubriendo su cabeza con un carrete y en sus ojos dorados espejuelos.
Tenía ese no sé qué requerido para escribir que reunía a su gran facilidad para expresarse con un depurado estilo de decir las cosas, narrando con detalle episodios de la vida lagunera. En su libro Impresiones de Viaje publicado en 1957, página 10, refiriéndose a El Siglo dice en su introito: ?... este periódico es el resultado del esfuerzo de todos los que en él consumimos nuestras vidas y cuando cualquiera de los que formamos las partes ?del alma? de un periódico estamos fuera, somos y nos sentimos entidades vivientes conectadas sin cesar con nuestro ?todo? por medio de lazos espirituales y materiales; fuera del El Siglo cada uno de nosotros somos El Siglo...?. Sí, sigue siendo El Siglo. Aun en las pocas horas en que las oficinas quedan solas si uno pone atención, lo oirá teclear sobre su maquinilla con el teclado borrado, creando imágenes y vivos retratos de la realidad. Don Antonio era un hombre orquesta, pues lo mismo realizaba trabajos de impresión de lo que redactaba, se arremangaba la camisa quitándose la chaqueta para efectuar la formación, revisaba las fotografías, compraba el papel, contrataba personal, teniendo un gran ojo periodístico, lo que aunado a sus dotes de empresario pusieron al diario El Siglo en el camino del éxito.
Don Antonio, estuvo en medio del movimiento revolucionario del que salió indemne no sin sufrir abusos de militares que iban de una parte a otra dedicándose en la mayoría de las veces al pillaje. Varias anécdotas escuché de sus labios que harían extender esta colaboración más allá del espacio de que dispongo. Me referiré a una sola en que fue obligado a punta de pistola, por el general José Gonzalo Escobar, que se había levantado en armas contra el legítimo Gobierno, a construir una pared de ladrillo, ?ándele güerito hágalo pronto y de buena gana?, tratándose evidentemente de un abuso dirigido a demostrar quién era el que mandaba. Se apoderó de Torreón, del dinero que había en los bancos de la localidad y el muy bandolero hizo que el periódico publicara notas contrarias al régimen que presidía Emilio Portes Gil. Eran tiempos agitados en que a los hombres les trastornaba las ambiciones personales y militarmente hablando, hoy estaban en un lado y al día siguiente amanecían en otro.
Tenía razón cuando decía que El Siglo lo éramos todos. Nada se hubiera logrado sin la aceptación del público que desde un principio le abrió las puertas de sus casas considerándolo como parte importante de sus vidas. Hace un par de días festejó El Siglo sus 85 años de servir fielmente a la comunidad lagunera. Si alguien preguntara cuál ha sido la base de su reputación, la respuesta la habríamos de encontrar en un acendrado cariño por este país, manteniendo una conducta de absoluta honestidad intelectual. En la vida los seres humanos somos pasajeros de un barco que navega en un comienzo y en un final, lo que perdura, lo que realmente vale la pena, es el amor que demostramos a nuestros semejantes. Tal era la meta de Don Antonio en que no podríamos festejar un aniversario de El Siglo sin tener presente la gigantesca estatura ética de este hombre. Hubo, me atrevería a señalarlo sin temor a equívoco, una simbiosis entre sociedad, periódico y esfuerzo titánico de quienes a través de los años han formado parte de esta gran familia siglista. La historia de Don Antonio es la historia de El Siglo. Su vida fue una epopeya de acontecimientos maravillosos en que lo sobrenatural supera la realidad. Si usted no lo cree venga a las instalaciones del periódico para encontrar con gran surrealismo que la sangre de El Siglo es la de don Antonio que aún circula en los rodillos de la prensa que palpita con el mismo ritmo que el corazón de quien alcanzó la gloria de seguir existiendo, mientras El Siglo siga llegando a las manos de sus lectores.