?Sólo hay una forma de resistir bien el frío: estar contento con que haga frío?. Émile Alain
Davos, SUIZA.- El Foro Económico Mundial es siempre emocionante, a pesar del frío, pero al mismo tiempo frustrante. Ésta es una de las reuniones cumbre más importantes en cualquier año porque no sólo incluye a gobernantes sino también a empresarios de altísimo nivel ?algunos más poderosos que los presidentes y primeros ministros?, académicos, directores de medios, escritores y una que otra estrella de rock. El problema es que este pequeño pueblo de los Alpes suizos simplemente no está preparado para recibir todos los años la avalancha de 2,400 participantes oficiales más séquitos que los acompañan.
Un importante empresario mexicano se quejaba conmigo de las dificultades para conseguir un hotel incluso de tres estrellas en Davos. ?Ése no es el problema ?le respondía yo?. Tres estrellas o menos, da igual, cuando uno sólo llega a participar en las reuniones. Pero si quiere uno trabajar, escribir una columna diaria o hacer comentarios de radio y televisión, el asunto se complica mucho más. Porque no son hoteles de tres estrellas, como los que podemos encontrar en Guadalajara o en Tijuana, sino unos hechos para el esquiador de fin de semana a quien lo que menos le interesa es tener una buena conexión de Internet.?
Las instalaciones del Centro de Congresos son razonables, si bien apretadas ante el número de participantes que, no sé cómo, parece aumentar cada año. Tienen una excelente conexión inalámbrica de Internet. De hecho, el Foro Económico Mundial ofrece computadoras para quien no haya querido cargar la suya (que para un periodista es impensable) o para el que la haya roto por desesperación en el hotel.
El problema es que el trabajo de un periodista no se limita a las horas de trabajo normales. Por la necesidad de participar en las reuniones durante el día, pero escribir de noche o incluso en la madrugada, en parte por las diferencias de horario con casa, el periodista busca naturalmente estar conectado las 24 horas. Pero no todos los hoteles de este pueblo alpino ofrecen esa posibilidad.
El hotel en que me he alojado en esta ocasión es pintoresco, incluso bonito. Tiene un gimnasio, un sauna y una piscina cubierta, cosa bastante inusitada en Davos. Pero... ?¿Internet en la habitación?? La rubia de la recepción me mira como si estuviera pidiendo champaña Brut para llenar mi tina. ?Hay Internet aquí en el lobby ?me dice? pero hay que pagar.? ?Sí claro ?le respondo?. ¿Cuánto es por una semana?? ?Semana... No, no... Le puedo vender media hora a tres francos o una hora por cinco francos?.
Anonadado, empiezo a hacer cálculos mentales para determinar el costo de una semana de ?medias horas?, pero sobre todo pienso en la lata que será bajar al lobby a las tres de la mañana a comprar mi tiempo de Internet y a trabajar. Lamento no haber traído pijamas poco más presentables.
Aun así, compro de inmediato mi primera hora. Al hacerlo, sin embargo, me doy cuenta de los rostros de desesperación de varios colegas periodistas que, con sus laptops abiertas, esperan pacientemente conectarse al inalámbrico. Me explican que, si bien uno puede pagar su media hora, eso no significa que el servicio esté disponible todo el tiempo, ya que llega y se va sin que nadie, ni siquiera el personal técnico del hotel, sepa exactamente por qué.
Aterrorizado me doy cuenta, al examinar la compleja agenda de reuniones que he programado desde México y que se complica por la cantidad de conferencias y mesas redondas a las que debo asistir, que mi idea de escribir la columna y preparar las colaboraciones de radio y televisión por las noches quedará en el cajón de las buenas intenciones. De alguna manera tendré que acomodar durante el día, mientras me encuentre en el Centro de Congresos con su magnífica Red, no sólo la asistencia a conferencias, mesas redondas y reuniones sino también la redacción de artículos y comentarios.
De tal suerte que si alguien le comenta a usted que en Davos un tal señor Sarmiento groseramente aporreaba un teclado durante las conferencias, díganle que es poco característico de él, pero que quizá sea cierto. Pero si alguna columna chismosa señala que Sarmiento se pasó el Foro comprando ?medias horas?, no vaya usted a pensar mal.
Cuánto extraño los equipos con los que cuento en México y sin los cuales ya me cuesta mucho trabajo hacer mi labor. Ahí está mi tarjeta BAM que en México me permite conectarme a la Red a alta velocidad en cualquier lugar, pero que aquí está muda. Ahí está también mi suscripción a un Prodigy que aquí no tiene hot spots.
Claro que no debe uno pecar de negativo. Me viene a la mente la respuesta que yo mismo le di a ese empresario acostumbrado a los hoteles de gran lujo cuando tuvo que aceptar alojarse en Davos en uno de apenas tres estrellas: ?No te preocupes. Muy pronto se habitúa uno. De hecho, en el mismo momento en que recibas la cuenta te sentirás como en casa... porque el precio será de un hotel de siete estrellas?.
DESTACADO Y DESCONOCIDO
Uno de los mexicanos más importantes que participa este año en Davos no es un político: se trata de Héctor Ruiz, presidente del consejo y director general de AMD, la empresa que compite con Intel por el mercado mundial de los microchips, que son la base de la arquitectura de las computadoras. Ruiz, quien es virtualmente desconocido en nuestro país, es sin duda uno de los mexicanos más destacados de la economía global. Pero hay que venir a Davos para encontrarlo.