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Tomada de pelo

Genaro Lozano

Una vez más la presencia del presidente Felipe Calderón en San Lázaro desató una tormenta política y una discusión sobre cambiar el formato del informe de Gobierno. Al respecto, el PAN y el mismo Calderón han mostrado su “voluntad” política para que haya un debate entre los legisladores y el presidente el próximo primero de septiembre. Sin embargo, el PRD y el PRI se niegan a modificar el informe y la estrategia del primero es la de impedir que Calderón pronuncie su discurso bajo el argumento de que la Constitución mexicana, en su Artículo 69, sólo estipula que “el Presidente acudirá a la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso y presentará un informe por escrito sobre el estado que guarda la administración pública del país”. Nada de discursos, pero tampoco nada de sustancia.

En los sistemas presidencialistas, como el estadounidense o el mexicano, la tradición de que el Poder Ejecutivo pronuncie un discurso ante el Legislativo se ha convertido en uno de los momentos políticos más importantes del año. Al igual que en la Constitución mexicana, en la estadounidense tampoco se estipula que el presidente deba pronunciar un discurso sobre el estado de la Unión. De hecho, el Artículo II, sección 3ª, de la Constitución de EU ni siquiera obliga al titular del Ejecutivo a acudir anualmente al Congreso.

George Washington fue el primer presidente que estableció, en 1790, la tradición de acudir al Capitolio a dirigir un discurso ante los legisladores sobre cuál sería su agenda de Gobierno para el año en curso. Thomas Jefferson, quien fuera presidente de 1801 a 1809, decidió no continuar con esta tradición y mandar un reporte escrito al Congreso. Sus biógrafos afirman que la decisión se debió a que Jefferson tenía un problema en el habla y prefería hacer todo por escrito. No fue sino hasta la Presidencia de Woodrow Wilson, en 1914, que se reestableció la tradición de que el presidente acudiera al Capitolio y pronunciara un discurso. Al respecto, en esa ocasión uno de los temas centrales de Wilson fue la situación de caos que reinaba en México por la Presidencia de Victoriano Huerta.

El discurso del estado de la Unión más que ser un ejercicio de rendición de cuentas, que reúne al Poder Legislativo y al Ejecutivo, se ha convertido en una verdadera estrategia de liderazgo presidencial. El politólogo Samuel Kernell explica cómo varios presidentes han utilizado esta cita anual no para convencer a un Congreso dominado por la Oposición de que apruebe las iniciativas de ley que requiere la Presidencia, sino para pedirle directamente al electorado que presione a sus legisladores a que apoyen la agenda presidencial.

En la democracia estadounidense, la reelección legislativa incentiva a los congresistas a estar constantemente en campaña para no perder su curul y a realmente cumplir con los intereses de sus representados. Por ello, los mandatarios estadounidenses se dirigen directamente al ciudadano, poniendo en una situación difícil a los senadores y representantes.

La discusión sobre si Felipe Calderón debe o no pronunciar un discurso ante el pleno del Congreso mexicano es una tomada de pelo a los ciudadanos, tanto por parte del presidente, como de los legisladores. Cambiar el formato del informe no ayudaría en nada a acabar con la falta de rendición de cuentas, con el monopolio de los partidos políticos y con la falta de una verdadera representación legislativa y eso lo sabe bien Felipe Calderón, así como legisladores panistas, perredistas y priistas por igual.

Si Calderón no pronuncia discurso en San Lázaro, lo hará en cadena nacional, “exhibiendo” a los legisladores que no le permitieron continuar con una tradición que nada tiene que ver con democracia, sino que tiene todo que ver con la herencia del presidencialismo priista. Tomada de pelo porque lo que se necesita es que el presidente hable año con año ante 628 legisladores, cuya labor será evaluada en lo individual por los electores cada determinado tiempo, y no ante 500 diputados que en 3 años ya no estarán ahí y ante 128 senadores que, en su mayoría, lo único que hacen es disfrutar los seis años de su curul.

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