“La única forma de conquistar la palanca del poder es dejándolo”.
Tony Blair, 10 de mayo de 2007
Tony Blair anunció ayer, como se esperaba, su retiro del cargo de primer ministro que ha ocupado desde mayo de 1997. No hay urgencia en su decisión. La entrega del puesto se llevará a cabo el próximo 27 de junio. Habrá tiempo para que el Partido Laborista lleve a cabo su proceso para elegir a un nuevo dirigente, quien se convertirá en el nuevo gobernante británico. No hay duda de que el sucesor será Gordon Brown, quien durante años ha sido el canciller –el ministro de Finanzas— del Gobierno.
En 1997, con 43 años de edad, Blair se convirtió en el primer ministro más joven del Reino Unido desde que Robert Jenkinson. Lord Liverpool, asumió el cargo en 1812 a la edad de 31 años debido a la muerte de su predecesor. El escocés, educado en Oxford, llegó al poder porque pudo y supo hacer a un lado a la vieja ala radical del Partido Laborista.
En medio de los 18 años de Gobierno conservador que empezó Margaret Thatcher en 1979, Blair se dio cuenta de que la única manera en que el laborismo podía llegar al poder era dejar atrás los viejos dogmas marxistas. Como previamente lo había hecho Felipe González en el Partido Socialista Obrero Español, Blair logró que el Partido Laborista rechazara la nacionalización de los medios de producción y que aceptara las reglas del mercado. Nació así el “nuevo laborismo”.
Los diez años de Gobierno de Blair han sido muy positivos en lo económico. Comenzaron con la decisión de otorgarle autonomía al Banco de Inglaterra, algo que ni siquiera la Thatcher se había atrevido a hacer en su revolución conservadora. Prosiguieron con políticas que continuaban las estrategias de prudencia fiscal que previamente habían caracterizado a la “dama de hierro”. Al final de su Gobierno esta prudencia fiscal se relajó, es cierto, pero no tanto que pusiera en peligro la estabilidad financiera del país.
Blair tiene mucho de qué sentirse orgulloso en estos diez años. Se trató de un periodo de crecimiento económico virtualmente sin paralelo. El Reino Unido, el viejo enfermo de Europa, el país que para los años ochenta se había quedado atrás de sus grandes rivales tradicionales como Alemania y Francia, que había sido rebasado incluso por Italia, hoy ha vuelto a ocupar un lugar de privilegio. El crecimiento económico en los tiempos de Blair ha sido ininterrumpido: no ha habido un solo trimestre con descenso en el producto interno. Las altas cifras de desempleo del pasado han desaparecido: hoy el Reino Unido tiene una desocupación de 5.5 por ciento, una de las más bajas de Europa. La pobreza se ha desplomado de 24 a 11 por ciento de la población británica.
Menos suerte tuvo Blair, sin embargo, en sus esfuerzos por tratar de reformar las instituciones públicas británicas. Muchas de las iniciativas de su Gobierno por modernizar y volver más eficiente el funcionamiento del Estado británico fueron poco exitosas.
Blair logró algo que parecía imposible con anterioridad: la pacificación de Irlanda del Norte. Los Gobiernos conservadores que lo precedieron nunca entendieron la necesidad de buscar acuerdos incluyentes para poner fin a la violencia. El laborista consiguió sentar en una mesa a los unionistas y a los republicanos y al final, hace apenas unas semanas, pudo presenciar el establecimiento de un Gobierno conjunto entre los dos grupos rivales.
Desafortunadamente, Blair será recordado en buena medida por el respaldo que le dio al presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, en sus aventuras militares en Afganistán e Irak.
Si bien en el primer asunto había un caso fuerte para argumentar que el régimen del talibán albergaba y protegía a la organización terrorista Al Qaeda, en el de Irak Blair apoyó una intervención militar que ha resultado desastrosa.
Hoy se acerca ya el final. En un mes y medio terminará la era Blair. Si bien en 2006 la reputación del primer ministro cayó a sus niveles más bajos, en buena medida por el cansancio de los británicos con una guerra en Irak que nunca tuvo entre ellos la popularidad que en un momento alcanzó en la Unión Americana, sus bonos parecen estar ahora al alza.
Blair ya no tendrá el desgaste del fracaso de Irak. Se le recordará como el único laborista que logró ser electo tres veces como primer ministro del Reino Unido. Sus discursos, con su énfasis en tomar medidas para combatir la pobreza en el tercer mundo y en particular en África, se volverán más creíbles cuando ya no esté en el poder.
Habrá quien empiece a compararlo con Clement Attlee o con Margaret Thatcher. No faltará quien cometa el sacrilegio de contrastarlo con Winston Churchill. Sólo que quien lo haga tendrá que reconocer que Churchill perdió la elección de 1945, cuando estaba en la cúspide, mientras que Blair nunca perdió una elección.
MÚLTIPLE PLAY
Mientras la Suprema Corte de Justicia examina las nuevas leyes de telecomunicaciones y radio y televisión, el triple play, que es uno de los propósitos fundamentales de la nueva legislación, empieza a volverse realidad. Telmex prepara ya servicios de televisión de paga que se ofrecerán en 2008, mientras que Cablevisión, de Televisa, ha recibido ya autorización para ofrecer servicio de telefonía en la zona metropolitana de la Ciudad de México. Al final, si los políticos logran detener el triple play, nuestro país simplemente se quedará atrasado en un mundo cada vez más interconectado. De hecho, hoy deberíamos estar volviendo la vista hacia el múltiple play.