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Torreón y sus mujeres...| Las laguneras opinan

María Isabel Cobo Celada

En el Torreón centenario caben muchas reflexiones; una de ellas, sobre las mujeres que lo han habitado. ¿Que han hecho ellas estos cien años? Un punto común para todas es que han trabajado… y mucho. La mujer, desde tiempos ancestrales, siempre ha sido muy chambeadora.

Su misma naturaleza –como dadora de vida –, la ha destinado para tal fin. Quien da vida no puede estar sin chamba. Este hecho –por regla general– históricamente retuvo a la mujer dentro de espacios reducidos, sin derechos y escolaridad. Al no haber métodos de control de la natalidad permitidos, la maternidad era interminable, el cansancio infinito y si se atrevía a utilizar algún medio para evitar el embarazo, –siempre han existido– la mujer lo guardaba en el secreto de su corazón, ya que de enterarse la sociedad y la Iglesia su condena era segura: en la tierra y en el cielo.

Así pues, la mujer que dio vida al Torreón de estos primeros cien años, ha trabajado mucho. Por lo pronto, –todas–, mucha tierra han barrido y sacudido, diariamente, en el templo sagrado de sus casas.

Sin embargo, como la necesidad y las circunstancias personales siempre han existido, fuera de este su espacio vital, también a lo largo de estos cien años encontramos a mujeres en el campo laboral, formal o informal. Incursionaron en él con la finalidad de producir, de ganar dinero, para ellas y para los suyos. En una sociedad machista como la nuestra, lo hicieron con un gran esfuerzo, la mayoría, tan sólo con habilidades personales. Lo hicieron, contra todo y contra todos, con tal fuerza y vitalidad, que en esta comunidad, la brecha por ellas forjada sigue siendo un ejemplo.

Sin tomar en cuenta la prostitución, aquí en Torreón, la primera mujer que incursionó en el campo laboral, –la más admirable–, fue la que utilizó su fuerza física por una paga: lavando ajeno y limpiando lo que otros ensucian en casas privadas. Esta mujer trabajadora sigue existiendo, sin lograr aún -en pleno siglo XXI-, derechos sociales obligatorios que le aseguren medicina social, derechos para adquirir una vivienda y una pensión para su retiro.

La siguieron muchas otras mujeres, que ya con un oficio, –las más de las veces empírico– empezaron a llenar espacios de la economía formal, en los cuales por su propia naturaleza encajaban y las requerían, destacando las parteras, las enfermeras, las secretarias, las cajeras bancarias…

En otros casos, habilidades personales –como fue la cocina– le dieron a la mujer otras posibilidades. Cómo olvidar las melcochas que vendía aquella señora sentada en la puerta del Sanatorio Español. O los algodones de azúcar blancos y rosas que por las calles, caminando, empujando un carrito de cristales, vendía aquella mujer acompañada de un varón, que muchos decían era su hermano. ¿Y La Güera de las semillas, que con su inconfundible voz y algarabía, alegró por tantos años a nuestra comunidad en los partidos del viejo Unión Laguna, o los de aquellos Diablos Blancos del Torreón o en cualquier otro evento deportivo?

Con esta misma habilidad culinaria, otras mujeres lograron hacer negocios formales o semiinformales. En los mercados, puestos de comidas suculentas acompañadas de tortillas recién hechas por manos hábiles y amasadas por brazos fuertes y generosos. El restaurante de Doña Julia. Los inolvidables tacos de Chita, al igual que los de Lala. Los asaderos de doña Cuca Navarro, que hacían hebras como ninguno. Los dulces irrepetibles de las Díaz de León.

Las dotes para dar belleza abrieron otro camino para las mujeres. El concurrido salón de las Rodríguez, Tere y Licha, en el cual Julieta desde muy jovencita se hizo experta y montó el de ella, con tanto éxito, acompañada por todas sus hermanas. En la costura la señora Varona trabajó muchos años, al igual que las hermanas García, quienes siguen haciéndalo y se llevan las palmas.

Otras dotes innatas de la mujer de esta tierra, luchona, ordenada, organizada y trabajadora, hicieron igual, que muchas mujeres en estos cien años, trabajando junto al padre o el esposo, como su brazo derecho, forjaran con gran éxito, desde misceláneas, hasta grandes y pequeños negocios y empresas poderosas.

Las maestras de todas las escuelas, –públicas y privadas– están siempre presentes. El trabajo de la mujer en este rubro ha sido vital. Cómo olvidar la enseñanza de los primeros años en los cuales se aprende que las letras conforman las palabras y a éstas las atrapamos al leerlas y escribirlas, herramienta maravillosa con la cual, atrapamos a su vez el conocimiento y con él la vida entera. La memoria colectiva de esta comunidad las recuerda a todas; la particular, cómo olvidar a la seño Moreira y a la seño Toña de tercero de primaria.

Fue precisamente al escuchar a una mujer, dedicada a la enseñanza desde hace mas de cuarenta y cinco años, la que motivó esta reflexión que nos ocupa; la señora Pilar Díaz Rivera, bella mujer, quien, para las mujeres que la conocemos, es ejemplo de esfuerzo, lucha y entusiasmo en el campo laboral.

Otras muchas mujeres, –a quienes pido disculpas por no mencionarlas–, en diversos campos laborales han contribuido a lo que es hoy en día nuestra comunidad; para ellas, toda nuestra admiración y respeto y desde este espacio todo nuestro reconocimiento.

Torreón ya tiene cien años y ha cambiado. Las circunstancias para las mujeres también. Cada vez más preparadas, con las mismas oportunidades que el varón, ocupan con mucho éxito todo tipo de espacios laborales en nuestra comunidad.

Esta revolución –globalizada– desatada por la mujer debido a su independencia económica, ha hecho que con su comportamiento la vida cambie. El varón ha tenido que ajustarse, le ha costado trabajo por que su memoria genética le grita y le exige dominio y mando.

¿Hacia dónde vamos? Los que están educando, tanto en familia como en la escuela, a las nuevas generaciones y el tiempo, tienen la respuesta.

Ojalá la mujer joven reflexione, en que su naturaleza le exige jugar varios roles a la vez y que por lo mismo debe estar atenta a las prioridades. Si decide ser madre en la vorágine de estos tiempos, no debe olvidar que un niño, con una buena madre, se salva.

¡Feliz Día de la Madre!

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