Uno de los rasgos más distintivos de los seres humanos es nuestro carácter social: por naturaleza requerimos de los demás, tendemos a vivir en grupo, nos asociamos para sobrevivir, constituimos comunidades que permiten nuestro desarrollo físico, intelectual y moral, formamos instituciones que nos relacionan.
A través del tiempo, algunos miembros de la comunidad humana ponen a prueba su naturaleza, apartándose de la sociedad por razones religiosas, políticas, familiares o científicas, pretendiendo probar que se puede vivir en absoluta soledad y que la vida de relación no es más que una entre otras opciones que hombres y mujeres tenemos para sobrellevar nuestra existencia. Particularmente pienso que aun en casos extremos de aislamiento místico, carcelario o experimental, el individuo sigue siendo “acompañado” por los demás, implícitos en su cultura, en su lenguaje, en sus sentimientos. El ser sociables es inherente a nosotros y no podemos quitárnoslo, como la ropa ni podemos perderlo, como el cabello o la honra.
Es lógico pensar en el trabajo grupal como un ejercicio social necesario, practicado desde siempre, tanto por las organizaciones más pequeñas y naturales, como por las más complejas: papá, mamá e hijos realizan faenas que conducen a un objetivo común, igual que los miembros de un equipo de futbol, una orquesta sinfónica o una nación. No obstante su presencia y permanencia en el tiempo, últimamente el trabajo cooperativo ha cobrado una relevancia fundamental en toda clase de organizaciones, al grado que trabajar en equipo se considera como condición sine-que-non para el desarrollo de las mismas. Así, escuelas, empresas, congregaciones religiosas, conjuntos deportivos y consejos de administración van incorporando en sus planes de estudio y programas de capacitación prácticas que tienen por objetivo fomentar el trabajo grupal, colaborativo, para alcanzar objetivos comunes de manera más rápida, creativa y eficiente.
Trabajar en equipo significa aprovechar el talento individual de un conjunto de personas para lograr un bien común. Aplicando estrategias y métodos predeterminados, cada miembro del equipo aporta habilidades y competencias específicas para conseguir la meta prevista, bajo la supervisión de un líder o jefe. Si el equipo se ha formado adecuadamente, se halla comprometido con el propósito del trabajo y, sobre todo, si está bien coordinado, las competencias de sus miembros se complementan y los resultados de su esfuerzo son notablemente superiores a los que obtendría una sola persona.
Aunque pudiera pensarse que sus efectos son siempre virtuosos, por desgracia no es así, como lo prueban algunos de los episodios más nefastos en la historia de la humanidad (el exterminio judío conducido por Hitler es el caso más doloroso de un eficiente trabajo en equipo y un más eficiente liderazgo, asociados para mal). Sin embargo, los beneficios de un buen trabajo en equipo son múltiples: la colaboración de varias personas disminuye la carga de trabajo individual; tiempo y recursos suelen administrarse mejor, los resultados del esfuerzo conjunto son mejores, la responsabilidad es también mayor, puesto que los resultados del trabajo individual redundan a favor de todo el conjunto, lo cual obliga a cada uno a considerar las consecuencias de su laboriosidad o su flojera. Además, la integración social se fortalece y la comunicación, la escucha atenta y el respeto a la diversidad de opiniones se convierten en una actitud habitual. En fin, trabajar en equipo es conveniente, porque cada cabeza es un mundo y varios mundos de ideas y recursos, armonizados y conducidos hacia actividades planeadas, multiplican los aciertos y dividen las fallas.
No pretendo aquí describir un sistema laboral con la que seguramente usted está familiarizado, sino reflexionar acerca de lo que pasa en nuestra comunidad y en nuestro país. Si toda organización social es esencialmente un equipo conformado por un conjunto de miembros con intereses comunes, entonces la ciudad, el estado y la nación pueden ser considerados desde esta perspectiva.
Quienes vivimos en este país, en cualquiera de sus entidades y sin importar el nivel socioeconómico, tenemos básicamente los mismos objetivos: queremos progresar, queremos vivir sintiéndonos seguros, que no les falte nada a nuestros hijos, que nuestra patria amada sea para todos la tierra que nos sustenta por igual. Los mexicanos aspiramos a vivir en paz, sin carencias económicas, con trabajos dignos y bien remunerados, con servicios de salud eficientes, con una educación que refleje en nuestras acciones e ideas lo que se invierte en ella y que nos permita trascender nuestros errores y competir con el resto del mundo; requerimos servicios de atención ciudadana que no nos hagan desear vivir en otra parte, ni envidiar a los hombres y mujeres extranjeros que se saben apreciados y protegidos por sus gobernantes. Queremos trabajar y descansar lo justo, divertirnos, convivir con nuestra familia y amigos, sin que ello ponga a temblar nuestra economía o destroce nuestra estabilidad. Deseamos alimentarnos y vestirnos bien, poseer la tierra y hacerla florecer, salir de nuestros pueblos para conocer otros, engendrar hijos que tengan asegurada una existencia en la que no falte nada, en la que se pueda alcanzar la felicidad y compartirla con los demás. Queremos creer en lo que nos dé la gana sin sentirnos acosados por quienes disienten de lo que pensamos y somos; anhelamos que los derechos de todos se respeten y la vara de la Ley nos mida idénticamente. Queremos aprender y crear; nacer, vivir, trabajar, descansar y morir sin que ninguna de estas actividades represente una osadía, un sueño o una carga para los demás. Estoy segura de que todos en México deseamos lo mismo: dentro de nuestra diversidad, tenemos una causa común: el progreso de la patria que es el nuestro. ¿Cómo conformar un equipo gigantesco (país, estado o ciudad) y hacerlo funcionar para el bien común?
En principio tendremos que considerar funciones y actividades correspondientes a los distintos miembros del equipo; luego, asignar responsabilidades y establecer compromisos. Necesitamos idear programas en los que se planifiquen las actividades que nos conducirán al logro esperado y, por supuesto, una coordinación eficiente.
Entre todos los componentes del proceso, el liderazgo de quien ha de coordinar el trabajo de todos resulta clave. Nuestro líder (local, estatal y nacional) debe tener una visión de futuro lo suficientemente amplia, como para abarcar los intereses de todos los integrantes del grupo (los de Carlos Slim tanto como los míos; los de don José, quien limpia mi oficina, y los de la mujer indígena que vende artesanías por la calle; los del cardenal Rivera, los de los manifestantes turbados por las campanas de Catedral, los de diputados y senadores de todos los partidos, los de los guardias de seguridad asesinados esta semana y los de las familias que perdieron todo en las inundaciones de Tabasco…). Para lograrlo, debe mezclarse con la gente, interactuar con todos los miembros del equipo, disfrutar sus beneficios y padecer sus carencias, no como estrategia electoral, sino para adquirir representatividad: sólo conociéndolos de verdad será capaz de manifestar sus intereses, defenderlos y actuar en su nombre. Entonces podrá definir las estrategias que conduzcan racional y equitativamente a la satisfacción de dichos intereses, determinar las personas y las acciones precisas y conseguir los recursos necesarios para llevarlas a cabo. El líder de este megaequipo debe promover la comunicación entre todos los partícipes y eliminar cualquier barrera que la impida o distorsione; mantenerlos informados acerca de la importancia de su participación en el trabajo grupal y fomentar la retroalimentación que permita destacar logros y corregir el rumbo cuando se aparta del objetivo. Debe fomentar la colaboración ciudadana real para desempeñar acciones, revelar aciertos y debilidades, detectar desacuerdos, fortalecer la unidad y mejorar el desempeño.
El líder responsable (presidente, gobernador, alcalde) reduce los conflictos, no los provoca. Organiza su propio trabajo y el de sus colaboradores, subordinándolos a los objetivos del grupo; es decir, en beneficio de su comunidad. Fija niveles de esfuerzo y cumplimiento y estimula a los miembros por su rendimiento.
¿Será posible? Todo está en proponérnoslo, pero la aspiración no debe parecernos imposible. Claro que aprender a trabajar como equipo en forma efectiva requiere tiempo, puesto que se deben adquirir habilidades especiales y eliminar vicios ancestrales, conducentes -en el caso de México- al provecho personal y a la desigualdad vergonzosa de la que somos testigos y partícipes, pero debemos hacerlo. No hay de otra para nuestra región y para nuestro país.
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